Los chilenos tenemos una experiencia sísmica ancestral. Sin embargo, no hemos asumido su conclusión lógica: las catástrofes naturales son la amenaza mayor para la integridad y seguridad nacionales. Baste pensar que nuestra última guerra se produjo entre 1879-1883 y, desde entonces, casi cada década tiene un cataclismo.
Por eso, si se justifica tener Fuerzas Armadas permanentes, apolíticas, modernas y tecnológicamente bien dotadas, para asegurar la defensa del país, también se justifica tener una institucionalidad de características similares, para prevenir desastres de la naturaleza o mitigar su impacto. De hecho, ningún bombardeo sistemático y prolongado de un eventual enemigo, podría ser más prolijamente destructivo que este terremoto.
Lo urgente sobre lo importante
Sin embargo, Chile sigue improvisando en la materia. Salvo el gobierno del radical Pedro Aguirre Cerda, que creó la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO) y la Corporación de Reconstrucción y Auxilio, para enfrentar el terremoto de 1939, nuestros Presidentes se han conformado con “oficinas de emergencia” que se ven sobrepasadas sistemáticamente. En el subconsciente de cada gobernante pareciera habitar un duende maligno que les dice “privilegiemos lo políticamente urgente, pues el próximo terremoto le toca a tu sucesor”.
Esa opción histórica por “la chapuza” termina favoreciendo soluciones sicológicas o de imagen, como la presencia, lo más ubicua posible, del Jefe de Estado en los lugares siniestrados. En la semana, ese afán hizo perder la noción del tiempo a la Presidenta Michelle Bachelet, hasta el extremo de dejar esperando una hora a su colega peruano Alan García, que llegaba con un importante cargamento de ayuda. Visto que antes había recibido, puntualmente, a Lula y a Hillary Clinton, un sabio y veterano diplomático comentó que “algo demasiado grave, dentro de la gravedad actual, debe haberle sucedido”.
Agréguese que ese actuar con “lo que hay” también favorece las irracionalidades puras. En la tardanza para disponer el envío de tropas al sur, que protegieran a la ciudadanía víctima de pillajes, se dieron la mano la mitología nacionalista según la cual “esas cosas no suceden en Chile” y el temor al incombustible fantasma de Pinochet: “La idea de tener a los militares en la calle no fue fácil”, reconoció, honesto, el ministro de Obras Públicas Sergio Bitar. Quizás por asumirlo, los jefes castrenses no fueron lo bastante rotundos para exponer la necesidad de su presencia inmediata en los lugares vandalizados. Ellos saben muy bien que los chacales de catástrofes no respetan mitologías y operan a favor del miedo.
Sin catecismo a mano
Por otro lado, nuestro déficit histórico se expresa en la carencia de protocolos ad-hoc. Es decir, de textos que pre-establezcan, sin miedo a “causar pánico” y con la simplicidad de un catecismo, las maneras de informar, reaccionar y actuar. Pautas de comportamiento que ilustren sobre la forma de ejercer los liderazgos en casos de catástrofe. A falta de esos manuales, el reciente rosario de tsunamis arrasó no sólo con las cosas, sino, además, con los chilenos desinformados.
Si hasta el Protocolo Diplomático –el protocolo por antonomasia- falló cuando, a falta de una forma prestablecida para solicitar o encauzar la ayuda externa, enviamos señales erróneas. Decir que Chile prefería derivar la ayuda inmediata a Haití y/o recibirla según prioridades específicas, era emitir un concepto muy racional, pero extremadamente anticlimático. Muchos lo interpretaron como una muestra más de nuestra arrogancia: los chilenos queríamos dar otra lección al mundo...
Oportunidad desperdiciada
En medio de la confusión, no evaluamos la única circunstancia novedosa de esta catástrofe: la de que, por ocurrir a días de la transferencia del poder, brindaba, gratis, la posibilidad de una acción conjunta real, con una gran photo- opportunity.
En efecto, la imaginación apolítica permitía diseñar un escenario genuinamente patriótico, con los asesores de imagen escondidos y todas las autoridades unidas, en primer plano, comenzando por la Presidenta en funciones y el Presidente Electo. Todos subordinando sus protagonismos a la eficacia, controlando gandhianamente sus orgullos y dando una lección real al mundo… aunque debieran tragar sapos políticos de rutina.
Lamentablemente, desperdiciamos esa estupenda oportunidad.
Publicado en LaTercera, 7 de marzo 2010