Como todos los chilenos, seguí la operación rescate por la tele. Pero, como presunto internacionalista, opté por la información del cable y así descubrí que en otros países estaban en las mismas. Alguien dijo en CNN que la odisea de nuestros mineros era parangonable con la del primer paseo sobre la luna y nadie se espantó. Es que ahora era cierto: Chile se había convertido en un ejemplo real para el resto del mundo. Antes decíamos eso a cada rato, pero el mundo jamás se enteraba.
A la hora de los análisis, hay dos cosas que, en cuanto agnóstico político, me parece importante rescatar. La primera, que el sentimiento patrio fue la argamasa que mantuvo unidos a los 33 sepultados –boliviano incluído- y a 17 millones de insepultos. Los símbolos nacionales, tan manoseados en este Chilito ansioso de notoriedad, adquirieron allá abajo un sentido literalmente profundo y eficientemente operativo. Cantando el himno y cubriéndose con la bandera, los del socavón nos enseñaron que no sólo sirven para hacer mala retórica o sacar aplausos en el festival de la canción, sino para organizarse en las emergencias, con el objetivo de sobrevivir.
Lo otro rescatable es que en todo esto hubo una decisión política sorprendente. No la del simpático Laurence Golborne, de tan buen desempeño en el terreno, sino la de su jefe directo. Porque el Presidente Piñera bien pudo acondicionarnos para admitir que la muerte era más que probable, fingir que se esforzaba pero no podía, pedir encuestas secretas de imagen, consultar segundos y terceros pisos. Hasta pudo arreglárselas para ser compadecido (¡qué mala suerte la de Sebastián!).
El caso es que el Presidente hizo todo lo contrario: decidió de inmediato, apostándolo todo, a la vida y rescate de los enterrados. De un colectivo que ni siquiera contaba con un famoso de reality, medianamente rentable en términos de imagen. Tampoco chequeó las cuentas nacionales con su ministro de Hacienda, antes de decir que no había que fijarse en gastos.
Simplemente, no recuerdo una decisión politica de superior calidad humana. Tampoco recuerdo una que, sin planificación estratégica ni campañas sofisticadas, haya posicionado mejor la imagen de Chile en el extranjero. Desde ahora, los 33 serán nuestra mejor marca durante muchos años, pues mostraron que somos algo más que una oficina de exportación-importación con nombre de país.
Por eso, no debiera molestar que el Presidente saque los réditos políticos que le corresponden.
Está bien que quien actúa bien reciba el reconocimiento de propios y extraños. Está mejor si entre esos extraños se encuentra la oposición, porque eso ennoblece a nuestra política. Fue estupendo, por ejemplo, que entre los rostros de estos días y noches haya estado el de Isabel Allende, con todo lo que ella representa.
Por último, habrá que recordar la anécdota del minero Mamani, desgarrado entre su deseo de acompañar a su Presidente, de regreso a Bolivia y su solidaridad con los otros 32 rescatados, que más de alguna broma deben haberle jugado por su altiplánica mediterraneidad. Fue la yapa de integración que trajo lo que comenzó como una desgracia… y que habría sido una desgracia si nos hubiéramos sentado a llorar nuestro infortunio.
Antenoche y en la mañana de ayer, todas las cámaras del mundo estuvieron enfocando el Chile que quisiéramos tener siempre. Y gracias a la decisión de un Presidente de quien se decía que le faltaba corazón.
La Tercera, 14.10.2010