Hoy escribe Antonio Piñero
Podemos preguntarnos por qué ocurrió lo descrito en la postal anterior precisamente en la época del rey Josías antes de finalizar el siglo VII a.C. La respuesta es que tras muchísimo tiempo de turbulencias, después de la muerte de Salomón, el reino de Judá gozaba de una cierta paz y prosperidad. El imperio de Asiria, al este, se hallaba en horas bajas y, al oeste, Egipto tenía un faraón que no había intervenido aún seriamente en Israel. Éste gozaba de un tiempo de libertad. Piénsese que Israel es una pequeña franja de terreno, casi toda ella seca e inhóspita, pero al lado del Mediterráneo. Asiria le interesaba controlar a Israel para tener acceso libre al mar. Y a Egipto le interesaba lo mismo, porque sus caravanas pasaban por esa franja para comercial con los países del norte y del oriente.
Pues bien, en esos momentos de Josías el rey mismo, sus escribas, funcionarios y sacerdotes empezaron la tarea de compilar todo el material de historia, leyes, leyendas, poesía y cuentos populares que podía servir para constituir o fortalecer la identidad de Israel como pueblo. Las leyendas de la creación, el diluvio y otras se tomaron de otras anteriores de los sumerios, transmitidas por ese pueblo o por los acadios. De los cananeos se tomaron noticia de su panteón cuyos dioses fueron rebajados a ángeles. Las leyendas sobre Abrahán y los patriarcas se forjaron a bases de epopeyas legendarias de héroes-pastores de grandes rebaños, que a su vez formaban cuadrillas de familiares mercenarios que los protegían, y cuyo recuerdo se había mantenido en el pueblo en relatos contados de generación en generación. Sobre el núcleo de tales materiales el que podemos denominar “equipo de Josías y sus sucesores” se entretejieron conscientemente las historias de los patriarcas y el resto de las que cuentan los cinco primeros libros de la Biblia.
Pero no hubo un desarrollo lineal en esta tarea de recopilación y reelaboración de historias, oráculos y leyes porque en el año 587 a.C. Yoyaquín, último rey de Judá, aliado con los egipcios contra el poder asirio-babilónico, imperio que deseaba una vez más establecer su reino firmemente hasta las orillas del Mediterráneo, es derrotado por Nabucodonosor y transportado al exilio, junto con gran parte de la nobleza de la nación. No muchos; probablemente no mas de 2 o 3.000, pero lo suficiente para que el país quedara totalmente descabezado y sin gobierno. Grupos selectos de exiliados que llevaban copias de los textos a los que hemos aludido anteriormente, continuaron la redacción de las leyendas de Israel, de las crónicas e historias de sus reyes hasta el exilio, y como dijimos de los textos de los profetas y de la literatura sapiencial del pueblo. El entorno influyó sobre ellos e incorporaron narraciones babilónicas que les parecieron o bien interesantes o bien que la divinidad había “participado” en ellas.
La derrota de los babilonios ante la pujanza de los persas, encabezados por Ciro II el Grande hacia el 550, hizo que la duración de este exilio babilónico de los judíos no durara en total más unos 70 años. Ciro muere en el 530, pero antes había dado los primeros pasos para restituir a Israel como entidad política dentro de un Imperio Persa, ciertamente muy controlador pero que a la vez permitía cierta autonomía de sus pueblos dominados. La mayoría de los descendientes de los exiliados volvieron a Israel durante el reinado de Darío I, sucesor de Ciro, a principios del siglo siguiente, el V (época de Esdras y de Nehemías, o al revés; no sabemos el ordern, en torno al 450-440).
Reorganizado más o menos el país de Israel hacia la mitad de ese siglo V a.C. (en Grecia es el tiempo de Pisístrato), los escribas de Jerusalén retomaron una tarea a la que los exiliados en Babilonia habían dedicado ya muchos esfuerzos: editar concienzudamente el material que se había ido ya recogiendo durante casi un par de siglos. Gracias a los escasas noticias que nos dan los textos mismos, gracias sobre todo al estudio científico continuado de la Biblia en general, desde los inicios del siglo XIX, y gracias a lo que puede deducirse también de los Manuscritos del Mar Muerto --en donde se han encontrado algunos textos que son muy anteriores a la fundación de la secta esenia, de inicios del siglo IV a.C. y más de 200 manuscritos bíblicos desde los inicios del siglo II a.C.— sabemos que aparte del Pentateuco, se editaron los libros de los Jueces y Josué, los hechos de Samuel junto con los de los reinados de David y Salomón (libros 1º 2º Samuel), las historias de los reyes del Norte y del Sur de Israel, (1º 2º Reyes), más algunos Salmos tradicionales que se atribuyeron a David, y probablemente también el libro de los Proverbios y el de Job.
Este es el origen próximo de la Biblia hebrea, por tanto en tiempos muy cercanos a la Grecia clásica. Debió de empezar entonces la difusión de copias de estos libros o de sus secciones más importantes entre las gentes o grupos más ricos (probablemente en esa época aún no había sinagogas). Aunque no tenemos noticia alguna directa ni documento específico que hable de estas tareas de edición, por el análisis de las copias de estos textos (repito Ley, Profetas, historias de los reyes y otros escritos como los Salmos) halladas entre los manuscritos de Qumrán sabemos dos cosas:
1ª. Que de los libros importantes de lo que luego sería la Biblia canónica había diversas formas o recensiones. Las principales eran, por orden de antigüedad:
• La versión griega de los LXX traducida de un texto hebreo de finales del siglo IV o principios del III;
• Un texto hebreo depurado y mejorado, diverso por tanto del anterior, base de los LXX, que se transformará más tarde en el texto hebreo canónico, y
• El Pentateuco de los samaritanos. Además que de cada una de estas formas se hicieron dos o tres ediciones en las que se iba mejorando el texto. Todo esto quiere decir que, aun en el siglo II a.C., el texto de los libros de la Biblia era fluido, no fijo, a pesar de que las historias o relatos tuvieran un origen lejanísimo. Importaba más el contenido que la letra exacta.
2ª Que el pueblo aceptó muy pronto la tradición de que esos libros eran sagrados sobre todo la Ley, por venir de Dios mismo a través de Moisés, y los profetas por inspiración directa (la fórmula que indicaba que el texto era sagrado era: “Y vino la palabra de Yahvé sobre…). Así en poco tiempo, en unos dos siglos, se estableció la creencia de que la Ley y los Profetas eran palabra de Dios.
Esto lo sabemos por las noticias de 1 y 2 Macabeos (1, 25-27; 2,14-15) del rescate de libros sagrados por parte de Judas Macabeo, libros que quiso destruir el rey griego Antíoco IV Epífanes en su intento de desjudaizar a Israel e integrarlo en la cultura helénica. Igualmente, en la misma época, es posible que algunos salmos fueran también sacralizados. No estamos hablando todavía de ninguna lista expresa y oficial de libros sagrados, sino de la consideración de santos que entre las gentes gozaron enseguida estos escritos. Otros libros, históricos o sapienciales alcanzarían esta consideración más tarde.
Una vez que hemos visto a vuelo de pájaro la historia de la composición de la Biblia, tornamos nuestros ojos al problema de la veracidad de algunos episodios fundamentales de la llamada historia sagrada: el éxodo, y dentro de él la figura de Moisés, la conquista de Canaán, las monarquía de David y Salomón. Lo haremos guiados por las manos expertas de un arqueólogo y un historiador, israelíes, que han desmontado prácticamente con sus resultados inapelables la veracidad histórica estos hechos fundamentales de la Biblia: Israel Finkelmann y Neil Silbermann. Su obra se titula La Biblia desenterrada, Madrid 2001, de la editorial Siglo XXI, y supondo que será conocida por muchos de los lectores.
Seguiremos
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Podemos preguntarnos por qué ocurrió lo descrito en la postal anterior precisamente en la época del rey Josías antes de finalizar el siglo VII a.C. La respuesta es que tras muchísimo tiempo de turbulencias, después de la muerte de Salomón, el reino de Judá gozaba de una cierta paz y prosperidad. El imperio de Asiria, al este, se hallaba en horas bajas y, al oeste, Egipto tenía un faraón que no había intervenido aún seriamente en Israel. Éste gozaba de un tiempo de libertad. Piénsese que Israel es una pequeña franja de terreno, casi toda ella seca e inhóspita, pero al lado del Mediterráneo. Asiria le interesaba controlar a Israel para tener acceso libre al mar. Y a Egipto le interesaba lo mismo, porque sus caravanas pasaban por esa franja para comercial con los países del norte y del oriente.
Pues bien, en esos momentos de Josías el rey mismo, sus escribas, funcionarios y sacerdotes empezaron la tarea de compilar todo el material de historia, leyes, leyendas, poesía y cuentos populares que podía servir para constituir o fortalecer la identidad de Israel como pueblo. Las leyendas de la creación, el diluvio y otras se tomaron de otras anteriores de los sumerios, transmitidas por ese pueblo o por los acadios. De los cananeos se tomaron noticia de su panteón cuyos dioses fueron rebajados a ángeles. Las leyendas sobre Abrahán y los patriarcas se forjaron a bases de epopeyas legendarias de héroes-pastores de grandes rebaños, que a su vez formaban cuadrillas de familiares mercenarios que los protegían, y cuyo recuerdo se había mantenido en el pueblo en relatos contados de generación en generación. Sobre el núcleo de tales materiales el que podemos denominar “equipo de Josías y sus sucesores” se entretejieron conscientemente las historias de los patriarcas y el resto de las que cuentan los cinco primeros libros de la Biblia.
Pero no hubo un desarrollo lineal en esta tarea de recopilación y reelaboración de historias, oráculos y leyes porque en el año 587 a.C. Yoyaquín, último rey de Judá, aliado con los egipcios contra el poder asirio-babilónico, imperio que deseaba una vez más establecer su reino firmemente hasta las orillas del Mediterráneo, es derrotado por Nabucodonosor y transportado al exilio, junto con gran parte de la nobleza de la nación. No muchos; probablemente no mas de 2 o 3.000, pero lo suficiente para que el país quedara totalmente descabezado y sin gobierno. Grupos selectos de exiliados que llevaban copias de los textos a los que hemos aludido anteriormente, continuaron la redacción de las leyendas de Israel, de las crónicas e historias de sus reyes hasta el exilio, y como dijimos de los textos de los profetas y de la literatura sapiencial del pueblo. El entorno influyó sobre ellos e incorporaron narraciones babilónicas que les parecieron o bien interesantes o bien que la divinidad había “participado” en ellas.
La derrota de los babilonios ante la pujanza de los persas, encabezados por Ciro II el Grande hacia el 550, hizo que la duración de este exilio babilónico de los judíos no durara en total más unos 70 años. Ciro muere en el 530, pero antes había dado los primeros pasos para restituir a Israel como entidad política dentro de un Imperio Persa, ciertamente muy controlador pero que a la vez permitía cierta autonomía de sus pueblos dominados. La mayoría de los descendientes de los exiliados volvieron a Israel durante el reinado de Darío I, sucesor de Ciro, a principios del siglo siguiente, el V (época de Esdras y de Nehemías, o al revés; no sabemos el ordern, en torno al 450-440).
Reorganizado más o menos el país de Israel hacia la mitad de ese siglo V a.C. (en Grecia es el tiempo de Pisístrato), los escribas de Jerusalén retomaron una tarea a la que los exiliados en Babilonia habían dedicado ya muchos esfuerzos: editar concienzudamente el material que se había ido ya recogiendo durante casi un par de siglos. Gracias a los escasas noticias que nos dan los textos mismos, gracias sobre todo al estudio científico continuado de la Biblia en general, desde los inicios del siglo XIX, y gracias a lo que puede deducirse también de los Manuscritos del Mar Muerto --en donde se han encontrado algunos textos que son muy anteriores a la fundación de la secta esenia, de inicios del siglo IV a.C. y más de 200 manuscritos bíblicos desde los inicios del siglo II a.C.— sabemos que aparte del Pentateuco, se editaron los libros de los Jueces y Josué, los hechos de Samuel junto con los de los reinados de David y Salomón (libros 1º 2º Samuel), las historias de los reyes del Norte y del Sur de Israel, (1º 2º Reyes), más algunos Salmos tradicionales que se atribuyeron a David, y probablemente también el libro de los Proverbios y el de Job.
Este es el origen próximo de la Biblia hebrea, por tanto en tiempos muy cercanos a la Grecia clásica. Debió de empezar entonces la difusión de copias de estos libros o de sus secciones más importantes entre las gentes o grupos más ricos (probablemente en esa época aún no había sinagogas). Aunque no tenemos noticia alguna directa ni documento específico que hable de estas tareas de edición, por el análisis de las copias de estos textos (repito Ley, Profetas, historias de los reyes y otros escritos como los Salmos) halladas entre los manuscritos de Qumrán sabemos dos cosas:
1ª. Que de los libros importantes de lo que luego sería la Biblia canónica había diversas formas o recensiones. Las principales eran, por orden de antigüedad:
• La versión griega de los LXX traducida de un texto hebreo de finales del siglo IV o principios del III;
• Un texto hebreo depurado y mejorado, diverso por tanto del anterior, base de los LXX, que se transformará más tarde en el texto hebreo canónico, y
• El Pentateuco de los samaritanos. Además que de cada una de estas formas se hicieron dos o tres ediciones en las que se iba mejorando el texto. Todo esto quiere decir que, aun en el siglo II a.C., el texto de los libros de la Biblia era fluido, no fijo, a pesar de que las historias o relatos tuvieran un origen lejanísimo. Importaba más el contenido que la letra exacta.
2ª Que el pueblo aceptó muy pronto la tradición de que esos libros eran sagrados sobre todo la Ley, por venir de Dios mismo a través de Moisés, y los profetas por inspiración directa (la fórmula que indicaba que el texto era sagrado era: “Y vino la palabra de Yahvé sobre…). Así en poco tiempo, en unos dos siglos, se estableció la creencia de que la Ley y los Profetas eran palabra de Dios.
Esto lo sabemos por las noticias de 1 y 2 Macabeos (1, 25-27; 2,14-15) del rescate de libros sagrados por parte de Judas Macabeo, libros que quiso destruir el rey griego Antíoco IV Epífanes en su intento de desjudaizar a Israel e integrarlo en la cultura helénica. Igualmente, en la misma época, es posible que algunos salmos fueran también sacralizados. No estamos hablando todavía de ninguna lista expresa y oficial de libros sagrados, sino de la consideración de santos que entre las gentes gozaron enseguida estos escritos. Otros libros, históricos o sapienciales alcanzarían esta consideración más tarde.
Una vez que hemos visto a vuelo de pájaro la historia de la composición de la Biblia, tornamos nuestros ojos al problema de la veracidad de algunos episodios fundamentales de la llamada historia sagrada: el éxodo, y dentro de él la figura de Moisés, la conquista de Canaán, las monarquía de David y Salomón. Lo haremos guiados por las manos expertas de un arqueólogo y un historiador, israelíes, que han desmontado prácticamente con sus resultados inapelables la veracidad histórica estos hechos fundamentales de la Biblia: Israel Finkelmann y Neil Silbermann. Su obra se titula La Biblia desenterrada, Madrid 2001, de la editorial Siglo XXI, y supondo que será conocida por muchos de los lectores.
Seguiremos
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com