Bitácora

Maquiavelo y el diablo

José Rodríguez Elizondo

JRE, está preparando un libro sobre el origen y contenidos políticos de la demanda peruana contra Chile respecto a la frontera marítima. En parte, será la continuación de dos de sus obras anteriores: Chile-Perú: el siglo que vivimos en peligro y Las crisis vecinales del gobierno de Lagos. El libro en preparación promete brindar información tan novedosa como la del siguiente artículo, elaborado a partir de la investigación y experiencias del autor.



La task force peruana autoencargada del tema de la frontera marítima con Chile, desde 1977, no disfrutó la primera llegada al gobierno de Alan García. El joven líder aprista no calificaba para debutar con ese conflicto.

El integracionismo era una constante doctrinaria del Apra. Sus líderes mayores –entre los cuales Armando Villanueva y Luis Alberto Sánchez- tenían motivos de vida para intentar una mejor relación. Víctor Raúl Haya de la Torre, el fundador, fue acusado de “chilenófilo” por los conservadores limeños.
En esa línea, García proyectaba detener el carrusel de los recelos, mediante una gran medida de fomento de la confianza: terminar con el incordio de las obras pendientes del Tratado de 1929.

El sabía que esa falta de plenitud preocupaba más a Chile, para cuya Cancillería era una grieta en su sistema jurídico de seguridad. En Torre Tagle, en cambio, podían vivir sin esas obras y hasta veían su carencia como un señuelo para negociar otros temas. Por otra parte, los apristas de base y los políticos de la otra izquierda evocaban -como problema mayor- la mala imagen de Pinochet. Les parecía inaceptable que, mientras el mundo lo repudiaba, el Perú democrático quisiera concederle un triunfo internacional.

García no se rindió. Para él, la alternativa de la hora era deuda externa o democracia. Sobre esa base, Chile cabía en una unión de los países deudores y una mejor relación estaba en el interés de ambos pueblos. Pinochet era contingencia pura. Para asegurarse, antes de iniciar acciones envió a Chile a Luis Alberto Sánchez. Con lo informado por el ilustre político-intelectual, envió a su asesor más directo, Hugo Otero, para que tomara contacto con Pinochet y los líderes disidentes.

A su retorno, Otero contó que Pinochet, aunque tosco (“el partido ya está jugado, puh”, le dijo), había valorado el acercamiento. Para corresponder, ofreció retirar sus tropas del norte y hasta reconoció coincidencias entre el antimperialismo del Apra y las dificultades que él tenía con los EE.UU.

Respecto a los disidentes, Otero también percibió receptividad. Su informe debió ser decisivo pues, en su discurso de septiembre de 1985, ante la Asamblea General de la ONU, García planteó su posición en clave para peruanos y chilenos de izquierdas y hasta con resonancias allendistas: “abriremos las alamedas del futuro (..) no nos sentimos agredidos por nadie y estamos dispuestos a tomar acciones coincidentes con este planteamiento”.

No a la foto

Con todo, García debió hacer un alegato especial ante sus amigos chilenos. Llamándolos al realismo, les dijo que el gobierno de Pinochet no estaba en crisis permanente, como decían ciertos dirigentes del exilio. Tras doce años instalado, su gobernabilidad no sería democrática, pero era gobernabilidad. En cuanto Presidente del Perú, él debía entenderse con el poder real. En este punto solía agregar que una mejor relación estaba en el interés de ambos pueblos y, para ello, estaba dispuesto a viajar a la frontera y abrazarse con el mismísimo diablo.

Convicción o táctica, ese abrazo eventual alarmó hasta a los chilenos que querían actuar dentro de la institucionalidad del dictador. Les pareció democráticamente insolidario e invocaron el ejemplo del peruano Secretario General de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar, quien había dicho que sólo visitaría Chile cuando volviera la democracia.

A mediados de noviembre aterrizó en Lima Juan Somavía, considerado el canciller in pectore de la democracia chilena del futuro. Iba con esa preocupación y un amigo le concertó una cita con Armando Villanueva. Este le manifestó una prudente comprensión: “hablaré con Alan”, dijo. Todo indica que de ese encuentro surgió un pragmático mensaje a García: mejor relación sí, foto no.

¿Molestó eso al Presidente? …Seguro que no, pues era el consejo que esperaba. Espantando a las izquierdas con el diablo, había conseguido pasar su política sustantiva hacia Chile. Por algo sus profesores de pos grado en Europa, el español Antonio Lago y el francés Francois Bourricaud, habían decidido (por separado) llevarle el mismo regalo para su toma de posesión: sendas y lujosas ediciones de El Príncipe, de Maquiavelo.

Progreso y frustración

En definitiva, García delegó en su canciller Allan Wagner la acción directa. Objetivo: terminar con los incordios del Tratado de 1929. Consigna: “abrir una nueva etapa de paz y cooperación”.
Wagner y Jaime del Valle, su homólogo chileno, ya habían hecho buenas migas en Lima, para la toma de posesión. Luego tendrían sucesivas reuniones de trabajo, con intercambios de cartas para sus jefes de Estado. En el lenguaje de los comunicados conjuntos, esto daba cuenta de una “gran cordialidad”.

Pronto afinaron un documento que llamaron “acta de Lima”, en el cual precisaron detalles para la recepción de las obras. Según comunicado conjunto del 29 de noviembre, también agendaron encuentros entre los altos mandos y plantearon limitar gastos en armamentos para desarrollar un concepto de seguridad que refleje “una estrecha amistad”. Incluso asumieron la necesidad de revisar los libros escolares de historia, para darles “un sentido de paz e integración”.

Se estaba produciendo un acercamiento indirecto y necesario, pero insólito. Uno de los dictadores más aislados y neoliberales del mundo platicaba la amistad con un joven Presidente socialdemócrata, que escalaba hacia la popularidad mundial. La nueva reunión de los cancilleres programada para los días 25-27 de mayo de 1986, en Santiago, debía levantar el gran acuerdo final.

Pero eso no sucedió. El comunicado del 27 de mayo acusa un brusco cambio de clima. Retomando el tono burocrático entre gobernantes que no deben confraternizar, pone un énfasis desganado en las obras de entrega pendiente. La parte chilena alude a los “avances alcanzados” y la parte peruana toma nota “con vivo interés”. Se elogia la presentación en Lima y otras ciudades peruanas de la Orquesta Sinfónica de Chile y se destaca, por primera vez, “la importancia de las relaciones económicas y comerciales”.

De ahí en adelante, las conversaciones languidecieron y terminaron por fracasar. De acuerdo con esto, un investigador tendría dos preguntas clave. La primera: ¿qué cosa significativa sucedió entre los comunicados del 29 de noviembre de 1985 y del 27 de mayo de 1986? Respuesta correcta: el 23 de mayo se produjo un planteamiento paralelo del embajador peruano Juan Miguel Bákula, en el que exponía, por primera vez, la necesidad de negociar una redelimitación de la frontera marítima con Chile.

La segunda pregunta se desprende de lo anterior: ¿Qué hizo Pinochet para determinar ese cambio de talante en García? Para esto también hay respuesta, pero es materia de otro capítulo.


Publicado en La Tercera el 25.5.08.
José Rodríguez Elizondo
| Domingo, 25 de Mayo 2008
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