Bitácora

¿Qué pasó con las izquierdas renovadas?

José Rodríguez Elizondo


En 1995 publiqué un librito analizando la “crisis y renovación de las izquierdas” en América Latina. Hoy me tienta escribir una segunda parte: la crisis de las izquierdas renovadas.
De hacerlo, excluiría al aprismo peruano, pues nació como izquierda renovada, en cuanto alternativa a los socialismos y comunismos euroasiáticos.

Tomaría como modelo a las izquierdas chilenas, que fueron el orgullo de sus maestros foráneos: formaron el único gobierno latinoamericano de Frente Popular, en los años 40 y en 1970 instalaron, sin ruptura institucional, un gobierno hegemonizado por marxistas, leninistas y castristas.

Entre el golpe de 1973, el fin de la guerra fría y la salida de Pinochet, los primeros actores de esas izquierdas tomaron senderos bifurcados. Los socialistas, seducidos por el bello pragmatismo hispano de Felipe González, se renovaron a concho, uniéndose a democristianos, liberales progres y otros izquierdistas sueltos. Así formaron la Concertación, hasta hoy gobernante. Los comunistas, ensimismados en sus dogmas, se burlaron de los “renovados” y se autoexcluyeron del juego.

Diecisiete años después, está claro que ni los renovados ni los irrenovables han levantado un referente que no sea calco ni copia, como quería Mariátegui. Los primeros aparecen como hermanos sabios, pero extrasistémicos, de ultras, anarquistas, ecologistas, humanistas variopintos y reivindicacionistas de cualquier opción sexual. Los segundos aparecen como segundones de quienes, dentro y fuera del gobierno, ejercen el “pensamiento fuerte” del liberalismo económico, incluso en la diplomacia vecinal.

Así, aunque algunos luzcan díscolos, los izquierdistas renovados hoy disfrutan de un sistema electoral que les garantiza cupos paritarios con los opositores, marginando a cualquier organización que represente un tercer aire. Por lo demás, como en todos los partidos sistémicos, obedecen a estructuras cupulares, ante las cuales el militante de base poco tiene que aportar.

Modus vegetandi

En los sótanos del poder político, ese modus vegetandi ha favorecido una convergencia real entre izquierdas y derechas. Esto, obviamente, es una gran victoria para las segundas, que no necesitan asumir responsabilidades de gobierno para influir en los destinos del país. La mejor prueba se vio en la última campaña electoral cuando, insólitamente, la crítica derechista a Michelle Bachelet se fraseó diciendo que “ella no es Ricardo Lagos”. A esa altura, el Presidente socialista saliente tenía un 70% de aceptación en las encuestas, gracias al sólido afecto de las élites conservadoras.

A contrapelo de los doctrinarios, creo que el problema no está en la convergencia misma, sino en el vacío que ella deja. Porcentajes crecientes de la chilenidad están percibiendo a todos los políticos como pícaros de una misma clase, que sólo “bajan” hacia la gente cuando buscan votos. Y, por supuesto, esto afecta las posibilidades de acción de la Presidenta socialista.

Dicho en corto, Bachelet no cuenta con “cuadros”, como los de antes, capaces de ir a las poblaciones populares para explicar, cara a cara, políticas y estrategias de gobierno. Ante tal carencia, debe contratar empresas especializadas, con sus “rostros” veleidosos y sus técnicas de marketing.

La dura experiencia con Transantiago –nuevo sistema de transporte público de la capital- es el mejor test de lo señalado. Como su defectuoso diseño de 2004 privilegió a empresarios y tecnócratas, omitiendo el contacto con los usuarios, su implementación trajo una crisis de cariño entre el gobierno actual y los chilenos de a pie. Corolario: las izquierdas chilenas renovadas, mutadas en izquierdas acomodadas, están comprometiendo el futuro mismo de la Concertación.

Es una buena tesis para comenzar a escribir.


Publicado en La Republica el 10 de abril 2007.
José Rodríguez Elizondo
| Jueves, 12 de Abril 2007
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