Vista de la comarca de Argos desde el santuario de Hera. Tomado de https://live.staticflickr.com/8583/28788720465_11e86147ae_b.jpg
El libro de F. de Polignac Naissance de la cité grecque (París, 1984), tal como comenté en un post anterior, resulta ser una gran herramienta a la hora de entender la importancia del espacio en las religiones agrícolas. Centrado, obviamente, en el mundo griego en pleno proceso formativo (1000-650 a. C), muestra procesos muy interesantes que pueden ser aplicados con la debida cautela a otros paisajes históricos a la vez que sirve de modelo de algunos conceptos generales de análisis.
Su capítulo segundo está dedicado a la localización de los santuarios fuera del núcleo urbano. En un primer apartado (Sanctuaire, terre et territoire) de Polignac señala que en muchos casos de la Grecia arcaica los santuarios no urbanos estaban situados precisamente en los límites de la comarca adscrita a un núcleo urbano. Estos santuarios indicaban tanto la presencia divina como la sanción divina de las posesiones de la ciudad correspondiente. Podríamos decir que servían para inspirar tranquilidad desde varios puntos de vista: El santuario implicaba que el terreno comprendido entre núcleo urbano y santuario estaba bajo control del primero; La divinidad venerada en el santuario garantizaba la protección divina a los límites establecidos; Estas ideas transmitían además la sensación de orden, aspecto muy importante de la idea de divinidad; Si la comarca era pequeña, estos santuarios eran visibles desde prácticamente todos los puntos de la misma; si era una polis ya muy extensa, la seguridad que transmitía saber que el santuario estaba donde debía estar alcanzaba los mismos efectos psicológicos en el habitante de la zona.
De entre los varios casos que cita de Polignac destaca el de la ciudad de Argos. A propósito de su célebre Heraion, templo dedicado a la diosa Hera, el autor destaca la posición geográfica del mismo respecto a la ciudad. De hecho, la visita hoy en día a la zona aún permite darse cuenta de algunos detalles comentados más arriba: una vez se sale de los aledaños de la población moderna por su lado noreste y se dirige la mirada hacia la línea de montes que hay en esa dirección, se puede observar, en la pendiente que da hacia nuestro punto de vista, un lugar situado a poco más de ocho kilómetros, una pequeña planicie entre pendientes llenas de olivos donde se distinguen los restos de una edificación de blanco mármol, el antiguo templo de la diosa. Entre santuario y ciudad se extiende la vasta zona agrícola de Argos; además, casi desde cualquier punto de la comarca, delimitada por montañas, el valle que lleva a Micenas, y el mar, puede contemplarse el punto concreto de este santuario principal de la comunidad; igualmente, desde él se otea toda la comarca.
Esta localización tiene otras peculiaridades: el santuario está en el camino que lleva a la mítica Micenas, que está situada en un promontorio muy cercano (pero dentro) del límite montañoso de la polis de Argos, más al norte. Desde Micenas se puede observar la llanura de Argos y, conociéndolo, identificar el punto concreto del santuario; el santuario controla perfectamente el trayecto entre la comarca de Argos y la de Nemea, otra polis situada inmediatamente al norte y colindante con Argos al sur y Corinto al este. El evidente carácter defensivo que atesoraba el Heraion como punto de vigilancia del camino hacia Nemea muestra otra cualidad psicológica y ordenadora que atesoraban muchos santuarios extramuros o incluso limítrofes. Recuérdese la importancia que para entender el mundo agrícola señalé al tratar la división productiva que se constata en las comarcas agrícolas (núcleo urbano, terreno agrícola, terreno de monte o boscoso).
Un detalle más que comentar es el hecho de que, a lo largo del camino entre Argos y la citada Nemea, hay un santuario que marca el camino desde el lado de la segunda: el también muy célebre templo de Zeus en Nemea, sede de los juegos nemeos y lugar en cuyas inmediaciones se sitúa la hazaña de Heracles y el león.
En su libro, de Polignac concluye el breve pero sustancioso estudio del Heraion de Argos con dos ideas complementarias dentro de la mentalidad griega: en lo que podríamos denominar como concepto de civilización, un complejo de ciertas tomas de decisiones políticas y militares (defensa y vigilancia), así como ciertas costumbres ya claramente convertidas en tradicionales (religiosidad), apuntalaban y protegían la necesaria y ansiada estabilidad el ciclo económico agrícola que colocaba al hombre entre naturaleza salvaje y naturaleza doméstica (bosque-agricultura); en lo tocante al orden de las relaciones entre personas, comarcas, etc., las circunstancias y esencia de una sociedad concreta vienen estabilizadas por la existencia de señalizaciones precisas del espacio tanto como por la existencia de prácticas tradicionales bien codificadas desde el punto de vista religioso. De esta manera se establecen relaciones controladas entre varios mundos (estados, municipios; pero también dioses y hombres, hombres y demonios), mundos que quedan así ordenados y bien definidos para uso psicológico humano.
Su capítulo segundo está dedicado a la localización de los santuarios fuera del núcleo urbano. En un primer apartado (Sanctuaire, terre et territoire) de Polignac señala que en muchos casos de la Grecia arcaica los santuarios no urbanos estaban situados precisamente en los límites de la comarca adscrita a un núcleo urbano. Estos santuarios indicaban tanto la presencia divina como la sanción divina de las posesiones de la ciudad correspondiente. Podríamos decir que servían para inspirar tranquilidad desde varios puntos de vista: El santuario implicaba que el terreno comprendido entre núcleo urbano y santuario estaba bajo control del primero; La divinidad venerada en el santuario garantizaba la protección divina a los límites establecidos; Estas ideas transmitían además la sensación de orden, aspecto muy importante de la idea de divinidad; Si la comarca era pequeña, estos santuarios eran visibles desde prácticamente todos los puntos de la misma; si era una polis ya muy extensa, la seguridad que transmitía saber que el santuario estaba donde debía estar alcanzaba los mismos efectos psicológicos en el habitante de la zona.
De entre los varios casos que cita de Polignac destaca el de la ciudad de Argos. A propósito de su célebre Heraion, templo dedicado a la diosa Hera, el autor destaca la posición geográfica del mismo respecto a la ciudad. De hecho, la visita hoy en día a la zona aún permite darse cuenta de algunos detalles comentados más arriba: una vez se sale de los aledaños de la población moderna por su lado noreste y se dirige la mirada hacia la línea de montes que hay en esa dirección, se puede observar, en la pendiente que da hacia nuestro punto de vista, un lugar situado a poco más de ocho kilómetros, una pequeña planicie entre pendientes llenas de olivos donde se distinguen los restos de una edificación de blanco mármol, el antiguo templo de la diosa. Entre santuario y ciudad se extiende la vasta zona agrícola de Argos; además, casi desde cualquier punto de la comarca, delimitada por montañas, el valle que lleva a Micenas, y el mar, puede contemplarse el punto concreto de este santuario principal de la comunidad; igualmente, desde él se otea toda la comarca.
Esta localización tiene otras peculiaridades: el santuario está en el camino que lleva a la mítica Micenas, que está situada en un promontorio muy cercano (pero dentro) del límite montañoso de la polis de Argos, más al norte. Desde Micenas se puede observar la llanura de Argos y, conociéndolo, identificar el punto concreto del santuario; el santuario controla perfectamente el trayecto entre la comarca de Argos y la de Nemea, otra polis situada inmediatamente al norte y colindante con Argos al sur y Corinto al este. El evidente carácter defensivo que atesoraba el Heraion como punto de vigilancia del camino hacia Nemea muestra otra cualidad psicológica y ordenadora que atesoraban muchos santuarios extramuros o incluso limítrofes. Recuérdese la importancia que para entender el mundo agrícola señalé al tratar la división productiva que se constata en las comarcas agrícolas (núcleo urbano, terreno agrícola, terreno de monte o boscoso).
Un detalle más que comentar es el hecho de que, a lo largo del camino entre Argos y la citada Nemea, hay un santuario que marca el camino desde el lado de la segunda: el también muy célebre templo de Zeus en Nemea, sede de los juegos nemeos y lugar en cuyas inmediaciones se sitúa la hazaña de Heracles y el león.
En su libro, de Polignac concluye el breve pero sustancioso estudio del Heraion de Argos con dos ideas complementarias dentro de la mentalidad griega: en lo que podríamos denominar como concepto de civilización, un complejo de ciertas tomas de decisiones políticas y militares (defensa y vigilancia), así como ciertas costumbres ya claramente convertidas en tradicionales (religiosidad), apuntalaban y protegían la necesaria y ansiada estabilidad el ciclo económico agrícola que colocaba al hombre entre naturaleza salvaje y naturaleza doméstica (bosque-agricultura); en lo tocante al orden de las relaciones entre personas, comarcas, etc., las circunstancias y esencia de una sociedad concreta vienen estabilizadas por la existencia de señalizaciones precisas del espacio tanto como por la existencia de prácticas tradicionales bien codificadas desde el punto de vista religioso. De esta manera se establecen relaciones controladas entre varios mundos (estados, municipios; pero también dioses y hombres, hombres y demonios), mundos que quedan así ordenados y bien definidos para uso psicológico humano.