En política exterior cada palabra cuenta. Recuerdo haberle escuchado a Alvaro de Soto que primero pensaba en lo que debía callar, cuando enfrentaba a un periodista. Por lo mismo, los chicos de la prensa son reacios a entrevistar a cancilleres y diplomáticos. Pocas veces pueden sacarles una “cuña”. En cuanto a los gobernantes, con excepción de Hugo Chávez (el uruguayo Jorge Batlle ya se fue), se cuidan mucho de soltar originalidades.
Como excepción, la semana pasada el Presidente del Perú y el canciller de Chile se saltaron la vieja estereotipia. Alan García, con la Línea de la Concordia a la vista, declaró que la frontera con Chile es “fundamental para nuestra patria”.
Agregó que debe ser “una frontera integradora”. Al día siguiente, Alejandro Foxley manifestó que la nueva cartografía peruana “genera un problema ante cualquier eventual solución respecto a Bolivia". Remachó diciendo que “si no hay una inmensa voluntad de las partes, Perú, Bolivia y Chile, vamos a estar permanentemente enredados en esto".
Obviamente, las minorías emocionales encontrarán motivos para escandalizarse. La racionalidad siempre las descoloca. Pero, cualquier humanista entenderá que ambos dijeron dos verdades oportunas y complementarias: la buena voluntad chileno-peruana no debe extinguirse y el realismo político respecto a Bolivia es ineludible.
En el caso de García, fue un excelente reflejo. Aprovechó el momento de solidaridad que Michelle Bachelet le brindaba, con motivo del terremoto, para reconocer algo que la ambigüedad diplomática soslaya: el Perú no acepta a Bolivia como “Estado tampón”. Aprovechó para agregar, a ese meollo tácito, una baza de aprismo doctrinario: su concepción del integracionismo comienza por el país de la frontera “fundamental”.
Verdad corajuda
La verdad de Foxley también fue corajuda. Contrariando un dogma establecido, reconoció que ya no cabe refugiarse en el “bilateralismo” para enfrentar la aspiración marítima de Bolivia. Ese dogma, pasando por sobre la realidad y una norma precisa del Tratado del 29, ha hecho que chilenos y bolivianos nos empecinemos jugando al Gran Bonetón. Es decir, conversando sobre un corredor soberano -“al tiro” o en diferido- que pase por territorios ex peruanos, sin incorporar al Perú como “parte” del debate.
Al salir de ese peligroso escapismo, Foxley asume que la buena disposición del Perú hacia la aspiración de Bolivia no debe entenderse como una permisividad previa, respecto a los territorios que perdió. Más bien, habría que decodificarla a tenor de lo que escribió Juan Miguel Bákula, en su monumental historia de la política exterior peruana: “Suponer que el Perú se había batido cuatro años con tan cruento y doloroso esfuerzo, para que Bolivia obtuviera una recompensa, resultaba una inconsecuencia”.
¿Significa esto que Chile y el Perú ponen punto final a la aspiración de Bolivia?
No debiera entenderse así. La Historia enseña que, cuando un problema no tiene solución, lo sensato es cambiar el planteamiento del problema. La política realista no se opone a una realidad mejor, sino al ensimismamiento en una sola manera de inducirla.
Sobre esa base, Evo Morales, con su gran representatividad y la mayor estatura estratégica de su país, debiera asumir que su aspiración no permite cambiar el soberano color de los mapas y que la solución vuelve a pasar por un óptimo acceso al mar, siguiendo las vías de la integración. Es lo que entendieron altos académicos belgas, cuando ayudaron a forjar el Acta de Lovaina de 2006, con aportes de intelectuales de Bolivia, Chile y el Perú.
En definitiva, llegó el momento de aceptar que cuando se está ante un callejón sin salida, la única salida está en el callejón.
Publicado en La Republica (Peru), el 28 agoso 2007.