San Pablo según el Greco, tomado de wikipedia.
La expresión “reino de Dios” (basileia tou theou en griego) sólo aparece en ocho ocasiones en las siete cartas que reconocemos de Pablo. La primera mención es 1 Tes 2, 11-12 (traducciones de Cantera-Iglesias):
Como un padre a sus hijos, lo sabéis bien, a cada uno de vosotros os exhortábamos y alentábamos, conjurándoos a que vivieseis de una manera digna de Dios, que os ha llamado a su Reino y gloria.
La segunda aparece en Gál 5, 19-21:
Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios.
1 Cor es la carta con más apariciones:
1 Cor 4, 17-21: Por esto mismo os he enviado a Timoteo, hijo mío querido y fiel en el Señor; él os recordará mis normas de conducta en Cristo, conforme enseño por doquier en todas las Iglesias. Como si yo no hubiera de ir donde vosotros, se han hinchado algunos. Mas iré pronto donde vosotros, si es la voluntad del Señor; entonces conoceré no la palabrería de esos orgullosos, sino su poder, que no está en la palabrería el Reino de Dios, sino en el poder. ¿Qué preferís, que vaya a vosotros con palo o con amor y espíritu de mansedumbre?
1 Cor 6, 9-10: ¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios.
1 Cor 15, 22-25: Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo en su Venida. Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies.
1 Cor 15, 50-52: Os digo esto, hermanos: La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos: ni la corrupción hereda la incorrupción. ¡Mirad! Os revelo un misterio: No moriremos todos, mas todos seremos transformados. En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados.
Una última ocasión en Rom 14, 17-18: Que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo. Toda vez que quien así sirve a Cristo, se hace grato a Dios y aprobado por los hombres.
Pocas ocasiones pero muy enjundiosas y cambiantes.
Hay pasajes que explican qué no es el Reino de Dios porque no aparecerán por él quienes cometan crímenes y pecados: en él falta la maledicencia, los injustos, idólatras, homosexuales, la envidia, la embriaguez, etc. (Gál 5, 19-21 y 1 Cor 6, 9-10). Estos datos pueden hacer pensar que, como Jesús, Pablo de Tarso pensaba en un reino terrenal libre de fechorías y maldades (por así decirlo), cosa que también podemos deducir de 1 Tes 2, 11-12 y de Rom 14, 17-18.
Podríamos seguir pensando así al repasar 1 Cor 4, 17-21, que habla de un poder divino presente en el reino de Dios. Se trataría de un reino lleno de plenitud divina que se manifestaría en la ausencia de maldad y pecado por la mera influencia de ese atender a la voluntad del dios supremo, de entender el “espíritu” de su voluntad, es decir, aquello que realmente desea como comportamiento de quienes integraren ese reino.
Las dificultades comienzan, sin embargo, cuando Pablo, a diferencia de lo que parece haber proclamado Jesús, niega que la comida y la bebida, la satisfacción de los mínimos vitales, sean cosa del reino de Dios (Rom 14, 17-18). Esta cualidad “antiterrenal” es más que chocante: resulta claramente perturbadora por ser, en realidad, “antijesuítica”.
Y la cuestión se aclara pero se complica mucho más si atendemos al pasaje que habla de transformación, de resurrección, 1 Cor 15, 50-52. Parece que hay que entender que el mundo dejará de ser el que es. De hecho, es un concepto importante en Pablo la “nueva creación” (Gál 6, 15) que contrarrestará a la primera, llena de pecado, el primero el del primer hombre, Adán. A esa nueva creación en la que no habrá muerte ni corrupción se llegará gracias al nuevo primer hombre, Jesús, que habrá vencido a la muerte el primero de todos (la primicia citada más arriba en 1 Cor 15, 22). Pablo habría predicado un nuevo mundo no recreado sino creado nuevo, que sería ese reino de Dios en el que se seguiría su voluntad, su Ley, y se haría comprendiendo el “espíritu” de esa Ley. Ese “espíritu” que ayudaría a hacer las cosas como se deben hacer.
La máxima complicación aparece cuando en ese reino en el que el pecado y la muerte no reinarán (Rom 5, 14, 17, 21 y 6, 12) no hemos de concebir a Jesús como rey. Para Pablo Jesús reinaría entre los tiempos finales del primer mundo y la instauración del segundo (1 Cor 15, 24-25: Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies).
En definitiva, el reino terrenal de Jesús es transformado de dos maneras:
a) Jesús, el rey que traería ese reino (basileus en griego, la palabra odiada por Roma y que aparece en el título de la cruz) es transformado en un Kyrios (señor / monarca en griego, con menos connotaciones políticas) que sólo reinará durante el tiempo que medie entre este mundo y la nueva creación, el nuevo mundo - nuevo reino.
b) El nuevo reino será de una cualidad diferente: la muerte y la corrupción asociada a ella dejará de existir para los vivos, que serán "espirituales". Esto quiere decir que seguirán el espíritu de la legislación cósmica divina, que se atendrán sin necesidad de Ley a los artículos de la Ley universal, aquella que ya Noé cumplía sin haber Ley. Estos seres espirituales (en el sentido legislativo) serán lo que Adán debiera haber sido: en consecuencia, vivirán en un paraíso (distinto al proclamado por Jesús, que, recordémoslo, era un reino en esta tierra con abundancia de bienes) sin muerte y siempre, eso no cambia, felices.
Los ya muertos judíos que se hubieren atenido a la Ley divina (mosaica) o paganos que hubieren comprendido el espíritu de esa Ley, tendrán su recompensa con una nueva vida sin muerte ni corrupción. Será la resurrección. Quienes, en el momento en que vivía Pablo, siguieran el espíritu de esa Ley divina, es decir, fueran espirituales, no morirían puesto que el final de este mundo era inminente en su opinión y, transformados porque su cuerpo y alma ya no experimentaría la muerte-corrupción, ingresarían tan contentos en el nuevo mundo / nueva creación, paraíso de una nueva y última era, ajeno al mundo que conocemos, ajeno a Roma y su imperio.
Saludos cordiales.
Mi web.eugeniogomezsegura.es
La expresión “reino de Dios” (basileia tou theou en griego) sólo aparece en ocho ocasiones en las siete cartas que reconocemos de Pablo. La primera mención es 1 Tes 2, 11-12 (traducciones de Cantera-Iglesias):
Como un padre a sus hijos, lo sabéis bien, a cada uno de vosotros os exhortábamos y alentábamos, conjurándoos a que vivieseis de una manera digna de Dios, que os ha llamado a su Reino y gloria.
La segunda aparece en Gál 5, 19-21:
Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios.
1 Cor es la carta con más apariciones:
1 Cor 4, 17-21: Por esto mismo os he enviado a Timoteo, hijo mío querido y fiel en el Señor; él os recordará mis normas de conducta en Cristo, conforme enseño por doquier en todas las Iglesias. Como si yo no hubiera de ir donde vosotros, se han hinchado algunos. Mas iré pronto donde vosotros, si es la voluntad del Señor; entonces conoceré no la palabrería de esos orgullosos, sino su poder, que no está en la palabrería el Reino de Dios, sino en el poder. ¿Qué preferís, que vaya a vosotros con palo o con amor y espíritu de mansedumbre?
1 Cor 6, 9-10: ¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios.
1 Cor 15, 22-25: Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo en su Venida. Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies.
1 Cor 15, 50-52: Os digo esto, hermanos: La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos: ni la corrupción hereda la incorrupción. ¡Mirad! Os revelo un misterio: No moriremos todos, mas todos seremos transformados. En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados.
Una última ocasión en Rom 14, 17-18: Que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo. Toda vez que quien así sirve a Cristo, se hace grato a Dios y aprobado por los hombres.
Pocas ocasiones pero muy enjundiosas y cambiantes.
Hay pasajes que explican qué no es el Reino de Dios porque no aparecerán por él quienes cometan crímenes y pecados: en él falta la maledicencia, los injustos, idólatras, homosexuales, la envidia, la embriaguez, etc. (Gál 5, 19-21 y 1 Cor 6, 9-10). Estos datos pueden hacer pensar que, como Jesús, Pablo de Tarso pensaba en un reino terrenal libre de fechorías y maldades (por así decirlo), cosa que también podemos deducir de 1 Tes 2, 11-12 y de Rom 14, 17-18.
Podríamos seguir pensando así al repasar 1 Cor 4, 17-21, que habla de un poder divino presente en el reino de Dios. Se trataría de un reino lleno de plenitud divina que se manifestaría en la ausencia de maldad y pecado por la mera influencia de ese atender a la voluntad del dios supremo, de entender el “espíritu” de su voluntad, es decir, aquello que realmente desea como comportamiento de quienes integraren ese reino.
Las dificultades comienzan, sin embargo, cuando Pablo, a diferencia de lo que parece haber proclamado Jesús, niega que la comida y la bebida, la satisfacción de los mínimos vitales, sean cosa del reino de Dios (Rom 14, 17-18). Esta cualidad “antiterrenal” es más que chocante: resulta claramente perturbadora por ser, en realidad, “antijesuítica”.
Y la cuestión se aclara pero se complica mucho más si atendemos al pasaje que habla de transformación, de resurrección, 1 Cor 15, 50-52. Parece que hay que entender que el mundo dejará de ser el que es. De hecho, es un concepto importante en Pablo la “nueva creación” (Gál 6, 15) que contrarrestará a la primera, llena de pecado, el primero el del primer hombre, Adán. A esa nueva creación en la que no habrá muerte ni corrupción se llegará gracias al nuevo primer hombre, Jesús, que habrá vencido a la muerte el primero de todos (la primicia citada más arriba en 1 Cor 15, 22). Pablo habría predicado un nuevo mundo no recreado sino creado nuevo, que sería ese reino de Dios en el que se seguiría su voluntad, su Ley, y se haría comprendiendo el “espíritu” de esa Ley. Ese “espíritu” que ayudaría a hacer las cosas como se deben hacer.
La máxima complicación aparece cuando en ese reino en el que el pecado y la muerte no reinarán (Rom 5, 14, 17, 21 y 6, 12) no hemos de concebir a Jesús como rey. Para Pablo Jesús reinaría entre los tiempos finales del primer mundo y la instauración del segundo (1 Cor 15, 24-25: Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies).
En definitiva, el reino terrenal de Jesús es transformado de dos maneras:
a) Jesús, el rey que traería ese reino (basileus en griego, la palabra odiada por Roma y que aparece en el título de la cruz) es transformado en un Kyrios (señor / monarca en griego, con menos connotaciones políticas) que sólo reinará durante el tiempo que medie entre este mundo y la nueva creación, el nuevo mundo - nuevo reino.
b) El nuevo reino será de una cualidad diferente: la muerte y la corrupción asociada a ella dejará de existir para los vivos, que serán "espirituales". Esto quiere decir que seguirán el espíritu de la legislación cósmica divina, que se atendrán sin necesidad de Ley a los artículos de la Ley universal, aquella que ya Noé cumplía sin haber Ley. Estos seres espirituales (en el sentido legislativo) serán lo que Adán debiera haber sido: en consecuencia, vivirán en un paraíso (distinto al proclamado por Jesús, que, recordémoslo, era un reino en esta tierra con abundancia de bienes) sin muerte y siempre, eso no cambia, felices.
Los ya muertos judíos que se hubieren atenido a la Ley divina (mosaica) o paganos que hubieren comprendido el espíritu de esa Ley, tendrán su recompensa con una nueva vida sin muerte ni corrupción. Será la resurrección. Quienes, en el momento en que vivía Pablo, siguieran el espíritu de esa Ley divina, es decir, fueran espirituales, no morirían puesto que el final de este mundo era inminente en su opinión y, transformados porque su cuerpo y alma ya no experimentaría la muerte-corrupción, ingresarían tan contentos en el nuevo mundo / nueva creación, paraíso de una nueva y última era, ajeno al mundo que conocemos, ajeno a Roma y su imperio.
Saludos cordiales.
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