Para Balzac, la novela es la historia privada de las naciones. Para nosotros, latinoamericanos, la realidad invirtió esos términos. La historia pública de nuestros países es una larga novela en busca de editor.
Así, la Guerra del Pacífico -cuyo tomo tenemos siempre en el velador- es sólo parte de una saga subregional, que comenzó con las rivalidades, glorias y fracasos de los próceres. Ahí aparece el chileno Bernardo 0’Higgins financiando una escuadra para expulsar del Perú a los españoles y poniéndola al mando de su “hermano” de logia secreta, el argentino José de San Martín. Siguen la ira del británico Lord Cochane, cuando San Martín se sube por el chorro, asumiendo como Protector del Perú y la rectificación justiciera del venezolano Simón Bolívar. El libertador máximo, atajando la supuesta avivada, excluye de su gloria al libertador argentino.
Mientras liquida ese capítulo en Guayaquil, su lugarteniente José Antonio de Sucre escribe un apartado creativo para Bolivia. Este nuevo país es su regalo para el jefe y marca el inicio de una segunda parte -que bien pudo escribir León Tolstoi-, con dos guerras y nuevos protagonistas. Destacan, entre éstos, Andrés de Santa Cruz, Agustín Gamarra, Diego Portales, Manuel Bulnes, Mariano Ignacio Prado, Nicolás de Piérola, Hilarión Daza, Aníbal Pinto, Domingo Santa María, Julio Roca, Patricio Lynch, Miguel Grau, Arturo Prat, Eduardo Abaroa y Andrés Avelino Cáceres.
¿Termina, aquí, la novela sub-regional y empieza la “no ficción”?
Para nada. Hoy estamos viviendo otro gran folletín y si no lo vemos claro es porque sus claves aún no se decodifican a cabalidad. Nuestros nietos sabrán que partió como secuela de las revoluciones mexicana, rusa y cubana y terminó insertándonos en la novelística mundial de la Guerra Fría.
La gran estafa
Los primeros capítulos de esta segunda novela los protagonizan, subversivamente, los peruanos José Carlos Mariátegui, Víctor Raul Haya de la Torre y el chileno Luis Emilio Recabarren. Ante ellos aparece Eudocio Ravines, también peruano, quien llega con instrucciones secretas de José Stalin para liquidarlos. Mariátegui no da guerra -muere joven-, Recabarren se suicida, el stalinista cubano Julio Antonio Mella se trompea con Haya y Ravines se arrepiente. Confiesa que Stalin fue una gran estafa.
Veinte años después la saga tiene una gran secuela, estelarizada por Fidel Castro, líder máximo de Cuba, quien se autopercibe como heredero de Martí y Mella, pero también de Bolívar y Lenin. Desde tan complejo rol, combate al “imperio”, incendia la región, asume el riesgo de un holocausto nuclear y acorrala a quienes no acatan su jefatura o diseñan estrategias alternativas. Entre éstos destacan líderes conosureños fogueados, como Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende junto al muy novato Alan García. Para neutralizarlos, Castro los insulta, les aserrucha el piso, les da lecciones públicas de revolución y hasta falsifica sus biografías.
En el desenlace, que está afinándose, el patriarca anciano se re-auto-absuelve ante la Historia, mientras ejecuta un guión previo de Gabriel García Márquez. Sabe que su gran proyecto fracasó, pues cayó la URSS y él ya no puede escalar montañas. Sin embargo, su buena estrella le ha regalado un discípulo y éste le recuerda lo que un día dijo a su escribidor francés: “Si tuviéramos petróleo, Regis, la revolución continental sería cuestión de meses”.
Y ahí emerge Hugo Chávez, su heredero venezolano, forjando “ejes”, insultando al jefe del “imperio” (entre otros), trompeándose con un fogueado Alan García (heredero de Haya) y chocando con Michelle Bachelet (heredera de Allende).
A la vieja usanza, aquí se abre una ventana donde se lee “continuará”.
(Publicado en La Republica el 24.4.07)