El jueves pasado, invitado por Fundación Chile 21, asistí a la disertación sobre temas regionales del Comandante en Jefe del Ejército (CJE) general Oscar Izurieta Ferrer. Respetando los códigos de ese tipo de reuniones, no escribiré sobre lo que allí se dijo. Sólo me autoconcedo la libertad de decir que fue una experiencia estimulante, por la solvencia intelectual del CJE y el respeto, incluso la emoción, con que fue escuchado.
Gratificante, si se piensa que la mayoría de los asistentes fuimos víctimas del régimen del general Pinochet y aún no transcurre una década desde que éste inició su ocaso. En definitiva, tras tanto sufrimiento interno y oprobio internacional, dos jefes prudentes y valientes -los generales Ricardo Izurieta y Juan Emilio Cheyre-, terminaron con la proyección de ese liderazgo aberrante, devolvieron el Ejército a todos los chilenos y promovieron a un sucesor de su estirpe.
Agrego que he seguido el fenómeno militar desde mis libros y actividades académicas y estoy entre los raros bichos civiles que leyeron la tesis de Magister en Ciencia Política del actual CJE –escrita al alimón con el general Juan Carlos Salgado-, sobre las relaciones chileno-peruanas. Desde esa aproximación, he afirmado que los altos mandos actuales no se conforman con la mediocridad paralizante del subdesarrollo exitoso. Además, en materias internacionales lucen mejor que los jefes políticos impreparados y más flexibles que varios altos cargos del funcionariado diplomático.
Lo último no debiera sorprender pues, pese a que la Diplomacia y la Defensa son las dos alas de la seguridad nacional, la profesionalidad ha sido más rigurosa y sistemática en las instituciones castrenses. Estas tuvieron la ventaja histórica del rol monopólico en su función primaria, lo que hace imposible instalar un civil apitutado al mando de un regimiento.
Esa base precoz, sumada al escarmiento del pinochetismo, nos está brindando intelectuales castrenses con posgrados, criterios doctrinarios modernos, mejor información para diseñar estrategias y más agilidad para prever escenarios exteriores. Saben que las Medidas de Fomento de la Confianza deben coexistir con las Medidas de Fomento de la Paciencia, pues una buena estrategia debe imponerse a los retrocesos tácticos. Entienden, por tanto, que una buena relación con Argentina amerita tragar algunos sapos, que renovar la relación con el Perú es imprescindible y que debemos asumir una negociación con Bolivia sobre el tema marítimo.
La Cancillería, en cambio, fue decapitada por Pinochet y -pese a un par de cancilleres civiles preparados-, fue usada como área administrativa de su diplomacia personal. Luego, entre “leyes de amarre” y prioridades distintas, no hubo voluntad política en la Concertación para impulsar una reingeniería en el sector. De ahí que algunos funcionarios diplomáticos tiendan a identificar la política con la administración, la profesionalidad con el corporativismo y la opinión franca con el pecado original.
En síntesis, para ser más simpáticos en la región, debemos nivelar la calidad de las prestaciones de la Diplomacia y la Defensa. Es un tema de urgencia nacional.
Publicado en La Tercera el 30.10.06