Jesús enseñando a sus apóstoles.
La expresión “orígenes del cristianismo” debería indicar el proceso de aparición de una religión que acabó siendo denominada “cristianismo”. Pero quizá debamos investigar algunos detalles sobre lo que creemos son los orígenes de esta religión.
Para comenzar por algún lado, podemos indicar que “cristianismo” es una palabra de curiosa etimología. Basada sobre el término griego Cristo, “christós” (χριστός), constituido en título del personaje conocido Jesús de Nazaret, “cristianismo” incluye la terminación -ismo que en griego viene a significar “actividad, doctrina, sistema”, tal como decimos “marxismo” o “fascismo”.
Pero este sufijo se añadió a una palabra de origen curioso: cristiano. Es curiosa porque, sobre el ya mencionado término griego “christós” se añadió el sufijo latino -anus. Éste indica “relación, pertenencia, procedencia”. “Cristiano”, por tanto, significaría que alguien o algo está relacionado con Cristo. Lo curioso es que esta denominación es romana, como demuestra el sufijo latino.
Esto lleva a pensar desde cuándo se utiliza el adjetivo “cristiano” en las propias fuentes neotestamentarias o de los primeros escritores de la literatura cristiana. Los datos de que dispongo indican que las citas más antiguas en las que podemos leer en griego la palabra “cristiano” (χριστιανός) son las siguientes:
Hch 11, 25-26: Y salió para Tarso a buscar a Saulo, y tras encontrarlo lo llevó a Antioquía. Y les sucedió que durante un año completo se unieron a esa iglesia y enseñaron, y que, en Antioquía por primera vez, los discípulos fueron llamados cristianos.
Hch 26, 27-29: “¿Crees, rey Agripa, en los profetas? Sé que crees”. Y Agripa a Pablo: “Por poco me convences de hacerme cristiano”. Pero Pablo (dijo): “Rogaría a Dios que, por poco o por mucho, no sólo a ti, sino también a todos los que me oyen hoy se convirtieran en lo que yo soy aparte de estas cadenas”.
El hecho que apunta la primera cita estaría datado muy tempranamente, cuando Pablo (entonces Saulo) conoció la comunidad de Antioquía entre los años 37-44. Sin embargo, es chocante que, si esta denominación ya era efectiva tan temprano, el propio Pablo no utilizara el término en ninguna de sus cartas reconocidas como auténticas y fechadas entre los años 50-58.
De hecho, según el estudioso alemán Neugabauer, en algunas ocasiones Pablo se sirvió de la expresión “en Cristo” para indicar algo así como “cristianamente”, es decir, “relativo a Cristo” o “al modo de Cristo”. Por ejemplo, el autor alemán argumentó que expresiones como “en la carne” equivalían a “carnalmente”, por lo que aconsejaba traducir “en cristo” como cristianamente en algún caso (οἶδα ἄνθρωπον ἐν Χριστῷ 2 Cor 12, 2: conozco a un “hombre en Cristo”, que él traduciría como “un hombre cristiano”).
De hecho, los fragmentos de Hechos antes mencionados son tardíos, evidentemente posteriores a la muerte de Pablo de Tarso, lo cual puede ilustrar un problema general de los términos de la religión cristiana si los estudiamos cronológicamente: su uso en autores de segunda o tercera generación quizá no sea el propio de quienes integraban la primera generación de seguidores o incluso del mismo Jesús de Nazaret.
Lo que sí podemos entender es que, para la época en que se editó el libro Hechos de los apóstoles (bien sea en los años noventa del primer siglo o unos veinte años más tarde, sigue el debate), la palabra “cristiano” estaba consolidada como el adjetivo que se refería a los seguidores de una nueva religión.
Es decir, los textos apuntalan las siguientes conclusiones: es casi una obligación distinguir el uso que cada escritor hizo de las palabras más importantes de la nueva religión; los diversos usos y autores han de ser estratificados convenientemente para no confundir los datos históricos que, con la buena fe exigible a quien investigue, pueden deducirse a la larga; la estratificación terminológica ha de exigir también un enorme rigor a la hora de traducir o de comentar la traducción ofrecida para cada texto. Un tercer pasaje de notable antigüedad y posiblemente fechable a finales del siglo I es el siguiente (Didaché 12, 4):
“Si no tiene oficio, provean según la prudencia, de modo que no viva entre ustedes cristiano alguno ocioso”.
Referido a quienes aparecían por las comunidades de finales del siglo I y pretendían vivir, como se dice ahora, “del cuento”.
Si todos estos datos y deducciones son correctos, también podemos pensar qué queremos decir con “orígenes del cristianismo”: si se trata del momento mismo de la aparición del cristianismo, quizá ésta no sucediera en vida de Jesús de Nazaret, ni siquiera de Pablo de Tarso, sino cuando comenzamos a ver el término, hacia los años 80-90 del siglo I. si se trata de los acontecimientos que llevaron a la aparición de ese movimiento religioso, es necesario distinguir claramente para que “orígenes” no sea una palabra usada demasiado vagamente y acabemos por equivocarnos al confundir los “previos” con el “momento concreto”.
Saludos cordiales.
www.eugenigomezsegura.es
logos@eugeniogomezsegura.es
La expresión “orígenes del cristianismo” debería indicar el proceso de aparición de una religión que acabó siendo denominada “cristianismo”. Pero quizá debamos investigar algunos detalles sobre lo que creemos son los orígenes de esta religión.
Para comenzar por algún lado, podemos indicar que “cristianismo” es una palabra de curiosa etimología. Basada sobre el término griego Cristo, “christós” (χριστός), constituido en título del personaje conocido Jesús de Nazaret, “cristianismo” incluye la terminación -ismo que en griego viene a significar “actividad, doctrina, sistema”, tal como decimos “marxismo” o “fascismo”.
Pero este sufijo se añadió a una palabra de origen curioso: cristiano. Es curiosa porque, sobre el ya mencionado término griego “christós” se añadió el sufijo latino -anus. Éste indica “relación, pertenencia, procedencia”. “Cristiano”, por tanto, significaría que alguien o algo está relacionado con Cristo. Lo curioso es que esta denominación es romana, como demuestra el sufijo latino.
Esto lleva a pensar desde cuándo se utiliza el adjetivo “cristiano” en las propias fuentes neotestamentarias o de los primeros escritores de la literatura cristiana. Los datos de que dispongo indican que las citas más antiguas en las que podemos leer en griego la palabra “cristiano” (χριστιανός) son las siguientes:
Hch 11, 25-26: Y salió para Tarso a buscar a Saulo, y tras encontrarlo lo llevó a Antioquía. Y les sucedió que durante un año completo se unieron a esa iglesia y enseñaron, y que, en Antioquía por primera vez, los discípulos fueron llamados cristianos.
Hch 26, 27-29: “¿Crees, rey Agripa, en los profetas? Sé que crees”. Y Agripa a Pablo: “Por poco me convences de hacerme cristiano”. Pero Pablo (dijo): “Rogaría a Dios que, por poco o por mucho, no sólo a ti, sino también a todos los que me oyen hoy se convirtieran en lo que yo soy aparte de estas cadenas”.
El hecho que apunta la primera cita estaría datado muy tempranamente, cuando Pablo (entonces Saulo) conoció la comunidad de Antioquía entre los años 37-44. Sin embargo, es chocante que, si esta denominación ya era efectiva tan temprano, el propio Pablo no utilizara el término en ninguna de sus cartas reconocidas como auténticas y fechadas entre los años 50-58.
De hecho, según el estudioso alemán Neugabauer, en algunas ocasiones Pablo se sirvió de la expresión “en Cristo” para indicar algo así como “cristianamente”, es decir, “relativo a Cristo” o “al modo de Cristo”. Por ejemplo, el autor alemán argumentó que expresiones como “en la carne” equivalían a “carnalmente”, por lo que aconsejaba traducir “en cristo” como cristianamente en algún caso (οἶδα ἄνθρωπον ἐν Χριστῷ 2 Cor 12, 2: conozco a un “hombre en Cristo”, que él traduciría como “un hombre cristiano”).
De hecho, los fragmentos de Hechos antes mencionados son tardíos, evidentemente posteriores a la muerte de Pablo de Tarso, lo cual puede ilustrar un problema general de los términos de la religión cristiana si los estudiamos cronológicamente: su uso en autores de segunda o tercera generación quizá no sea el propio de quienes integraban la primera generación de seguidores o incluso del mismo Jesús de Nazaret.
Lo que sí podemos entender es que, para la época en que se editó el libro Hechos de los apóstoles (bien sea en los años noventa del primer siglo o unos veinte años más tarde, sigue el debate), la palabra “cristiano” estaba consolidada como el adjetivo que se refería a los seguidores de una nueva religión.
Es decir, los textos apuntalan las siguientes conclusiones: es casi una obligación distinguir el uso que cada escritor hizo de las palabras más importantes de la nueva religión; los diversos usos y autores han de ser estratificados convenientemente para no confundir los datos históricos que, con la buena fe exigible a quien investigue, pueden deducirse a la larga; la estratificación terminológica ha de exigir también un enorme rigor a la hora de traducir o de comentar la traducción ofrecida para cada texto. Un tercer pasaje de notable antigüedad y posiblemente fechable a finales del siglo I es el siguiente (Didaché 12, 4):
“Si no tiene oficio, provean según la prudencia, de modo que no viva entre ustedes cristiano alguno ocioso”.
Referido a quienes aparecían por las comunidades de finales del siglo I y pretendían vivir, como se dice ahora, “del cuento”.
Si todos estos datos y deducciones son correctos, también podemos pensar qué queremos decir con “orígenes del cristianismo”: si se trata del momento mismo de la aparición del cristianismo, quizá ésta no sucediera en vida de Jesús de Nazaret, ni siquiera de Pablo de Tarso, sino cuando comenzamos a ver el término, hacia los años 80-90 del siglo I. si se trata de los acontecimientos que llevaron a la aparición de ese movimiento religioso, es necesario distinguir claramente para que “orígenes” no sea una palabra usada demasiado vagamente y acabemos por equivocarnos al confundir los “previos” con el “momento concreto”.
Saludos cordiales.
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