Bitácora

Variaciones sobre Fidel: Apuntes para entender a dios

José Rodríguez Elizondo


Aunque parezca fantástico, en 1987, Fidel Castro ya había elaborado la teoría de su poder vitalicio. Entrevistado por el periodista italiano Gianni Mina, invocó a Platón para asegurar que, a sus 60 años, estaba en “la edad casi perfecta para ejercer las funciones de gobierno”. Pero, de inmediato, el actual octogenario hizo un alcance: “imagino que 60 años en la época de Platón vienen a ser como 80 hoy”.

Esa precavida extensión analógica se vinculaba con su terror al cambio. “Sería una desgracia pensar que uno ha dedicado toda su vida a algo y que después todo eso se va abajo”, confesó en la misma entrevista. En Buenos Aires –para la toma de posesión de Cristina Kirchner-, demostró que aquel conservadurismo suyo seguía igual de radical. Es lo que se desprende del siguiente diálogo con un periodista argentino:

Periodista. - ¿Cómo se imagina la transición en Cuba?

Castro. - ¿A cuál te refieres, a la que hicimos o a una nueva?

Periodista. - A la nueva.

Castro. - ¿Y hacia dónde? ¿Díganme hacia dónde? Búsquenme un mejor modelo, y yo les juro que empezaría otra vez a luchar otros 50 años por el nuevo modelo.

Es la paradoja de una revolución que se convirtió en paradigma de inmovilidad, por encarnar en un revolucionario narcisista. Y es aquí donde habría que rendirle homenaje a Theodore Draper, el polítólogo norteamericano que caló el fenómeno en profundidad y de manera precoz. En un texto de 1961 señaló, categórico, que Castro “conquistó el poder con una ideología y lo ha conservado con otra”, que ello le permite situarse “dentro y por encima del sistema de gobierno que él mismo ha elaborado”, gracias al cual “lo hace todo, pero no puede ser acusado por nada”.

Lo cierto es que el Castro actual está demostrando que ni invocando a Platón puede convencernos de que está en una edad ideal para gobernar. Más bien lo está para impedir que su hermano gobierne. Prueba de ello está en esas “reflexiones” que publica en Granma, a veces tan desmesuradas como sus discursos de plenitud. Ellas contienen incoherencias, divagaciones y errores que nadie osa “editar” pues, entre el funcionariado y la gerontocracia coral que lo rodea, no hay niño capaz de decirle que está desnudo.

Es el costo del poder total. Ese monstruo que termina por alejar al autócrata de la realidad fragmentada y bloquea su afán por manipular la Historia. Es posible, por tanto, que en vez de esa autoabsolución que Fidel Castro se otorgara en 1953, algún historiador diga de él lo mismo que Walter Laqueur dijera sobre Stalin: “había una veta de locura, sobre todo de paranoia, en su estructura mental”.

Inevitable. No hay dios que pueda actuar como un tipo medianamente normal.

(Sintetizado de articulo publicado en La República, el 17.3.2009)
José Rodríguez Elizondo
| Viernes, 20 de Marzo 2009
| Comentarios