Bitácora

capitulo II serie Chile y Perú en La Haya

José Rodríguez Elizondo


LA SECRETA MISION  DEL EMBAJADOR BAKULA

Cuando el joven líder aprista Alan García Pérez asumió su primera Presidencia del Perú, en 1985, quiso ser revolucionario y pragmático en política exterior. Para ello, dispuso negociar el finiquito de los temas pendientes del Tratado de 1929, al costo        eventual de abrazarse con Augusto Pinochet en la frontera. La disidencia chilena se alarmó y se lo hizo saber: era estupendo tener la fiesta en paz entre los pueblos, pero no que un líder democrático le hiciera fiestas al dictador. Paralelamente, Torre Tagle     -la cancillería peruana- informaba que Pinochet, con parientes y simpatías en Bolivia, preparaba otro “charañazo”. Sumando y restando, García optó por Maquiavelo: negociaría con Chile el fin de los temas pendientes y, al mismo tiempo, daría luz verde a un proyecto secreto: el desconocimiento de la frontera marítima vigente. La primera misión sería pública y correría por cuenta de su talentoso canciller Allan Wagner. La segunda sería secreta y se le encomendaría al respetado embajador Juan Miguel Bákula.
LA PRIMERA NOTIFICACIÓN
El 23 de mayo de 1986, a media mañana, el canciller chileno Jaime del Valle recibió al embajador Bákula, a pedido de Allan Wagner. Sin testigos y durante 40 minutos, escuchó un discurso extrañísimo. Es que, mientras él negociaba con su homólogo (y en muy buenos términos) el finiquito de las obligaciones pendientes con Perú, ese señor setentón, calvito y elocuente le planteaba un problema nuevo y más relevante: el de la inexistencia de una frontera marítima.
Según Bákula, los espacios marítimos de Chile y Perú no estaban delimitados y las convenciones (no dijo “tratados”) de 1952 y 1954 eran meras fórmulas para la solución de problemas puntuales. Por tanto, era preciso delimitar “de manera formal y definitiva” los mares peruano y chileno, según las normas de equidad de la Convención del Derecho del Mar de la ONU.
Del Valle debió percibir la gravedad del tema, cuando escuchó que la presunta carencia de límites afectaba la amistosa conducción de la relación bilateral. Y más, cuando el enviado advirtió que la suya era “la primera presentación por los canales diplomáticos” que Perú formulaba ante el gobierno de Chile.
Cabe advertir que nada de lo anterior consta oficialmente en Chile. Lo narrado proviene de la versión del propio Bákula. Como no ha sido desmentida, uno puede imaginar el íntimo asombro de Del Valle y comprender lo que se le ocurrió solicitar: un texto escrito de lo expuesto. Un “memito”, como decimos en Chile.
Tácticamente, fue el minuto fatal. Bákula salió de la entrevista rumbo a la misión de su país, a cargo del hace poco fallecido embajador Luis Marchand Stens. Pidió una máquina de escribir, tecleó él mismo su versión de lo dicho y Marchand se encargó de oficializarla, con sello y número. En menos de cinco horas llegó a la cancillería chilena el memo solicitado, con  la Nota 5-4-M/147, de Torre Tagle.
Por reflejo profesional, algunos directores de Cancillería y el embajador de Chile en Lima, Juan José Fernández, aconsejaron responder ese memo. En vez de eso, el 19 de junio la Cancillería emitió un comunicado con dos puntos. En el primero consignó “la visita” de Bákula, quien había intercambiado puntos de vista sobre la Comisión Permanente del Pacífico Sur y la Organización Latinoamericana de Pesca. Por el segundo, informó que el visitante “dió a conocer el  interés del gobierno peruano para iniciar en el futuro conversaciones entre ambos países acerca de sus puntos de vista referentes a la delimitación marítima”. Como colofón, expresó que el canciller “tomó nota de lo anterior manifestando que “oportunamente se harán estudios sobre el particular”.
Puede que Del Valle dispusiera ese texto para sostener la gestión principal que manejaba con Wagner. Pero, para Bákula significó que “no se había producido un rechazo a la presentación que estuvo a mi cargo”, porque Chile no estaba seguro de su posición. Así lo consignó en su último libro de 2008
MISTERIO TRILATERAL
Walter Montenegro, notable diplomático boliviano ya fallecido, escribió en 1986 que “a Chile le importa más quedar bien con el Perú que con Bolivia, y el Perú no hará nada que lo indisponga con Chile”. Alan García le complejizó el aserto: ese año arriesgó indisponerse con Chile y quedar mal con Bolivia.
Si eso no pareció evidente, se debió a la capacidad de despiste de García y a que su enviado diplomático se manejó en el secreto más absoluto. Un político tan prominente como Carlos Ferrero –ex Presidente del Congreso, ex Presidente del Consejo de Ministros de Fujimori y hermano de un canciller del mismo Presidente- me diría que sólo en 2006 se enteró del tema. Un destacado diplomático contaría que, para enterarse, debió acceder a una bóveda blindada de la Cancillería, con prohibición de copiar nada y con el tiempo acotado. Por otra parte, el silencio de Pinochet  selló el círcuito, haciendo de la gestión Bákula un misterio casi perfecto.
Por eso, los desencriptadores no advirtieron que, un mes antes había llegado a Santiago Jorge Siles Salinas, Cónsul General de Bolivia, para negociar con Del Valle (incidentalmente, su cuñado) el tema de la salida soberana al mar. Aunque invocaba el “enfoque fresco” del Presidente Víctor Paz Estenssoro,  lo que traía era una reposición de los Acuerdos de Charaña. El general Pinochet lo recibió sólo una vez y no le soltó prenda. Según fuentes bolivianas, el general estaba bien dispuesto, pero chocaba con la resistencia del almirante José Toribio Merino. En junio de 1987, tras complicados avatares, Chile declaró inadmisible la propuesta boliviana, el Cónsul renunció a su cargo y, días después, del Valle salió de la Cancillería.
Es interesante agregar que Siles Salinas contaba sus negociaciones al ya mencionado embajador Luis Marchand. Según propia confesión, lo hacía para que no lo acusaran de actuar a espaldas de Perú. Pese a ello (¿o precisamente por ello?), en Torre Tagle sonaron las alarmas: Bolivia volvía a la carga por Arica. El canciller Wagner incluso se lo habría advertido, en forma simpática, a su homólogo boliviano Guillermo Bedregal: “no nos vayan a salir con otro charañazo”. 
En entrevista publicada en 2011, Del Valle contó un raro episodio de esa misma época: un embajador peruano “que no era el acreditado oficialmente en Chile”, le dijo que Perú “no veía con buenos ojos la posibilidad de tener fronteras comunes con Bolivia en el norte de Chile”.  Este nuevo misterio me hizo recordar dos cosas. Una, que entrevistando al mismo Del Valle en 2008, éste dijo no recordar a Bákula, aunque manejaba el detalle de sus negociaciones con Wagner. La otra, un párrafo de 2008 de Bákula, sobre su visita, que me pareció superfluo: “al término de mi exposición (…) no se trató tema alguno diferente…”
Eso no sería todo. En mayo de este año, Siles Salinas publicó el libro Sí, el mar, con las memorias de su fracaso. Lo hizo con galanura, distribuyendo gratitudes y asignando culpas. Sin embargo, omitió la paralela gestión de Bákula, pese a que ésta bloqueó la negociación que se le había encomendado. Más notable aún, el nombre de Bákula no aparece en las 224 páginas de su libro.
 
ENTRE LA LEY Y LA VOCACION
Bákula podía pensar los conflictos con Chile desde el rasante nivel del alegato o desde la altura del análisis. En lo primero afirmaba, enfático, que su gestión no tenía relación con la historia ni con los valores intangibles de la patria: “en este litigio de carácter estrictamente jurídico no está en juego ni el honor nacional ni la soberanía del Perú (revista Caretas del 19/ 03/ 2009).
Sin embargo, en su obra mayor de 2002, luce un conocimiento cabal de los límites del derecho en materia estratégica. Asumiendo las lecciones de la historia y su propia experiencia como ex director de Fronteras y Límites, afirma que el diplomático debe ser “un hábil diseñador de soluciones antes no intentadas” y no conformarse con ser un mero conocedor de jurisprudencia litigiosa, que maneja títulos “bajo el privilegio de estrictos dogmas jurídicos”. Aquello conducía al “conflicto interminable” y él prefería la diplomacia sin corsé jurídico, sobre todo “no teniendo el Perú pendiente la solución de problema alguno de ese carácter”.
Había una contradicción importante, aunque no insólita, entre el Bákula pensador y el Bákula mensajero. Distintos roles imponen distintos deberes, que otros analistas deben comprender, aunque eventualmente se sorprendan.
 
ENTRE EL CARIÑO Y LA ARROGANCIA
Por su gestión, suele identificarse a Bákula con el antichilenismo peruano.
Nunca lo ví así, pues en diplomacia las cosas no suelen ser lo que parecen. Más bien adhiero a una de las sabidurías en píldora que me legara Carlos Martínez Sotomayor. Para ese estadista -que fue canciller y embajador en Perú-, era tonto clasificar a los peruanos como pro-chilenos o anti-chilenos: “su obligación es ser pro-peruanos”, sentenciaba. En tal sentido, Bákula fue un pro-peruano muy potente y no fue su culpa que no tuviéramos un anti-Bákula a mano.
Pese a la diferencia de edad –murió el 2010 a los 96 años-, fuimos amigos. A propósito de una antigua destinación en Chile, solía decir que, por la profundidad y consistencia de las relaciones humanas, sociales y económicas, era el país con el cual mejor podía llevarse Perú. Su hija Cecilia dio testimonio de ese afecto, al escribir que aquí vivieron “dos años de plenitud y alegría”.
En 2002 me pidió co-presentar su obra mayor, en dos tomos, sobre política exterior peruana.  Aprecié su gesto y su coraje intelectual, pues ahí removió los escombros sico-históricos de la relación bilateral, a partir del impacto de la independencia. Reconoció que Chile ganó estatus y Perú lo perdió, admitió el sacrificio que significó montar la expedición libertadora y el sentido integrador de O’Higgins. También afirmó que la crisis institucional peruana se había generado 50 años antes de la Guerra del Pacífico, cosa que la memoria peruana prefería olvidar. De paso, criticó a los estudiosos “acostumbrados a entender la relación peruano-chilena como una pugna imborrable que era preciso mantener”.
Sin embargo, como casi todos los grandes talentos de su país, Bákula percibía esa imagen de arrogancia chilena que el internacionalista Alberto Ulloa caracterizara como “afán de tutela”. Asumiendo que “la política también se nutre de sentimientos”, vinculaba ese percepción con la relación chileno-boliviana post 1929. Por lo mismo, le pareció intolerable que, en 1985, Bolivia iniciara una nueva ronda de negociaciones para adquirir soberanía sobre parte de Arica. Pero, más le molestó la aceptación chilena de la “conveniencia o la posibilidad de volver a tratar el tema”.
EPÍLOGO POLÉMICO
Cuando descubrí que Charaña era el eslabón perdido de la pretensión marítima peruana y se lo conté, por mail, Bákula lo tomó a mal. Personalizando, me dijo que no se le había pasado por la cabeza que su mensaje del 86 tuviera que ver con Bolivia. Lo mío era dudar de su integridad como “intérprete” de Alan García. Repliqué que, en rigor, sólo podía hablar por él mismo, pues las tareas que encarga el Principe pueden tener motivaciones complejas. Soslayando el argumento, me insistió: él no fue un  mero autómata y entonces Bolivia no estaba en la preocupación del Perú, ni de Wagner ni de García ni de la suya propia.
El tema lo afectó pues, cuatro meses después de presentada la demanda peruana,  hizo público parte de nuestro debate privado. Debí responderle por los medios y eso deterioró la calidad de la relación, sin ventaja alguna para la transparencia. Hoy pienso que fue su reacción de intelectual apasionado, ubicado en ese estrecho pasillo donde se unen y separan la verdad y el deber.
También lo entiendo mejor, pues aprendí que, en este tipo de conflictos, quien quiera pensar con cabeza propia es un mensajero al que se debe disparar.
 
 
 
 
 

José Rodríguez Elizondo
| Jueves, 13 de Diciembre 2012
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