Cuando cayeron los muros, muchos creímos –con Javier Pérez de Cuéllar a la cabeza– que llegaba el momento de recoger los dividendos de la paz. La ONU tenía la vida por delante. Su Consejo de Seguridad, en vez de ser un candado exclusivo para enemigos estratégicos, sería el abrelatas mágico de la seguridad colectiva.
La esperanza comenzó a temblequear en 1990, cuando Irak invadió Kuwait. Se sostuvo porque el secretario general de la ONU maniobró para que los invasores fueran golpeados solo entre su expulsión de Kuwait y su retorno a casa. Es decir, impidió que George H. W. Bush terminara con Sadam Hussein. Con esto, se ganó el amurramiento del Presidente norteamericano y el rencor de su hijo menos ilustrado. A George W. jr. no le pareció bien que el jefe de una burocracia internacional impidiera a su papá ejecutar el destino manifiesto de los EEUU.
Como la historia es una novela, pronto ese hijo llegó a la presidencia de los EEUU y pudo cumplir la asignatura pendiente. Sus soldados entraron a Bagdad para quedarse y Sadam fue ahorcado porque, al margen de su prontuario estable, se había hecho patísima de Bin Laden (lo que no era cierto) y venía acumulando armas de destrucción masiva (que nunca aparecieron). De yapa, Bush jr. explicó al mundo que así se defendían o se inventaban las democracias. Tácitamente, eso nunca habría podido hacerlo la ONU, entrampada en la boba realidad del multilateralismo.
Para alivio de George W., ya no había en la ONU un secretario general respondón, como el que le tocó a su padre. El Consejo de Seguridad había puesto en ese lugar al ghanés Kofi Annan, quien venía de los rangos administrativos de la Organización. Como tal, conocía la trama burocrática al dedillo, pero carecía de la independencia que suelen dar los altos cargos nacionales en el área de la política exterior. De hecho, no osó decir a nadie que el concepto "guerra de la ONU" era aberrante.
Órgano que no se usa se atrofia, dicen los que saben. El mundo ha visto, estos días, la guerra de Rusia contra Georgia, con epicentro en Osetia y… la paralogización total de la ONU y su secretario general coreano. Son los jefes políticos de los Estados Unidos y la Unión Europea quienes han intervenido ante el georgiano Mijail Saakashvili y la dupla rusa Medvedev-Putin (o Putin-Medvedev), para tratar de poner coto a la violencia. Paralelamente, los analistas concuerdan en que la eficacia del ataque ruso y la frialdad de la dupla para resistir la presión se debieron a que Georgia no alcanzó a introducirse al territorio sagrado de la OTAN. Su calidad de país miembro de la ONU no se mencionó para nada.
Todo esto muestra un diseño semiconocido: Rusia antagonizando con los Estados Unidos, China construyendo su hegemonía propia con vitrina en Beijing y la Unión Europea como actor "comodín". Esto se parece mucho al equilibrio del poder surgido en el siglo 18, con imperios que se medían antes de entrar en guerra y guerras que se hacían para recuperar el equilibrio.
¿Y cual será el rol de la ONU en este diseño que viene cuajando?
Como saben los estudiosos de la historia, los Estados con vocación imperial no necesitan árbitros estables que les cuiden el equilibrio. Si lo semiaceptaron entre 1945 y 1989, fue porque la amenaza nuclear, en condiciones de antagonismo ideológico, no era ninguna tontería. Pero ahora, con la Guerra Fría en los archivos y el mercado global a la vista, ya pueden acogerse a la utopía tradicional: marginarse de cualquier sistema internacional para constituirse ellos mismos en El Sistema.
Mientras tanto, la ONU seguirá buscando su destino.
Publicado en La Republica el 19.8.08
La esperanza comenzó a temblequear en 1990, cuando Irak invadió Kuwait. Se sostuvo porque el secretario general de la ONU maniobró para que los invasores fueran golpeados solo entre su expulsión de Kuwait y su retorno a casa. Es decir, impidió que George H. W. Bush terminara con Sadam Hussein. Con esto, se ganó el amurramiento del Presidente norteamericano y el rencor de su hijo menos ilustrado. A George W. jr. no le pareció bien que el jefe de una burocracia internacional impidiera a su papá ejecutar el destino manifiesto de los EEUU.
Como la historia es una novela, pronto ese hijo llegó a la presidencia de los EEUU y pudo cumplir la asignatura pendiente. Sus soldados entraron a Bagdad para quedarse y Sadam fue ahorcado porque, al margen de su prontuario estable, se había hecho patísima de Bin Laden (lo que no era cierto) y venía acumulando armas de destrucción masiva (que nunca aparecieron). De yapa, Bush jr. explicó al mundo que así se defendían o se inventaban las democracias. Tácitamente, eso nunca habría podido hacerlo la ONU, entrampada en la boba realidad del multilateralismo.
Para alivio de George W., ya no había en la ONU un secretario general respondón, como el que le tocó a su padre. El Consejo de Seguridad había puesto en ese lugar al ghanés Kofi Annan, quien venía de los rangos administrativos de la Organización. Como tal, conocía la trama burocrática al dedillo, pero carecía de la independencia que suelen dar los altos cargos nacionales en el área de la política exterior. De hecho, no osó decir a nadie que el concepto "guerra de la ONU" era aberrante.
Órgano que no se usa se atrofia, dicen los que saben. El mundo ha visto, estos días, la guerra de Rusia contra Georgia, con epicentro en Osetia y… la paralogización total de la ONU y su secretario general coreano. Son los jefes políticos de los Estados Unidos y la Unión Europea quienes han intervenido ante el georgiano Mijail Saakashvili y la dupla rusa Medvedev-Putin (o Putin-Medvedev), para tratar de poner coto a la violencia. Paralelamente, los analistas concuerdan en que la eficacia del ataque ruso y la frialdad de la dupla para resistir la presión se debieron a que Georgia no alcanzó a introducirse al territorio sagrado de la OTAN. Su calidad de país miembro de la ONU no se mencionó para nada.
Todo esto muestra un diseño semiconocido: Rusia antagonizando con los Estados Unidos, China construyendo su hegemonía propia con vitrina en Beijing y la Unión Europea como actor "comodín". Esto se parece mucho al equilibrio del poder surgido en el siglo 18, con imperios que se medían antes de entrar en guerra y guerras que se hacían para recuperar el equilibrio.
¿Y cual será el rol de la ONU en este diseño que viene cuajando?
Como saben los estudiosos de la historia, los Estados con vocación imperial no necesitan árbitros estables que les cuiden el equilibrio. Si lo semiaceptaron entre 1945 y 1989, fue porque la amenaza nuclear, en condiciones de antagonismo ideológico, no era ninguna tontería. Pero ahora, con la Guerra Fría en los archivos y el mercado global a la vista, ya pueden acogerse a la utopía tradicional: marginarse de cualquier sistema internacional para constituirse ellos mismos en El Sistema.
Mientras tanto, la ONU seguirá buscando su destino.
Publicado en La Republica el 19.8.08