Bitácora

Presidente y Monseñor

José Rodríguez Elizondo


Lo que me sorprende del nuevo Presidente de Paraguay Fernando Lugo, es que haya sido ordenado obispo en 1994, siendo (dicen) simpatizante de la Teología de la Liberación.

A esa altura, tras la experiencia con Miguel D’Escoto, los hermanos Cardenal y otros curas sandinistas, Juan Pablo II no quería ver ni en pintura a los sacerdotes de esa tendencia. “No hacen teología ni lo suyo es liberación”, dijo a un distinguido político chileno que lo visitó por esa época. De paso, los abnegados jesuitas pagaron los platos rotos por esa antipatía.

Diez años después, Lugo dejó de ser obispo y de nuevo un enigma: no está claro si renunció, para dedicarse a la política o si lo expulsaron, por dedicarse a ella. Conclusión provisional: O nunca estuvo liado con los curas de la Liberación o su capacidad de simulación es extraordinaria.

Lo último, claro, no sería criticable. Una buena capacidad de despiste es un recurso excelente para un líder político. Los profesionales del sector saben que hacerse el leso vale más que pasarse de listo y que la franqueza puede ser signo de “inmadurez política” . El límite –religioso y laico- es no mentir con descaro.

Pero ahora a Lugo le costará pasar piola. Como Presidente, cada gesto, cada palabra suya cuentan. Por ejemplo, hasta hace un año decía que su país necesitaba personas equilibradas, “lideres de concertación”, que él no era de izquierda ni de derecha… y nadie se escandalizaba ante tamañas muestras de sensatez. Pero ahora ha declarado que su victoria pertenece a “la nueva izquierda latinoamericana” y, de inmediato, unos se enojan y otros lo fichan como la última adquisición de Hugo Chávez.

Sin embargo, sospecho que en eso no hay despiste. Lugo acierta, pues la izquierda que está instalándose en nuestros países ya no es la “renovada” de la transición. Es una izquierda genuinamente “nueva”… sin que esto signifique “mejor”.

La izquierda renovada, recordémoslo, fue la que volvió de sus exilios con chaquetas europeas. Sus líderes se identificaban con Felipe González, Tony Blair, Lionel Jospin y Gerhard Schroeder. Algunos hasta leyeron las solapas de los libros de Anthony Giddens. Todos asumían que la caída de los muros les sirvió para desdogmatizarse y democratizarse. Incluso aceptaban que, para hacer país, “los otros” también contaban. Su paradigma estaba en Chile.

Pero, tras un corto período de expiación, esos líderes renovados empezaron (¿volvieron?) a oligarquizarse. Si llegaron al poder, confundieron el desarrollo de sus países con su desarrollo personal y hasta con sus liderazgos vitalicios. Es que les carga competir mano a mano con sus camaradas, pues estiman que deben ser ungidos. Su pragmatismo, en esas circunstancias, facilitó el clientelismo y el nepotismo. Es decir, crearon el imperio del “pituto”.

Por cierto, fue un escarmiento interrumptus y los electores se desencantaron. Como resultado, todos los partidos históricos, gobernantes o no, izquierdas y derechas unidas, comenzaron a pagar el costo. Como la sociedad repudia el vacío y las derechas tienen cuentas pendientes, por el portillo del desencanto se colaron primero outsiders como Collor de Melo y Fujimori y, luego, izquierdistas de nuevo tipo. En el sentir ciudadano los nuevos izquierdistas podían ser inexpertos, pero no peores que los viejos.

Por eso, la nueva izquierda actual tuvo un cholo en el Perú, tiene un obrero metalúrgico en Brasil, un militar subversivo en Venezuela, un académico bolivariano en Ecuador, un indio aymara en Bolivia y una pareja conyugal en Argentina.

Visto de esta manera tan sesgada, sólo faltaba un cura. Enhorabuena, Presidente Lugo.

Publicado en La Tercera del 27 abril.

José Rodríguez Elizondo
| Viernes, 2 de Mayo 2008
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