Notas

106. ¿Por qué Padre nuestro? (1)

Redactado por Eugenio Gómez el Martes, 11 de Marzo 2025 a las 08:01

Se suele pensar que Jesús renovó el judaísmo hacia otra cosa al insistir en un “dios Padre” pero… ¿podemos asumir esta afirmación rotundamente?

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura



Como es evidente, el pueblo judío de la época de Jesús, adscrita al final del periodo conocido como judaísmo del Segundo Templo, tenía una única divinidad, Yahvé. Las relaciones entre este dios y su pueblo elegido eran complicadas pues se consideraba que el pueblo de Israel había mantenido un comportamiento tan desconsiderado con su dios que había llevado a éste a imponer una dura sanción a los judíos: penar sin estado propio y someter al poder extranjero la legislación que los convertía en únicos.

Esta divinidad recibía los nombres de Adonai, Yahvé, Elohim, y era reconocida como única de Israel mediante la oración denominada Shemá, recitada mañana y tarde por los creyentes judíos, aunque la oración es en realidad un fragmento de Deuteronomio, concretamente Dt 6, 4-9:

Escucha, Israel: Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé. Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se la repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas.

Los evangelios, por su parte, presentan a Jesús refiriéndose a Yahvé con harta frecuencia como padre, lo cual ha llevado durante mucho tiempo a asegurar que es un concepto que separa al cristianismo del judaísmo. Pero, ¿es eso cierto?

En realidad, antes de Jesús ya se denominaba a Yahvé “dios Padre” siguiendo una concepción muy antigua de las relaciones sociales, una relación que primaba la cohesión de la familia dentro de un clan y exigía un alto grado de solidaridad entre los integrantes del mismo. Prueba de todo esto sería la oración que un judío de la época de Jesús rezaba a su divinidad casi diariamente, oración conocida como Kaddish.

Esta idea relativamente antigua era ya importante un poco antes de la época de Jesús. El libro conocido como Sabiduría incluye varias menciones a Yahvé como Padre: (Sb 14, 3): “y es tu Providencia, Padre, quien la guía, pues también en el mar abriste un camino, una ruta segura a través de las olas …”; a propósito del justo perseguido que se distancia de los ricos y malvados, dicen éstos (Sb 2, 16-18):

“Nos tiene por bastardos, se aparta de nuestros caminos como de impurezas; proclama dichosa la suerte final de los justos y se ufana de tener a Dios por padre. Veamos si sus palabras son verdaderas, examinemos lo que pasará en su tránsito. Pues si el justo es hijo de Dios, él le asistirá y le librará de las manos de sus enemigos”.

Por otra parte, Eclo 23, 1 reza: “Señor, padre, soberano de mi vida…”; Eclo 23, 4 dice: “Señor, padre y Dios de mi vida, no me des altanería de ojos …”.

También obras más cercanas en el tiempo al Nazareno incluyen la denominación de “padre” para Yahvé. Por ejemplo, en los manuscritos de Qumrán hay varias instancias de esta denominación (1QH 9, 35):

Tú eres un padre para todos los hijos de tu verdad, y, tal como una mujer ama tiernamente a su niño, así tú te alegras con ellos; como un padre adoptivo que lleva a su hijo en el regazo, así te cuidas tú de todas tus criaturas.

Incluso en el judaísmo helenístico se repite esta idea, por ejemplo 3 Mac 6, 3-4:

“Rey del gran poder, altísimo dios todopoderoso que gobiernas toda la creación mediante tus mercedes, atiende a la semilla de Abraham, a los hijos del santo Jacob, a tu pueblo de tu parte santificada que muere extranjero en tierra extranjera, padre”.

Y Filón de Alejandría escribe en ocasiones “Padre y creador”.

Siguiendo a M. R. D’Angelo en “Theology in Mark and Q: Abba and Father in context” y “Abba and Father: Imperial Theology and the Jesus Tradition” podemos decir que la expresión, ya antigua, muestra tres funciones específicas: a) como padre, Yahvé era el refugio de los afligidos y perseguidos; b) Yahvé era denominado padre para solicitarle ayuda o perdón; c) padre, como en las familias y clanes, detallaba también la idea de gobierno, de dirección del mundo al estilo de la divinidad estoica. Los tres aspectos aparecen en los fragmentos citados; los tres aparecerán posteriormente.

Así pues, pese a que normalmente se asume que Jesús fue quien dulcificó la noción que se tenía sobre Yahvé, él no convirtió al duro dios del Antiguo Testamento en un padre para la humanidad.

Como resumen de la cuestión podríamos decir que la idea “Yahvé padre” fue una semilla que Jesús seleccionó, semilla que, según transcurría el tiempo, acabó arraigando y creciendo en el terreno que eran las nuevas comunidades que los seguidores del Nazareno iban formando aquí y allá. Ese terreno pagano, que tenía un sustrato de fuerte componente estoico sobre la divinidad universal, desembocaría a la postre en un padre divino también universal, no simplemente judío, que era lo que, en realidad, conoció Jesús. Así lo confirma, por ejemplo, una cita de un manuscrito de Qumrán (4Q372,1) que es muy próxima al Galileo:

Padre mío y Dios mío, no me abandones entre las manos de las naciones gentiles, hazme justicia para que no perezcan los afligidos y los pobres; Tú no tienes necesidad de ninguna nación o pueblo, de ninguna ayuda; tu dedo es mayor y más fuerte que cualquier otro del mundo (traduzco el texto inglés del citado D’Angelo).

Como puede comprobarse, la idea de ser abandonado por Yahvé resultaba terrible: muerte, pobreza, aflicción… Y eso se corresponde con el hecho de que, si Yahvé es padre, lo es del pueblo judío, de Israel, y que los integrantes de ese pueblo son hijos de Yahvé, como se verá a continuación.

Pero, por otra parte, he comentado que Jesús seleccionó ese concepto de entre los muchos que había en su religión. El por qué puede responder a dos razones, de las cuales presento ahora la primera. Una propuesta reciente de M. M. Thompson  liga la preferencia de Jesús por este concepto con otro que aparece en el libro atribuido al profeta Jeremías.  Un pasaje de su libro (Jr 3, 1-5) indica que, a la hora de volver hacia Yahvé después de haberlo abandonado por otras divinidades, el pueblo lo llama “Padre mío” pero sigue, en su comportamiento, alejado de la Ley. Un poco más tarde Jeremías vaticina:

En aquellos días, andará la casa de Judá al par de Israel, y vendrán juntos desde tierras del norte a la tierra que di en herencia a vuestros padres. Yo había dicho: «Sí, te tendré como a un hijo y te daré una tierra espléndida, flor de las heredades de las naciones.» Y añadí: «Padre me llamaréis y de mi seguimiento no os volveréis.» (Jr 3, 18-19).

El texto apunta a que se podría relacionar la expresión “padre mío” con la restauración de Israel, la reunión de las tribus y la reinstauración de la Ley como código legal para un estado independiente, el reino de Yahvé, conceptos todos que el Galileo habría hecho suyos. Además, las ideas de padre comprensivo y la restauración auspiciarían que los arrepentidos terminaran participando en el nuevo reino de Yahvé como Padre de Israel (los tres papeles ya indicados más arriba). De esta manera, Jesús habría unido todo esto al concepto de bautismo sancionador de arrepentimiento de Juan Bautista que él mismo aceptó.

Este conjunto de ideas (restauración del reino, “Yahvé padre”, hijos de la divinidad, nuevo reino, arrepentimiento) es, pues, la primera razón de la preferencia de Jesús por “Dios padre”. La segunda queda pospuesta para el final de este capítulo. Ahora, lo lógico es analizar qué reino esperaron Jeremías, el Bautista, Jesús, y muchos otros judíos.

Un segundo argumento para deducir por qué Jesús se decantó por la invocación “Padre” puede ser la prohibición de jurar en vano. Una vez en los evangelios, Mt 5, 34-37, y otra en la Carta de Santiago (St 5, 12) aparece la prohibición de jurar, es decir, invocar el nombre de la divinidad como potente respaldo de lo afirmado o, incluso, como nombre cuya magia ayuda a lograr o detener algo. El texto de Mateo es el siguiente:

A su vez oísteis que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso, sino que dedicarás tus juramentos al Señor”. Pero yo os digo que no juréis en modo alguno; ni por el cielo, porque es el trono de Dios, ni por la tierra, porque es el escabel de sus pies, ni por Jerusalén porque es la ciudad del gran rey, ni por tu cabeza jures, porque ni un solo pelo puedes hacer blanco o negro. Por el contrario, que vuestra palabra sea sí, sí, no, no; el exceso de esto es propio del mal.

El pasaje recoge ideas realmente antiguas que refieren a conceptos como el poder de la palabra o, muy curiosamente para nosotros, la sacralidad de la cabeza y el pelo. De hecho, la idea de que la cabeza es lo más sagrado de una persona es propia de varias civilizaciones. Por eso se entregan mechones de cabello como ofrenda piadosa, o se dan en memoria de los muertos (Aquiles ante la tumba de Patroclo). La costumbre de los nazaritas (una de las posibilidades de interpretar el Nazoraios que califica a Jesús) de dejarse el pelo para luego ofrecerlo en el templo aparece en Hch a propósito de Pablo y sería un ejemplo más.

Además, que la palabra sea una fuerza poderosa es una idea habitual del judaísmo. El valor del nombre, la idea de que el nombre representa a la divinidad, se puede observar en Dt 10, 8: «Yahvé separó entonces a la tribu de Leví para llevar el arca de la alianza de Yahvé, sirviéndole y dando la bendición por medio de su nombre hasta el día de hoy». Además, el nombre transmite poder. La idea puede verse en Gn 12, 8: «e invocó el nombre del Señor», evidentemente para santificar el altar que se acababa de construir.

Pero la Ley anuncia dos cosas que podrían parecer contradictorias, aunque en realidad no lo son: Lv 19, 12 prohíbe jurar sirviéndose del nombre del Señor para ganar autoridad y respaldar lo prometido, es decir acudiendo al poder del nombre; pero Dt 6, 13 recomienda «A Yahvé tu Dios temerás, a él le servirás, por su nombre jurarás». Parece que, claramente, la idea debería ser que, mediante la invocación de su nombre, se reforzará el juramento, y que sólo habrá que hacerlo cuando corresponda, no a la ligera. Jesús, en este tema, debió optar por una versión más estricta todavía.

Así pues, la segunda razón que explicaría la notable preferencia de Jesús por la idea “Yahvé padre” y la expresión “reino de los cielos” sería que el Galileo rechazó el uso del nombre divino y no lo puso en práctica extendiendo el uso de “Padre” y sirviéndose especialmente de “reino de los cielos”, donde “cielos” sustituía a Yahvé.

Pasajes tomados de mi libro Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, Amazon.
 
Saludos cordiales.
 

 
 
 
Martes, 11 de Marzo 2025
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