Bitácora

También fuimos extranjeros

José Rodríguez Elizondo


Si un delincuente chileno se presenta ante el juez, sin su carnet en el bolsillo, puede volver a buscarlo a su casa. Pero, si un extranjero de piel oscura y sin papeles pide protección a un policía, tendría que venir de otra galaxia.

Esa diferencia, que resume la angustia diaria de cualquier indocumentado sudaca, revela la importancia de la amnistía anunciada por el gobierno. Al beneficiar a unos 20 mil latinoamericanos que viven en las cornisas de Chile -marginados de los beneficios sociales, de los servicios educacionales y hasta de la seguridad policial-, puso término al maltrato y a una sequía de iniciativas solidarias.

Agreguemos que el tema tiene una implicancia focalizada, pues 15 mil de esos indocumentados son peruanos. No es casual que el embajador Hugo Otero estuviera en la iniciativa y que entre los beneficiarios haya que contar a las 250 empresas chilenas que operan en el Perú. En virtud del efecto-chanfle, éstas podrán acreditar la amnistía en el activo de sus cuentas de imagen.

Sin duda, es una valiente y significativa señal diplomática. Muestra a Chile haciendo un gesto amistoso al Perú, en el filo de una coyuntura signada por la disputa sobre la frontera marítima. Si la mala opción era amurrarse con reciprocidad, siguiendo la tradición de más de un siglo, hoy estamos por la buena onda. Por platicar la amistad, aunque nos caiga un pleito encima.

Así lo entendieron nuestro canciller Alejandro Foxley y su colega peruano, José A. García Belaunde. Para el primero, la amnistía ayuda a una mejor relación y a superar problemas históricos en aras de “la integración verdadera”. El segundo, agarrando papa al vuelo, expresó el “alto reconocimiento” de su gobierno, pues esto favorece “la consolidación de la relación bilateral y la real integración de los pueblos de ambos países”.

Visto el tema desde la vida simplemente, los 100 mil peruanos que hoy viven en Chile podrán reforzar la red social que vienen tejiendo. Esa que produce familias mixtas, mejora nuestra cultura culinaria, enriquece nuestro vocabulario e incorpora al potentísimo Señor de los Milagros al culto popular. Digamos, de paso, que ya comenzó una original competencia entre el “Señor Morado” y nuestra Virgen del Carmen, de mucho mejor pronóstico que la de los pollos de Bielsa y los pupilos del Chemo del Solar.

Obviamente, la amnistía no alegrará a nuestros xenófobos. Vengan del lumpen o de la pitucancia, esos cavernícolas son replicantes del catalán del metro de Barcelona y sólo se sienten importantes cuando tienen un (a) sudaca a quien humillar. Pero, como contrapartida, la medida será especialmente valorada por los (demasiados) chilenos que vivimos en el exilio, a veces indocumentados y siempre con el mistraliano temor a "una muerte callada y extranjera".

Esos chilenos saben (sabemos) que la solidaridad es la madre de la integración y que ésta no sólo es la superación autosustentable del subdesarrollo. También es un sello de seguridad nacional reforzada.

A mayor abundamiento y aunque algunos seamos agnósticos, los chilenos del exilio sabemos que Dios defiende los derechos humanos de los inmigrantes. Recordamos muy bien la rabia de Yahvé cuando supo del maltrato que sufría su pueblo elegido, a manos de los egipcios xenófobos.

A raíz de esa experiencia, dictó a Moisés una norma, que llevamos siempre a flor de corazón: “No maltratarás al extranjero, ni lo oprimirás, pues extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto".


Publicado en La Tercera el 26.10.07.
José Rodríguez Elizondo
| Domingo, 28 de Octubre 2007
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