Hugo Chávez llegó a la cumbre brasileña del Mercosur tras haber dicho ante las cámaras, en Caracas, que “la revolución islámica y la revolución bolivariana son la misma cosa”. Notablemente, la frase no calificó para titular. La prensa y los políticos optaron por ignorarla, asumiendo que el líder venezolano dice tonterías (¿pendejadas?) sólo porque es tropical.
Lo cierto es que, mientras las derechas lo aborrecen y las izquierdas clásicas lo ningunean, Chávez ha festejado la Jihad y homologado a Israel con Alemania Nazi; hecho el elogio del líder iraní Mahamoud Amadinejah; incorporado al Secretario General de la OEA a su libreto de insultos; reclutado a Bolivia, Ecuador y Nicaragua para su eje bolivariano, y promocionado el “socialismo del siglo XXI”.
Además, aprovechando el vacío que deja la subestimación de los otros, ya superó el peso político interno de los líderes mercosureños. Hoy ejerce un poder sin contrapesos anuncia un mandato vitalicio, diseña un partido único e inicia el “emparejamiento” de la panoplia mediática.
Con tales antecedentes, es claro que Chávez avanza polarizando, pues no busca “pares” sino seguidores. Eso lo coloca lejos de la izquierda canosa de Lula y del peronismo supraideológico de Kirchner, para aludir sólo a los gigantes estables del Mercosur.
Respecto al Chile asociado, tal vez Michelle Bachelet le tenga afecto, pero ni los socialistas “díscolos” podrían asumir su alianza con el fundamentalismo islámico. En estas circunstancias, fue surrealista escucharlo decir que llegaba a Brasilia para “fortalecer la unión sudamericana”.
Estrategia propia
¿Por qué ese histrionismo ante sus “impares”? Aparentemente, porque Chávez es el único líder de la región que tiene una estrategia propia, ante la crisis global e incremental que viene desencadenando la “doctrina Bush”. A ese efecto y previendo que en algún momento el ciclón caerá sobre Venezuela, está elevando los costos estratégicos y políticos de una eventual intervención de las fuerzas norteamericanas.
No es una estrategia original. Es una actualización de ese tricontinentalismo sesentista, que usara Fidel Castro para mantener su revolución bajo techo. Entonces, con el apoyo soviético y la consigna de los “muchos Vietnam”, sembró América Latina de focos guerrilleros, mientras insultaba, ecuánime, a los líderes norteamericanos, a tiranos como Rafael Leonidas Trujillo y a demócratas como Eduardo Frei Montalva. Si no podía contar con la región, sí podía dividirla y asignar a los gobiernos norteamericanos el rol del coyote contra el correcaminos.
Podríamos decir que la estrategia de Chávez es disfuncional a la integración soñada por Bolívar, pero no podemos negar que existe. Como contrapartida, el resto de la región se ha encerrado en el falso dilema de si es bueno o pésimo que la Casa Blanca nos haya eliminado de su agenda tras el 11.S.
Por cierto, ese dilema sirve para soslayar que el verdadero tema es cómo diseñar una estrategia conjunta para mejorar los términos de interdependencia con los EE.UU. En vez de esa acción integracionista, estamos como las liebres tontas, discutiendo si sus perseguidores son galgos o podencos.
Publicado originalmente en La Tercera el 21 de enero 2007.