El 1° de octubre mi amigo Pedro Aguirre, presidente del Instituto O’Higginiano, impuso la máxima orden del prócer a Javier Velásquez, presidente del Congreso del Perú. El discurso de Velásquez me comprobó que el padre de la patria chilena y gran mariscal del Perú se está consolidando como prócer binacional. Durante demasiado tiempo fue postergado en ambos países. A Chile, vaya ingratitud, sólo volvió varias décadas después de muerto. En el Perú, la guerra del Pacífico lo relegó al nivel de los héroes de reparto. Al parecer, no era posible reconocer como libertador a quien envió desde Valparaíso la Expedición Libertadora. Su hermano-prócer, el argentino José de San Martín, aprovechó para ganar lejos en el rating de los homenajes.
Pero, paulatinamente, O’Higgins fue conquistando la calle y un buen día apareció instalado en su monumento de la Avenida Javier Prado. Ahí no luce uniforme militar, como en Chile, sino su ropa de exiliado en el Perú. Luego se habilitó, como museo, una parte del solar que ocupara en el Jirón de la Unión. Además, un busto suyo llegó al Panteón de los Héroes y ahora el presidente Alan García pidió otro para Palacio.
Por cierto, en esto no hay espontaneísmo de masas, sino empeño de embajadores y decisión de autoridades. En algún momento, quienes dirigen nuestros destinos, desde sedes presidenciales o municipales, entendieron el mérito de los próceres integradores como O’Higgins. Porque, si es necesario el culto de los héroes guerreros, también lo es el de los héroes fraternales. Los primeros, para sostener el orgullo nacional, en la patria propia e inspirar respeto en la patria ajena. Los segundos, para que las guerras que protagonizan los anteriores puedan disolverse en la paz.
Curiosamente, en Chile comenzó homenajeándose a Miguel Grau, el gran guerrero naval del Perú. Luego se instaló un busto del coronel Francisco Bolognesi en el museo de sitio del morro de Arica. En el Museo Histórico Militar se rinde respeto a los soldados peruanos y bolivianos que dieron la vida por sus patrias. Lo que nos está faltando es el símbolo de un prócer peruano en la línea o’higginiana de la fraternidad inicial.
Si hiciéramos una encuesta surgirían candidatos. En mi lista personal estarían Mario Vargas Llosa y los peruanos que firmaron un corajudo manifiesto de paz y amistad para el centenario de la guerra. También agregaría a Francisco Morales Bermúdez, pues por dos veces impidió que ambos países entráramos a una segunda gran colisión. Pero todos, claro, tienen el feliz defecto de estar vivos. Además, intuyo que a don Pancho le haría un flaco favor.
Pienso, entonces, en un peruano que emerge indiscutible y al cual homenajearon Velásquez y su homólogo chileno Adolfo Zaldívar, en la sede del Congreso chileno. El primero es aprista y tenía que hacerlo, pero Zaldívar es socialcristiano y yo sigo siendo extremista de centro. Sin embargo, todos creemos que Víctor Raúl Haya de la Torre es ese prócer. Y no sólo porque doctrinariamente fue, siempre, un gestor de integración. Además, porque fue el primer gran líder peruano que enfrentó, sin claudicar, el tema de las heridas incicatrizables.
En ese empeño, Haya tuvo incluso el gesto de elogiar el patriotismo de los conservadores chilenos, sus adversarios ideológicos. En un discurso de 1944, los celebró de esa manera, por "garantizar a su país la evolución democrática que hoy ha alcanzado".
Como contrapartida, Haya tuvo una gran influencia en el Partido Socialista. Entre quienes lo estudiaron y admiraron estaba Salvador Allende.
Publicado en La Republica el 14.10.08.
Pero, paulatinamente, O’Higgins fue conquistando la calle y un buen día apareció instalado en su monumento de la Avenida Javier Prado. Ahí no luce uniforme militar, como en Chile, sino su ropa de exiliado en el Perú. Luego se habilitó, como museo, una parte del solar que ocupara en el Jirón de la Unión. Además, un busto suyo llegó al Panteón de los Héroes y ahora el presidente Alan García pidió otro para Palacio.
Por cierto, en esto no hay espontaneísmo de masas, sino empeño de embajadores y decisión de autoridades. En algún momento, quienes dirigen nuestros destinos, desde sedes presidenciales o municipales, entendieron el mérito de los próceres integradores como O’Higgins. Porque, si es necesario el culto de los héroes guerreros, también lo es el de los héroes fraternales. Los primeros, para sostener el orgullo nacional, en la patria propia e inspirar respeto en la patria ajena. Los segundos, para que las guerras que protagonizan los anteriores puedan disolverse en la paz.
Curiosamente, en Chile comenzó homenajeándose a Miguel Grau, el gran guerrero naval del Perú. Luego se instaló un busto del coronel Francisco Bolognesi en el museo de sitio del morro de Arica. En el Museo Histórico Militar se rinde respeto a los soldados peruanos y bolivianos que dieron la vida por sus patrias. Lo que nos está faltando es el símbolo de un prócer peruano en la línea o’higginiana de la fraternidad inicial.
Si hiciéramos una encuesta surgirían candidatos. En mi lista personal estarían Mario Vargas Llosa y los peruanos que firmaron un corajudo manifiesto de paz y amistad para el centenario de la guerra. También agregaría a Francisco Morales Bermúdez, pues por dos veces impidió que ambos países entráramos a una segunda gran colisión. Pero todos, claro, tienen el feliz defecto de estar vivos. Además, intuyo que a don Pancho le haría un flaco favor.
Pienso, entonces, en un peruano que emerge indiscutible y al cual homenajearon Velásquez y su homólogo chileno Adolfo Zaldívar, en la sede del Congreso chileno. El primero es aprista y tenía que hacerlo, pero Zaldívar es socialcristiano y yo sigo siendo extremista de centro. Sin embargo, todos creemos que Víctor Raúl Haya de la Torre es ese prócer. Y no sólo porque doctrinariamente fue, siempre, un gestor de integración. Además, porque fue el primer gran líder peruano que enfrentó, sin claudicar, el tema de las heridas incicatrizables.
En ese empeño, Haya tuvo incluso el gesto de elogiar el patriotismo de los conservadores chilenos, sus adversarios ideológicos. En un discurso de 1944, los celebró de esa manera, por "garantizar a su país la evolución democrática que hoy ha alcanzado".
Como contrapartida, Haya tuvo una gran influencia en el Partido Socialista. Entre quienes lo estudiaron y admiraron estaba Salvador Allende.
Publicado en La Republica el 14.10.08.