Bitácora

ORIGENES DE LA DEMANDA PERUANA CONTRA CHILE. Capítulo I

José Rodríguez Elizondo

Puede que los juristas extranjeros contratados por Perú lo conozcan sólo por alguna nota de pie de página. Pero, con certeza, sus alegatos en La Haya serán secuela de las tesis del Almirante Guillermo Faura Gaig, contenidas en su libro El mar peruano y sus límites (sin sello editor, 338 páginas, 1977). Es que, curiosamente, dicho marino es hoy casi un desconocido en su país. Consultados amigos y expertos, no saben dónde está… si es que está. Otros, emplazados a mencionar pioneros de la demanda peruana, antes mencionan al embajador Juan Miguel Bákula.


EL ALMIRANTE PIONERO
Raro olvido el de Faura, quien destacó como un líder naval llamativo… y conflictivo. Experto en inteligencia, geopolítica, guerra antisubmarina, diplomacia y Derecho Internacional Marítimo, fue el principal de los poquísimos jefes de su arma que se comprometieron con la revolución militar socialista del general Juan Velasco Alvarado. En 1974, éste maniobró para instalarlo como Comandante General de la Marina, por añadidura ministro institucional y miembro de la Junta Revolucionaria.
Pero, entre los jefes desplazados y otros navales antivelasquistas, se las arreglaron para hacerle la vida miserable. Unos optaron por atentados terroristas literalmente a domicilio y otros le sublevaron la Escuadra. Antes de cumplir un año en la cúpula, el propio Velasco debió pedirle la renuncia. Para Faura, aquello fue fruto de una conspiración internacional. Al parecer, los agentes cubanos lo querían demasiado y la CIA lo quería poco. “Mi salida abrió las puertas a (Francisco) Morales Bermúdez para dar el golpe dos meses después y derrocar a Velasco”, dijo a la periodista María del Pilar Tello.
Para desquitarse, optó por complicarle el patriotismo al nuevo gobernante. En 1976, mientras éste discutía las bases de los Acuerdos de Charaña con los generales Augusto Pinochet y Hugo Banzer, Faura hizo una denuncia golpeadora: la torre de enfilación (faro de luz) levantada por su Marina en la frontera sur, cumpliendo compromisos con Chile, era una suerte de traición al Perú. Junto con una torre ya emplazada por los chilenos, iluminaba la entrega de 63.660 kilómetros cuadrados de territorio marítimo peruano, “al que aspira Chile sin que haya al respecto ningún tratado o pacto que ampare sus pretensiones”.
El almirante desconocía, así, el statu quo marítimo, sin importarle que lo hubiera respetado incluso Velasco. Haciéndolo, introducía una cuña estratégica en el bilateralismo chileno-boliviano. Si parte principal del océano que bañaba a Arica era peruano, Pinochet y Bánzer estaban negociando sobre mar ajeno, con la complicidad de Morales Bermúdez. Fue un anticipo “duro” del libro que ya estaba escribiendo
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NADA NUEVO SOBRE EL MAR
Entre 1972-74, Faura integró la delegación peruana a las conferencias de la ONU sobre Derecho del Mar, que culminaron con la Convención de Mar (CONVEMAR) en 1982. Su jefe diplomático -dato significativo- era el embajador Juan Miguel Bákula. Juntos impulsaron una posibilidad revisionista para los países con espacios marítimos colindantes, que se percibían perjudicados en el reparto de las aguas. A falta de acuerdo previo, éstos podrían impugnar el statu quo invocando la equidad.
Justo ahí estaba el problema, pues había dos acuerdos previos con rango de tratados: la Declaración de Santiago (1952) y el Acuerdo de Lima (1954), entre Chile, Ecuador y Perú.  Según sus textos, los límites marítimos respectivos seguían la línea del paralelo del límite terrestre, siguiendo el criterio del Presidente-jurista peruano José Luis Bustamante y Rivero. Por  decreto supremo 781 de 1947, ésta había declarado que el límite marítimo de Perú seguía “la línea de los paralelos geográficos”. En segundo plano estaba el comportamiento peruano y de terceros, respetuoso de ese límite y los innumerables actos administrativos y de ejecución de los dos tratados: permisos de paso, control de transgresiones, sistemas administrativos punitivos y… faros de enfilación. Era un sistema normativo consensuado y complejo, que se proyectaba como doctrina del Pacífico Sur.
Ante eso, Faura optó por una elaboración propia. Dictaminó que la legalidad del statu quo suponía un tratado específico, que definiera los conceptos de mar territorial, plataforma continental, zona económica exclusiva “y todas aquellas circunstancias especiales que (…) influyan en sus delimitaciones”. Visto así, el sistema normativo vigente no calificaba, Era fruto de un “apresuramiento debido a las circunstancias” y adolecía de “falta de un detenido estudio” (pgs. 162 y 179). En subsidio, estaba el argumento irrebatible del interés nacional propio: “Emplear como límite el paralelo del punto en que llega al mar la frontera terrestre, es totalmente desfavorable al Perú”.
En lo propositivo (y con cierta ironía), Faura planteó aprovechar “la estrecha relación de amistad” entre los gobiernos de Morales Bermúdez y Pinochet, para negociar ese tratado específico. Su objetivo sería establecer “una línea media trazada  de acuerdo al principio de equidistancia de las costas”, que graficaba -en un mapa de su autoría- con una bisectriz. Según su cálculo actualizado, eso suponía 877.088,73 kilómetros cuadrados de incremento del mar peruano, incluyendo lo que ahora se conoce como “triángulo exterior”. También previó qué sucedería si Pinochet no se allanaba a negociar: “en caso de controversias se recurrirá al artículo 33 de la Carta de la ONU u otros medios y métodos pacíficos de que dispongan”. Entre la panoplia de posibilidades vigentes, él privilegiaba el arbitraje.
Tres décadas largas después, el equipo peruano en La Haya está ejecutando esas tesis: ausencia de Tratado fronterizo marítimo específico, reducción de los tratados de 1952 y 1954 a “convenios pesqueros”, improcedencia del paralelo como definición de frontera en el mar y “línea media” como elemento de equidad. Sólo que en vez de negociación o arbitraje, Perú produjo una demanda judicial.
 
EL ESPÍRITU DE LAS TESIS
El libro de Faura reflejaba el interés nacional peruano de 1929, expresado por el Presidente Augusto Leguía: mantener la continuidad geopolítica Tacna-Arica-Chile, evitando una  “zona tampón” boliviana que diera mayor profundidad estratégica al vencedor de la guerra. Quizás Leguía pensaba que así evitaba la imagen del abandono absoluto de Arica, una de “las provincias cautivas”.
Por lo mismo, sus tesis “implicaban un conflicto de poderes a propósito –en lo inmediato- de los Acuerdos de Charaña. Así lo reconoció al decir que no podía soslayar ese tema, pues las negociaciones entre Bánzer, Pinochet y Morales Bermúdez se vinculaban “íntimamente” con el mar peruano. Si se llegaba a materializar un corredor boliviano al norte de Arica, escribió, “Bolivia pasaría a ser de un país mediterráneo a un país marítimo, enclaustrado entre dos mares: el mar peruano y el mar chileno”.
Para mitigar aquello, Faura “rectificaba” la propuesta oficial peruana de una  administración tripartita en Arica, con soberanía exclusiva para Bolivia sobre el mar adyacente. El quería entender que “dicha soberanía se extiende al sur de la línea media que parte del punto en que llega al mar la frontera terrestre del Perú y Chile”. Es decir, Chile sólo podría ceder a Bolivia el mar que Faura no consideraba en disputa.
Tras esta posición subyacía su entendimiento de que Leguía y Carlos Ibáñez habían pactado la exclusión marítima de Bolivia y no un procedimiento para resolverle su mediterraneidad. La clave la dio citando, largamente, un ensayo del internacionalista peruano Alberto Ulloa, según el cual Chile y Perú crearon con ese tratado un estatuto de “íntima solidaridad”. El mismo que Chile habría tratado de “administrar”, ejerciendo una “falsa tutela” diplomática.
Puede colegirse que tras las tesis de Faura había un ánimo de aleccionamiento a Chile. Lo que en diplomacia se conoce como “retorsión”. Es posible que la elaboración respectiva esté en los borradores de su libro La mediterraneidad de Bolivia, que alcanzó anunciar, pero del que nunca más se supo.
 
DOS PREGUNTAS INCÓMODAS
¿Reflejaban las tesis de Faura un pensamiento castrense homogéneo?
Hay señales de que hubo consenso militar peruano sólo para rechazar la propuesta de Pinochet-Bánzer. Pero, sobre la “corrección” de la frontera marítima con Chile no hay noticia alguna. El general Morales Bermúdez en la Presidencia, ni siquiera la consideró. Por lo demás,  su “propuesta tripartita” cohonestaba el statu quo, pues el eventual mar para Bolivia se iniciaba al sur del paralelo de la frontera terrestre.
El General Edgardo Mercado Jarrín, ex Comandante General del Ejército, ex Canciller de Velasco y uno de los geopolíticos más autorizados y prolíficos de América Latina, tampoco elaboró al respecto y sólo consignó el tema de manera episódica. En su libro “La revolución geoestratégica” de 2001, le dedicó seis palabras: “queda pendiente la delimitación marítima fronteriza”.
A mayor abundamiento, el autor tuvo oportunidad de entrevistar a Morales Bermúdez en 2001, cuando ya constaba el desconocimiento peruano de esa frontera. Preguntado por su contrapropuesta de 1976,  el ex gobernante ni siquiera mencionó a Faura y sólo aludió a “la presión de Bolivia”. En ese país, dijo, se había gestado la opinión de que no podía llegar a un acuerdo con Chile “porque el Perú se lo impedía”.
La otra pregunta incómoda recae sobre el gobierno chileno de la época: ¿Cuál fue la reacción de Pinochet o de su Cancillería ante las tesis conflictivas?
Aquí lo asombroso es que no hay respuesta. Consta que el libro de Faura fue comprado por la embajada chilena en Lima y distribuido a dependencias ministeriales con los respectivos oficios conductores, a fines de agosto de 1977. Sin embargo, no se conoce  reacción alguna. No hay huella de intercambios sobre su contenido, pese a tratarse de la obra de un representante conspicuo del poder político y militar peruano, que cuestionaba el statu quo marítimo vigente, en un momento delicado para los tres países concernidos.
¿Es posible que nadie lo leyera? 
 
José Rodríguez Elizondo
| Martes, 13 de Noviembre 2012
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