Dado que hoy los políticos sólo escriben cortito y en celular, este libro voluminoso debió ser dictado por CFK a una excelente secretaria (o). Muy bien transcrito, la muestra en su exacta oralidad, con su estilo desenfadado, egocéntrico y excesivo. Además, luce su divertido lenguaje inclusivo (“argentinos y argentinas”, "científicos y científicas", “muchos y muchas”, “otros y otras”) que literariamente se sostiene poco, pues se cruza con los genéricos tradicionales que alivianan la lectura.
No es un libro para la historia, sino un alegato para la contingencia. CFK asumió, seguro, que la mejor manera de zafar de las acusaciones por corrupción que la tienen en sede judicial, es demostrando a los lectores argentinos (el suyo es un país donde aún se lee) que ella mantiene y puede proyectar su poder político. Su estrategia es la misma que ejerció como Jefa de Estado: atacar siempre, invocando su “condición de mujer” (lo repite 30 veces) contra quienes considera enemigos más que adversarios.
En esa línea, explica que ella y su marido Néstor fueron millonarios mucho antes de ser Jefes de Estado y que sus supuestos actos de corrupción surgen desde la estrategia de “espejo invertido” del Presidente Mauricio Macri y los medios del grupo Clarín. Es decir, los corruptos serían ellos. En cuanto a sus acusadores judiciales los fulmina. A Claudio Bonadio lo menciona como un “juez sicario” y no se achica para descalificar éticamente a Alberto Nisman, el fiscal que horas antes de morir (¿asesinado o suicidado?) decidió acusarla como responsable del atentado terrorista contra la sede de AMIA.
En ese contexto, CFK ni siquiera lanza un salvavidas a sus colaboradores políticos procesados o condenados. Que se defiendan ellos. Ella, inteligentemente, no pone las manos al fuego por nadie. Sólo lamenta haber designado vicepresidente a Amado Bodou y se limita a justificar la fortuna previa de Lázaro Báez, sindicado por sus acusadores como su recaudador principal.
Tres subtemas dignos de mención son su aprecio por el Presidente chileno Sebastián Piñera, la alta dimensión política que asigna a su difunto esposo y su complicidad con el Papa Francisco. El primero “es de derecha pero muy simpático”, una excepción notable en su prontuario de políticos “antipopulares”. A Néstor Kirchner lo destaca como uno de los más grandes líderes de la región, pero deja muy en claro que ella era el cerebro cultural y estratégico de la pareja. En cuanto al Papa, se permite dos licencias que ya estarán apuntando en el Vaticano: revela sus conversaciones privadas sobre Vladimir Putin y consigna la rivalidad que hubo, por cuestiones de estatus, entre Jorge Bergoglio, entonces cardenal primado de Argentina y el Presidente Kirchner. CFK, por su parte, reconoce una relación privilegiada con el Pontífice católico -lo llama Jorge-, propia de la simpatía natural con un líder religioso que (según ella) tiene “un chip peronista”.
En resumen, sincera pero lamentablemente, un libro que los argentinos estarán leyendo como si fuera la letra de un tango clásico. Desgarrados entre la esperanza de recuperar una vieja ilusión y el miedo a un pasado que vuelve, para enfrentarlos con sus vidas.
No es un libro para la historia, sino un alegato para la contingencia. CFK asumió, seguro, que la mejor manera de zafar de las acusaciones por corrupción que la tienen en sede judicial, es demostrando a los lectores argentinos (el suyo es un país donde aún se lee) que ella mantiene y puede proyectar su poder político. Su estrategia es la misma que ejerció como Jefa de Estado: atacar siempre, invocando su “condición de mujer” (lo repite 30 veces) contra quienes considera enemigos más que adversarios.
En esa línea, explica que ella y su marido Néstor fueron millonarios mucho antes de ser Jefes de Estado y que sus supuestos actos de corrupción surgen desde la estrategia de “espejo invertido” del Presidente Mauricio Macri y los medios del grupo Clarín. Es decir, los corruptos serían ellos. En cuanto a sus acusadores judiciales los fulmina. A Claudio Bonadio lo menciona como un “juez sicario” y no se achica para descalificar éticamente a Alberto Nisman, el fiscal que horas antes de morir (¿asesinado o suicidado?) decidió acusarla como responsable del atentado terrorista contra la sede de AMIA.
En ese contexto, CFK ni siquiera lanza un salvavidas a sus colaboradores políticos procesados o condenados. Que se defiendan ellos. Ella, inteligentemente, no pone las manos al fuego por nadie. Sólo lamenta haber designado vicepresidente a Amado Bodou y se limita a justificar la fortuna previa de Lázaro Báez, sindicado por sus acusadores como su recaudador principal.
Tres subtemas dignos de mención son su aprecio por el Presidente chileno Sebastián Piñera, la alta dimensión política que asigna a su difunto esposo y su complicidad con el Papa Francisco. El primero “es de derecha pero muy simpático”, una excepción notable en su prontuario de políticos “antipopulares”. A Néstor Kirchner lo destaca como uno de los más grandes líderes de la región, pero deja muy en claro que ella era el cerebro cultural y estratégico de la pareja. En cuanto al Papa, se permite dos licencias que ya estarán apuntando en el Vaticano: revela sus conversaciones privadas sobre Vladimir Putin y consigna la rivalidad que hubo, por cuestiones de estatus, entre Jorge Bergoglio, entonces cardenal primado de Argentina y el Presidente Kirchner. CFK, por su parte, reconoce una relación privilegiada con el Pontífice católico -lo llama Jorge-, propia de la simpatía natural con un líder religioso que (según ella) tiene “un chip peronista”.
En resumen, sincera pero lamentablemente, un libro que los argentinos estarán leyendo como si fuera la letra de un tango clásico. Desgarrados entre la esperanza de recuperar una vieja ilusión y el miedo a un pasado que vuelve, para enfrentarlos con sus vidas.