(A la memoria de un gran patriota boliviano )
Por mi experiencia como periodista, aprecio mejor a los autores conversados que a los autores solo leídos. Durante mucho tiempo, mi referente boliviano favorito fue el ilustre Walter Montenegro, a quien conocí cuando él era embajador en el Perú. Pragmático, realista, aplicaba a la controversia con Chile la experiencia de comienzos de la Guerra Fría, cuando muchos buscaban una “solución definitiva” al conflicto global. Parafraseando al célebre diplomático y analista norteamericano George Keenan, solía decir “hay problemas que no admiten soluciones, sino acuerdos”. Un lema que luego incorporó a sus textos.
Con motivo de un evento académico en La Paz, 2011, tuve la oportunidad de conocer a Armando Loaiza Mariaca, quien, a mi juicio, fue el mejor sucesor de Montenegro. Lo menciono en pretérito triste, pues falleció el lunes 18 de enero de 2016, precisamente cuando yo comenzaba a escribir sobre sus posiciones pragmáticas, en un libro que estoy componiendo.
Diplomático profesional, académico y canciller durante el gobierno interino de Eduardo Rodríguez Veltzé, Loaiza siempre tuvo el coraje de plantear sus posiciones con una rara mezcla de firmeza y dulzura. En nuestros intercambios, que se mantuvieron hasta muy poco antes de su fin, ejerció ese talante sin eufemismos.Decía (cortésmente) que los gobiernos de Chile no daban facilidades para quererlos y definía ese déficit como “soberbia”.
Pero, rápido, reconocía que lo principal no era partir de la culpa ajena sino desde la responsabilidad propia. Al respecto, no temía reconocer lo erróneo de haber judicializado la controversia y lamentaba los excesos verbales de su gobierno, tan disfuncionales al diálogo. Pensaba que en esto tenía mucho que ver el irredentismo.
Como canciller, él había asumido, precisamente, la tarea de superar las tensiones producidas durante los gobiernos de Carlos Mesa y Ricardo Lagos. Y lo consiguió. Comenzó trabajando en la “agenda sin exclusiones” que culminó como la “agenda de 13 puntos”, en la cual se incluyó nominativamente, por primera vez, el tema marítimo. Esto, que para los expertos bolivianos fue un gran éxito diplomático (y con razón), Morales se lo apropió por completo, como fruto de su relación política y personal con Michelle Bachelet.
En un texto publicado en La Paz, Loaiza se permitió un público y algo irónico llamado de atención: “Me parece un tanto excesivo que a veces el Gobierno de Evo Morales reclame para sí el mérito de haber incorporado el tema marítimo en la agenda bilateral”.
Él tenía la esperanza de que su presidente perseverara en esa línea de diálogo avanzado. Coincidiendo con los juristas que saben de política internacional, percibía que los jueces no pueden dar soluciones reales a problemas que son esencialmente históricos, geopolíticos y políticos. Notablemente, esa convicción la comunicaba no solo en la reserva de las grandes oficinas paceñas; igual la expresó ante un medio chileno: “Cuando se anunció esto (la demanda), manifesté que me inclinaba por el procedimiento por excelencia de las relaciones internacionales, que es la negociación diplomática”. Incluso agregó un comentario pesaroso: “Hoy es un tema ya nacional, aceptado, al que ya es muy difícil oponerse, eso ya es historia pasada”.
Colaborando con Realidad y Perspectivas, publicación académica que dirijo en mi Facultad de Derecho, escribió con ese mismo talante. Usando un fraseo allendista, dijo que “más temprano que tarde la diplomacia boliviana habrá de concordar con Chile la prosecución del camino arduo de gestionar la vasta agenda bilateral”. Añadió que hacerlo implicaba “consolidar la esencial confianza mutua que ha de impulsar la relación entre ambas naciones”. Ejemplificando, mencionó la relación chileno-peruana por “cuerdas separadas”, que mantuvo el mínimo necesario de cooperación durante el proceso ante la CIJ.
Por cierto, con esa mención al Perú desafiaba la visión irreal o tacticista del bilateralismo. A su juicio, “los tres protagonistas de la Guerra del Pacifico debieran mostrar, en los albores de este nuevo milenio, una insólita capacidad, aun no demostrada, para articular un sistema de paz, integración y seguridad en esa región austral del Pacifico sudamericano”.
Es que el ex canciller reconocía, sin ocultamientos, que el objetivo de los pragmáticos bolivianos seguía siendo el mismo de siempre: “Las propuestas sobre el tema marítimo están sobre la mesa y todas más o menos conducen al mismo punto: un corredor al norte de Arica”.
Por lo señalado, no solo los bolivianos van a añorar a ese transparente ser humano, que fue mi buen amigo Armando.
Por mi experiencia como periodista, aprecio mejor a los autores conversados que a los autores solo leídos. Durante mucho tiempo, mi referente boliviano favorito fue el ilustre Walter Montenegro, a quien conocí cuando él era embajador en el Perú. Pragmático, realista, aplicaba a la controversia con Chile la experiencia de comienzos de la Guerra Fría, cuando muchos buscaban una “solución definitiva” al conflicto global. Parafraseando al célebre diplomático y analista norteamericano George Keenan, solía decir “hay problemas que no admiten soluciones, sino acuerdos”. Un lema que luego incorporó a sus textos.
Con motivo de un evento académico en La Paz, 2011, tuve la oportunidad de conocer a Armando Loaiza Mariaca, quien, a mi juicio, fue el mejor sucesor de Montenegro. Lo menciono en pretérito triste, pues falleció el lunes 18 de enero de 2016, precisamente cuando yo comenzaba a escribir sobre sus posiciones pragmáticas, en un libro que estoy componiendo.
Diplomático profesional, académico y canciller durante el gobierno interino de Eduardo Rodríguez Veltzé, Loaiza siempre tuvo el coraje de plantear sus posiciones con una rara mezcla de firmeza y dulzura. En nuestros intercambios, que se mantuvieron hasta muy poco antes de su fin, ejerció ese talante sin eufemismos.Decía (cortésmente) que los gobiernos de Chile no daban facilidades para quererlos y definía ese déficit como “soberbia”.
Pero, rápido, reconocía que lo principal no era partir de la culpa ajena sino desde la responsabilidad propia. Al respecto, no temía reconocer lo erróneo de haber judicializado la controversia y lamentaba los excesos verbales de su gobierno, tan disfuncionales al diálogo. Pensaba que en esto tenía mucho que ver el irredentismo.
Como canciller, él había asumido, precisamente, la tarea de superar las tensiones producidas durante los gobiernos de Carlos Mesa y Ricardo Lagos. Y lo consiguió. Comenzó trabajando en la “agenda sin exclusiones” que culminó como la “agenda de 13 puntos”, en la cual se incluyó nominativamente, por primera vez, el tema marítimo. Esto, que para los expertos bolivianos fue un gran éxito diplomático (y con razón), Morales se lo apropió por completo, como fruto de su relación política y personal con Michelle Bachelet.
En un texto publicado en La Paz, Loaiza se permitió un público y algo irónico llamado de atención: “Me parece un tanto excesivo que a veces el Gobierno de Evo Morales reclame para sí el mérito de haber incorporado el tema marítimo en la agenda bilateral”.
Él tenía la esperanza de que su presidente perseverara en esa línea de diálogo avanzado. Coincidiendo con los juristas que saben de política internacional, percibía que los jueces no pueden dar soluciones reales a problemas que son esencialmente históricos, geopolíticos y políticos. Notablemente, esa convicción la comunicaba no solo en la reserva de las grandes oficinas paceñas; igual la expresó ante un medio chileno: “Cuando se anunció esto (la demanda), manifesté que me inclinaba por el procedimiento por excelencia de las relaciones internacionales, que es la negociación diplomática”. Incluso agregó un comentario pesaroso: “Hoy es un tema ya nacional, aceptado, al que ya es muy difícil oponerse, eso ya es historia pasada”.
Colaborando con Realidad y Perspectivas, publicación académica que dirijo en mi Facultad de Derecho, escribió con ese mismo talante. Usando un fraseo allendista, dijo que “más temprano que tarde la diplomacia boliviana habrá de concordar con Chile la prosecución del camino arduo de gestionar la vasta agenda bilateral”. Añadió que hacerlo implicaba “consolidar la esencial confianza mutua que ha de impulsar la relación entre ambas naciones”. Ejemplificando, mencionó la relación chileno-peruana por “cuerdas separadas”, que mantuvo el mínimo necesario de cooperación durante el proceso ante la CIJ.
Por cierto, con esa mención al Perú desafiaba la visión irreal o tacticista del bilateralismo. A su juicio, “los tres protagonistas de la Guerra del Pacifico debieran mostrar, en los albores de este nuevo milenio, una insólita capacidad, aun no demostrada, para articular un sistema de paz, integración y seguridad en esa región austral del Pacifico sudamericano”.
Es que el ex canciller reconocía, sin ocultamientos, que el objetivo de los pragmáticos bolivianos seguía siendo el mismo de siempre: “Las propuestas sobre el tema marítimo están sobre la mesa y todas más o menos conducen al mismo punto: un corredor al norte de Arica”.
Por lo señalado, no solo los bolivianos van a añorar a ese transparente ser humano, que fue mi buen amigo Armando.