Bitácora

Y ahora, la marcha de Humala

José Rodríguez Elizondo


La historia contemporánea dice que, a partir del caso Lucchetti, los pisotones entre Ricardo Lagos y Alejandro Toledo configuraron un modelo de acritud en cuatro fases: 1) tras determinada iniciativa poco cordial del peruano venía 2) una sobrerreacción del chileno, hasta que 3) éste se veía obligado a recapacitar y entonces 4) ambos llegaban a una distensión en un nivel más bajo de empatía.

Michelle Bachelet y Alan García quisieron salirse de esa trampa tetrafásica, abriendo la puerta a una relación con sonrisas, coincidencias doctrinarias y emulación en lo económico. El gobernante peruano dio el puntapié inicial, con señales de querer encapsular el tema de la redelimitación marítima. La Presidenta chilena le correspondió asumiendo la necesidad de gestos unilaterales de alto impacto político. La devolución de los libros peruanos “autoprestados” durante la ocupación de Lima, era su recurso a la mano.

Como se sabe, tal luna de miel fue interrumpida por una innecesaria indicación legal sobre límites de Arica. Aunque anulada por el Tribunal Constitucional, el caso vino a demostrar que ciertas chapuzas equivalen a las espinacas de Popeye, para los peruanos que nos quieren poco. De partida, resucitó al líder ultranacionalista Ollanta Humala, quien volvió a pregonar la vigencia eterna de la desconfianza y pidió a García las poco patrióticas cabezas de sus ministros de Defensa y Relaciones Exteriores.

Primer éxito notable

En esa línea, el nacionalismo peruano tuvo un primer éxito notable: cambió las prioridades confesas de su gobierno y, de rebote, hizo caer al gobierno chileno en una nueva trampa. En efecto, tras la manifestada “inquietud” del canciller peruano respecto a la teleserie Epopeya, quedó en claro que, para dialogar desde la confianza, ambos gobiernos debían asumir la censura consensuada.

Tal reacción defensiva equivalió a un nuevo tarro de espinacas para Humala. De inmediato, reclamó la redelimitación marítima como primera prioridad de la relación y comenzó a organizar una marcha de sus huestes nacionalistas, que amenaza llegar hoy a la frontera común. Con esto, la inquietud de ambos cancilleres subió un peldaño mayor pues, como apuntara el diputado Jorge Tarud, esa marcha es “mucho más negativa” que la teleserie censurada.

Mientras tanto, Bachelet había dado luz verde a la devolución de los libros peruanos, pero su gesto corre el riesgo de no tener el marco diplomático que merece. En efecto, pese a tratarse de un tema que comenzó a estudiarse por el canciller Enrique Silva, durante el gobierno de Patricio Aylwin y tuvo un principio de ejecución con el canciller José Miguel Insulza, durante el gobierno de Eduardo Frei, hoy aparece extrañamente desvinculado de la Cancillería.

Al parecer, está liderado por nuestra ministra de Cultura, para quien sería una “determinación de política cultural y no de relaciones exteriores”.
Excelente por Paulina Urrutia, quien supo impulsar y asumir lo que estima “una decisión realmente maravillosa”. Pero mejor sería si ella se une con el canciller Alejandro Foxley, para demostrar que la política exterior no se agota en el comercio y también comprende la cultura.


Publicado en La Tercera el 4.4.07.
José Rodríguez Elizondo
| Miércoles, 4 de Abril 2007
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