Publicado en La Segunda 24.8.2012
Jorge Siles Salinas es un ilustre intelectual senior de Bolivia. Politico, diplomático por añadidura y con familia chilena, a mayor abundamiento. En abril de 1986 fue designado Cónsul General en Chile, siendo canciller de este país su cuñado Jaime del Valle. Gracias a esas ventajas comparativas, creyó que podría hacer lo que otros no pudieron: poner fin a la mediterraneidad boliviana mediante una negociación bilateral. En síntesis de tuiteo, él y su Presidente, Víctor Paz Estenssoro, creían factible un Charaña 2, sin mentar compensaciones territoriales y cumpliendo con informar “discretamente” a Perú.
Fue otra frustración del irreductible voluntarismo boliviano. Y no sólo porque ya había pasado la vieja, como decimos cuando alguien no agarra una oportunidad al vuelo. Es que el general Pinochet ya entendía la real complejidad del “previo acuerdo” con Perú, prescrito en el Protocolo Complementario del Tratado de 1929. Después del Charaña original no podía ignorar la advertencia de 1951 del ex canciller Conrado Ríos Gallardo, negociador de ese instrumento, para quien se trataba de un caso de “solidaridad chileno-peruana frente a un problema que les es común”.
En definitiva, para Perú la continuidad territorial con Chile seguía siendo parte del “espíritu” de 1929 y, para infortunio de Siles Salinas, tal constante volvió a patear el tablero chileno-boliviano durante su gestión. Así, a semanas de su llegada, mientras él informaba de sus avances al embajador peruano en Chile, Alan García enviaba a Santiago al también ilustre intelectual y diplomático Juan Miguel Bákula, con una misión especial: sorprender al canciller chileno diciéndole que no existía frontera marítima chileno-peruana. En lo inmediato, esto significaba que Chile y Perú debían negociar un tratado de límites ad-hoc, con una solución equitativa (la hoy famosa bisectriz). Para buenos entendedores significaba, además, que del Valle y su cuñado boliviano estaban construyendo sobre la arena. El mensaje tácito de García era el siguiente: “ustedes están negociando sobre cosa ajena, pues ese mar es del Perú”.
Traigo esto a colación a propósito del reciente libro del ex Cónsul General, titulado “Sí, el mar”, que me hizo llegar, gentilmente, con su hija Trinidad. En la obra, él pasa revista a su frustrada gestión. con la elegancia expositiva que se le reconoce. Sin embargo, entre las causas de su fracaso, que consigna, no aparece esa gestión peruana, paralela... y decisiva. De hecho, Bákula ni siquiera es mencionado en el libro. La razón me parece clara (una vez hasta pudimos conversarla) y es que la élite boliviana quiere creer que basta con informar a Perú –o con hacer lobby en Lima- cada vez que hay negociaciones con Chile sobre territorio ariqueño. Es decir, quiere percibir a Perú como “un tercero en discordia” y no como lo que es: una de las dos partes que excluyeron a Bolivia de las negociaciones de 1929.
Para enfrentar la realidad, sería bueno que los bolivianos ilustrados revisaran los discursos de Augusto Leguía, el Presidente peruano de entonces. Quizás así matizarían esa formulación diplomática según la cual “Perú no es obstáculo a la aspiración boliviana”. La verdad es que esa fórmula tiene una coletilla tácita: no es obstáculo, siempre y cuando se le reconozca su personería principal en cualquier negociación afecta al Protocolo de 1929.
Uno de los pocos cancilleres peruanos que lo dijo -y de manera categórica- fue militar y geopolítico notorio. Se trata del recién fallecido general Edgardo Mercado Jarrín quien, tres años antes de la llegada a Chile del Cónsul Siles Salinas, escribió lo siguiente,: “En muchos sectores peruanos se piensa que éste es un problema entre Bolivia y Chile. No, señores, no lo es”. Coincidiendo con Ríos Gallardo, agregó que Chile y Perú se habían comprometido “solidariamente” frente a la aspiración de Bolivia.
En Bolivia podrán estar en desacuerdo con tales expresiones. Lo que no cabe es ignorarlas, máxime cuando el fallo de la Haya está en el próximo horizonte.
Jorge Siles Salinas es un ilustre intelectual senior de Bolivia. Politico, diplomático por añadidura y con familia chilena, a mayor abundamiento. En abril de 1986 fue designado Cónsul General en Chile, siendo canciller de este país su cuñado Jaime del Valle. Gracias a esas ventajas comparativas, creyó que podría hacer lo que otros no pudieron: poner fin a la mediterraneidad boliviana mediante una negociación bilateral. En síntesis de tuiteo, él y su Presidente, Víctor Paz Estenssoro, creían factible un Charaña 2, sin mentar compensaciones territoriales y cumpliendo con informar “discretamente” a Perú.
Fue otra frustración del irreductible voluntarismo boliviano. Y no sólo porque ya había pasado la vieja, como decimos cuando alguien no agarra una oportunidad al vuelo. Es que el general Pinochet ya entendía la real complejidad del “previo acuerdo” con Perú, prescrito en el Protocolo Complementario del Tratado de 1929. Después del Charaña original no podía ignorar la advertencia de 1951 del ex canciller Conrado Ríos Gallardo, negociador de ese instrumento, para quien se trataba de un caso de “solidaridad chileno-peruana frente a un problema que les es común”.
En definitiva, para Perú la continuidad territorial con Chile seguía siendo parte del “espíritu” de 1929 y, para infortunio de Siles Salinas, tal constante volvió a patear el tablero chileno-boliviano durante su gestión. Así, a semanas de su llegada, mientras él informaba de sus avances al embajador peruano en Chile, Alan García enviaba a Santiago al también ilustre intelectual y diplomático Juan Miguel Bákula, con una misión especial: sorprender al canciller chileno diciéndole que no existía frontera marítima chileno-peruana. En lo inmediato, esto significaba que Chile y Perú debían negociar un tratado de límites ad-hoc, con una solución equitativa (la hoy famosa bisectriz). Para buenos entendedores significaba, además, que del Valle y su cuñado boliviano estaban construyendo sobre la arena. El mensaje tácito de García era el siguiente: “ustedes están negociando sobre cosa ajena, pues ese mar es del Perú”.
Traigo esto a colación a propósito del reciente libro del ex Cónsul General, titulado “Sí, el mar”, que me hizo llegar, gentilmente, con su hija Trinidad. En la obra, él pasa revista a su frustrada gestión. con la elegancia expositiva que se le reconoce. Sin embargo, entre las causas de su fracaso, que consigna, no aparece esa gestión peruana, paralela... y decisiva. De hecho, Bákula ni siquiera es mencionado en el libro. La razón me parece clara (una vez hasta pudimos conversarla) y es que la élite boliviana quiere creer que basta con informar a Perú –o con hacer lobby en Lima- cada vez que hay negociaciones con Chile sobre territorio ariqueño. Es decir, quiere percibir a Perú como “un tercero en discordia” y no como lo que es: una de las dos partes que excluyeron a Bolivia de las negociaciones de 1929.
Para enfrentar la realidad, sería bueno que los bolivianos ilustrados revisaran los discursos de Augusto Leguía, el Presidente peruano de entonces. Quizás así matizarían esa formulación diplomática según la cual “Perú no es obstáculo a la aspiración boliviana”. La verdad es que esa fórmula tiene una coletilla tácita: no es obstáculo, siempre y cuando se le reconozca su personería principal en cualquier negociación afecta al Protocolo de 1929.
Uno de los pocos cancilleres peruanos que lo dijo -y de manera categórica- fue militar y geopolítico notorio. Se trata del recién fallecido general Edgardo Mercado Jarrín quien, tres años antes de la llegada a Chile del Cónsul Siles Salinas, escribió lo siguiente,: “En muchos sectores peruanos se piensa que éste es un problema entre Bolivia y Chile. No, señores, no lo es”. Coincidiendo con Ríos Gallardo, agregó que Chile y Perú se habían comprometido “solidariamente” frente a la aspiración de Bolivia.
En Bolivia podrán estar en desacuerdo con tales expresiones. Lo que no cabe es ignorarlas, máxime cuando el fallo de la Haya está en el próximo horizonte.