Horus, Osiris e Isis, 22ª dinastía. Louvre. Tomada de Wikimedia Commons.
Isis fue la divinidad que en Egipto encarnó el ideal de matrimonio y maternidad. Según el relato que el griego Plutarco nos legó (relato que ni es el más antiguo, ni el más depurado, ni el más egipcio, pero sí el más sistemático), las peripecias que Isis vivió incluyen una inconmensurable fidelidad hacia su esposo Osiris.
El nombre Isis es la versión griega del egipcio Aset, que parece significar “asiento”, “trono”, que es en realidad el tocado que aparece sobre su cabeza en muchísimas representaciones. Isis-Aset conoció la desgracia cuando Set, cuñado suyo, mató a Osiris y, para certificar esta muerte, desmembró el cadáver, acto que simbolizaría lo inexorable de la muerte: tal como quedan los huesos de un esqueleto tras perder carne y tendones, sueltos y sin posibilidad de recomposición y, por lo tanto, de vida, así quedó el cadáver, predispuesto a la inexistencia más certificada de la historia. Además (su inquina era mucha), Set diseminó los trozos del cadáver por el mundo conocido entonces.
Isis, de ahí su importancia como modelo de esposa, recorrió ese mundo para recolectar las partes de Osiris y recomponerlas con el fin de celebrar los debidos ritos fúnebres, cosa que también había querido evitar Set. De manera que el mito de la diosa dio pie a considerarla la advocación de la magia, del paso de la vida a la muerte y, con el tiempo, de la navegación (con el tiempo porque los egipcios navegaron poco fuera de su país, y fue la influencia que el culto a Isis tuvo en los marineros que llegaban al Delta lo que facilitó su expansión por el Mediterráneo).
Derivados de estos dos primeros aspectos (matrimonio y magia), surgen dos temas más, sutilmente ligados entre sí. El afecto que Isis y Osiris sentían entre ellos venció a la muerte y posibilitó que la diosa, mediante su potencia mágica, revitalizara a su esposo para que, en una única ocasión, ella quedara milagrosamente embarazada de su futuro hijo Horus. Así, se creó una tríada divina, una sagrada familia que enlazaba generaciones y servía para constituir un sólido modelo de herencia que serviría para legitimar a todo nuevo rey de Egipto: frente a los ataques de quienes aspiraran a conquistar el trono, el mito dotaba de respaldo divino a la herencia del cargo por sangre más que por méritos personales, políticos o militares. Así, la religión era el asiento para alcanzar el trono del país.
Y el caso es que el mito otorga a Osiris recibe un doble papel: Por un lado, es la divinidad señora de quienes ya han dejado de habitar entre los vivos, pero no exactamente de los que ya no pueden existir, que no es lo mismo. Gracias a Isis, él superó el no poder volver a existir y pasó a una vida distinta, vida post mortem y ajena a la vida que conocemos, pero vida al fin y al cabo. Se hizo de él un rey para los muertos. Por otra parte, Osiris, que fue llevado a un último acto sexual maravilloso tras su asesinato, fue el dios del cultivo del cereal. Los granos, ya muertos en apariencia, resurgen a la vida una vez cultivados. En este sentido, son famosos los “ladrillos de Osiris”, ladrillos de adobe (paja y tierra) que incorporaban un vaciado de la figura del dios en cuyo interior se depositaba tierra y semillas, y que, convenientemente regados, daban como resultado plantas de trigo que acababan por dar la espiga llena de grano (por otra parte, la unión de agricultura y muerte no es ajena a otros lugares del Mediterráneo).
El ejemplo de Isis, Osiris y Horus, muestra, por tanto, la innegociable unión entre matrimonio, maternidad, agricultura y religión de la que ahora hablamos. Isis, ya en el mundo grecorromano, fue el modelo de maga y madre (había desbancado a Hathor de este papel), de reina del mundo, patrona de la marinería y la buena suerte. Fue convertida en propiciadora de la vida y la prosperidad cuando aparecía representada con un timón de barco y se le añadía la Cornucopia, el cuerno de la abundancia agrícola. En definitiva, la Gran Madre que protegía los destinos de su casa, sus tierras y el mundo en su totalidad, el de los vivos y el de los ya no vivos.
Saludos cordiales.
Isis fue la divinidad que en Egipto encarnó el ideal de matrimonio y maternidad. Según el relato que el griego Plutarco nos legó (relato que ni es el más antiguo, ni el más depurado, ni el más egipcio, pero sí el más sistemático), las peripecias que Isis vivió incluyen una inconmensurable fidelidad hacia su esposo Osiris.
El nombre Isis es la versión griega del egipcio Aset, que parece significar “asiento”, “trono”, que es en realidad el tocado que aparece sobre su cabeza en muchísimas representaciones. Isis-Aset conoció la desgracia cuando Set, cuñado suyo, mató a Osiris y, para certificar esta muerte, desmembró el cadáver, acto que simbolizaría lo inexorable de la muerte: tal como quedan los huesos de un esqueleto tras perder carne y tendones, sueltos y sin posibilidad de recomposición y, por lo tanto, de vida, así quedó el cadáver, predispuesto a la inexistencia más certificada de la historia. Además (su inquina era mucha), Set diseminó los trozos del cadáver por el mundo conocido entonces.
Isis, de ahí su importancia como modelo de esposa, recorrió ese mundo para recolectar las partes de Osiris y recomponerlas con el fin de celebrar los debidos ritos fúnebres, cosa que también había querido evitar Set. De manera que el mito de la diosa dio pie a considerarla la advocación de la magia, del paso de la vida a la muerte y, con el tiempo, de la navegación (con el tiempo porque los egipcios navegaron poco fuera de su país, y fue la influencia que el culto a Isis tuvo en los marineros que llegaban al Delta lo que facilitó su expansión por el Mediterráneo).
Derivados de estos dos primeros aspectos (matrimonio y magia), surgen dos temas más, sutilmente ligados entre sí. El afecto que Isis y Osiris sentían entre ellos venció a la muerte y posibilitó que la diosa, mediante su potencia mágica, revitalizara a su esposo para que, en una única ocasión, ella quedara milagrosamente embarazada de su futuro hijo Horus. Así, se creó una tríada divina, una sagrada familia que enlazaba generaciones y servía para constituir un sólido modelo de herencia que serviría para legitimar a todo nuevo rey de Egipto: frente a los ataques de quienes aspiraran a conquistar el trono, el mito dotaba de respaldo divino a la herencia del cargo por sangre más que por méritos personales, políticos o militares. Así, la religión era el asiento para alcanzar el trono del país.
Y el caso es que el mito otorga a Osiris recibe un doble papel: Por un lado, es la divinidad señora de quienes ya han dejado de habitar entre los vivos, pero no exactamente de los que ya no pueden existir, que no es lo mismo. Gracias a Isis, él superó el no poder volver a existir y pasó a una vida distinta, vida post mortem y ajena a la vida que conocemos, pero vida al fin y al cabo. Se hizo de él un rey para los muertos. Por otra parte, Osiris, que fue llevado a un último acto sexual maravilloso tras su asesinato, fue el dios del cultivo del cereal. Los granos, ya muertos en apariencia, resurgen a la vida una vez cultivados. En este sentido, son famosos los “ladrillos de Osiris”, ladrillos de adobe (paja y tierra) que incorporaban un vaciado de la figura del dios en cuyo interior se depositaba tierra y semillas, y que, convenientemente regados, daban como resultado plantas de trigo que acababan por dar la espiga llena de grano (por otra parte, la unión de agricultura y muerte no es ajena a otros lugares del Mediterráneo).
El ejemplo de Isis, Osiris y Horus, muestra, por tanto, la innegociable unión entre matrimonio, maternidad, agricultura y religión de la que ahora hablamos. Isis, ya en el mundo grecorromano, fue el modelo de maga y madre (había desbancado a Hathor de este papel), de reina del mundo, patrona de la marinería y la buena suerte. Fue convertida en propiciadora de la vida y la prosperidad cuando aparecía representada con un timón de barco y se le añadía la Cornucopia, el cuerno de la abundancia agrícola. En definitiva, la Gran Madre que protegía los destinos de su casa, sus tierras y el mundo en su totalidad, el de los vivos y el de los ya no vivos.
Saludos cordiales.