Hoy escribe Fernando Bermejo
Hace algo menos de un año tuvimos ocasión de comentar la esplendidez, la honradez intelectual, la amplitud de miras y la erudición de la obra del profesor de Oxford Diarmaid MacCulloch, A History of Christianity, así como de lamentar las deficiencias de la traducción castellana de esta obra en la editorial Debate. Hoy me complace anunciar la aparición de una nueva edición española, profundamente revisada, en la misma editorial, que conserva el título de la primera edición: Historia de la cristiandad.
Seguro que será posible encontrar algunos defectos en la nueva edición, pero en ella al menos se han subsanado los numerosos –y a menudo gravísimos– errores de traducción de la primera, de infelice recordación. Calculo grosso modo que en la nueva edición se habrán incluido entre tres mil y cuatro mil correcciones.
Por lo demás, en su momento tuve la oportunidad de hacer algunas sugerencias a MacCulloch con respecto a su texto original, varias de las cuales fueron aceptadas e introducidas en la nueva versión española. Reseño a continuación solo algunas de ellas, que pueden ser de interés para los lectores.
Al referirse a la crucifixión de Jesús, el texto original decía que Jesús fue “executed along with two common criminals…”, “ejecutado junto con dos delincuentes comunes”. Esto es, con toda probabilidad, desde el punto de vista histórico un error garrafal, debido en buena parte a una ideologizada pseudohistoriografía confesional, ya eficazmente universalizada. El término lestaí (usado por Mc y Mt), y en especial lo que sabemos de la aplicación de la crucifixión en la Judea del s. I, remiten a un crimen de lesa majestad, y por tanto de sedición. Los crucificados con Jesús eran sediciosos, culpables de insurrección. MacCulloch aceptó una propuesta matizada, y el texto dice ahora: “dos hombres que eran probablemente rebeldes políticos contra el Imperio Romano”.
En relación a Prisciliano, había un error de contenido en el texto original inglés, que en traducción era: “Ardió en la hoguera y hasta el siglo XI fue el único cristiano occidental que recibió el trato que el emperador pagano Diocleciano había decretado para los herejes”. El error estriba en el método de ejecución de Prisciliano. La nueva versión, con la anuencia de MacCulloch, evita el error y añade otra información: “Prisciliano fue decapitado; más tarde, en el siglo XI, cristianos occidentales imitarían directamente las acciones contra los maniqueos emprendidas por el emperador pagano Diocleciano, quemando a sus correligionarios paganos en la hoguera”.
Como historiador avezado, bien consciente de la repercusión de los escándalos por los casos de pederastia en la Iglesia, MacCulloch dedica en su obra una página entera a este asunto. El segundo párrafo está consagrado al efecto perjudicial que para la credibilidad de la jerarquía católica tuvo el apoyo sostenido de Juan Pablo II a la Legión de Cristo. La referencia original a Maciel decía: “Marcial Maciel Degollado, a participant in the Cristero war in his youth”.
Como señalé a MacCulloch, esta noticia está basada meramente en una de las innumerables mentiras del propio Maciel, quien (como cuenta Fernando M. González en su libro Marcial Maciel. Los Legionarios de Cristo) plagió la experiencia de otra persona que conocía con el afán de darse pisto y aparecer ante la posteridad como un beligerante y combativo cristiano (sí es cierto que algunos de sus parientes fueron “cristeros”). En realidad, Maciel, nacido en 1920, tenía 9 años cuando la guerra de los cristeros terminó; y tampoco parece haber tomado parte en la segunda “Cristiada” (1934-1938). Al enterarse de esto, MacCulloch consideró conveniente revisar el texto y propuso el texto que ahora consta, en traducción, en la nueva edición (p. 1062): “MMD, que en alguna ocasión pretendió haber participado de joven en la guerra de los cristeros”.
Me permito recomendar vivamente a los lectores que no hayan leído esta magnífica obra de Diarmaid MacCulloch que lo hagan, sea en inglés, sea en esta nueva edición española, la cual –ahora sí– ofrece, a mi juicio, suficientes garantías.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Hace algo menos de un año tuvimos ocasión de comentar la esplendidez, la honradez intelectual, la amplitud de miras y la erudición de la obra del profesor de Oxford Diarmaid MacCulloch, A History of Christianity, así como de lamentar las deficiencias de la traducción castellana de esta obra en la editorial Debate. Hoy me complace anunciar la aparición de una nueva edición española, profundamente revisada, en la misma editorial, que conserva el título de la primera edición: Historia de la cristiandad.
Seguro que será posible encontrar algunos defectos en la nueva edición, pero en ella al menos se han subsanado los numerosos –y a menudo gravísimos– errores de traducción de la primera, de infelice recordación. Calculo grosso modo que en la nueva edición se habrán incluido entre tres mil y cuatro mil correcciones.
Por lo demás, en su momento tuve la oportunidad de hacer algunas sugerencias a MacCulloch con respecto a su texto original, varias de las cuales fueron aceptadas e introducidas en la nueva versión española. Reseño a continuación solo algunas de ellas, que pueden ser de interés para los lectores.
Al referirse a la crucifixión de Jesús, el texto original decía que Jesús fue “executed along with two common criminals…”, “ejecutado junto con dos delincuentes comunes”. Esto es, con toda probabilidad, desde el punto de vista histórico un error garrafal, debido en buena parte a una ideologizada pseudohistoriografía confesional, ya eficazmente universalizada. El término lestaí (usado por Mc y Mt), y en especial lo que sabemos de la aplicación de la crucifixión en la Judea del s. I, remiten a un crimen de lesa majestad, y por tanto de sedición. Los crucificados con Jesús eran sediciosos, culpables de insurrección. MacCulloch aceptó una propuesta matizada, y el texto dice ahora: “dos hombres que eran probablemente rebeldes políticos contra el Imperio Romano”.
En relación a Prisciliano, había un error de contenido en el texto original inglés, que en traducción era: “Ardió en la hoguera y hasta el siglo XI fue el único cristiano occidental que recibió el trato que el emperador pagano Diocleciano había decretado para los herejes”. El error estriba en el método de ejecución de Prisciliano. La nueva versión, con la anuencia de MacCulloch, evita el error y añade otra información: “Prisciliano fue decapitado; más tarde, en el siglo XI, cristianos occidentales imitarían directamente las acciones contra los maniqueos emprendidas por el emperador pagano Diocleciano, quemando a sus correligionarios paganos en la hoguera”.
Como historiador avezado, bien consciente de la repercusión de los escándalos por los casos de pederastia en la Iglesia, MacCulloch dedica en su obra una página entera a este asunto. El segundo párrafo está consagrado al efecto perjudicial que para la credibilidad de la jerarquía católica tuvo el apoyo sostenido de Juan Pablo II a la Legión de Cristo. La referencia original a Maciel decía: “Marcial Maciel Degollado, a participant in the Cristero war in his youth”.
Como señalé a MacCulloch, esta noticia está basada meramente en una de las innumerables mentiras del propio Maciel, quien (como cuenta Fernando M. González en su libro Marcial Maciel. Los Legionarios de Cristo) plagió la experiencia de otra persona que conocía con el afán de darse pisto y aparecer ante la posteridad como un beligerante y combativo cristiano (sí es cierto que algunos de sus parientes fueron “cristeros”). En realidad, Maciel, nacido en 1920, tenía 9 años cuando la guerra de los cristeros terminó; y tampoco parece haber tomado parte en la segunda “Cristiada” (1934-1938). Al enterarse de esto, MacCulloch consideró conveniente revisar el texto y propuso el texto que ahora consta, en traducción, en la nueva edición (p. 1062): “MMD, que en alguna ocasión pretendió haber participado de joven en la guerra de los cristeros”.
Me permito recomendar vivamente a los lectores que no hayan leído esta magnífica obra de Diarmaid MacCulloch que lo hagan, sea en inglés, sea en esta nueva edición española, la cual –ahora sí– ofrece, a mi juicio, suficientes garantías.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo