Bitácora

Lula, Nicolás y Carla

José Rodríguez Elizondo

Lula, el obrero sindicalista, llegó a la Presidencia en la ola de las izquierdas renovadas y la decepción con el “derrame” friedmaniano. El establishment brasileño y su predecesor Fernando Henrique Cardozo sólo esperaban (en sus momentos optimistas) que aprendiera a usar corbata y designara ministros sensatos en el sector económico.

Pero Lula, con gran manejo del “período de gracia”, supo definir una orientación política estratégica, centrada en dos temas que apelaban a la colaboración transversal: la lucha contra el hambre y el reposicionamiento no agresivo de Brasil en el mundo y la región. De ese modo tranquilo contuvo a George W. Bush y a Hugo Chávez, sin agraviarlos, soslayó el travestismo ideológico y evitó el arribismo de la empresariofilia.

De paso, enseñó que no se juega al clientelismo con la urgencia famélica y que no cabe reinventar economías centralmente planificadas y... fracasadas. Fue su modo de reconocer el rol del mercado sin transformarse en “converso”. Como contrapartida, los agentes privados hoy parecen entender que, en un país como Brasil, no se puede jugar al “Estado cero” en la economía.

Nicolás Sarkozy, al otro lado del océano, se benefició con ventajas que no tuvo Lula. Básicamente, una amplia experiencia en la gestión pública y una imagen de sofisticación intelectual que, vaya milagro, reencantó con la política a millones, desde el centro-centro a la derecha-derecha, incluso más allá de la sofisticada Francia.

Para las familias conservadoras, por fin surgía un líder moderno con carisma original. Estaban hasta el paracaídas con todos sus parientes políticos que querían ser como “el gran Charles”. Es que tanta solemnidad termina aburriendo y el mejor de Gaulle ha sido el socialista Mitterrand. Hasta los chilenos sabemos de eso.

Cruelmente, Sarkozy no demoró un mes en destrozar la ilusión. La nueva esperanza de las derechas partió mostrando no una estrategia política para el período de gracia, sino su debilidad por las mujeres longuilíneas y de pechos breves. Los medios, que ya lo habian exhibido en las tristezas del divorcio, tema que llama a la solidaridad, comenzaron a mostrarlo en las frivolidades de la erótica del poder, tema que apela a la envidia y la indignación. Su pavoneo con la modelo Carla Bruni entre los templos de Luxor y el misterio rosado de Petra, llenó los correos electrónicos con desnudos de la dama e irritó a quienes suponían que ese amor ostentoso era costeado por los sufridos contribuyentes.

Sorprendentemente sorprendido, Sarkozy sólo atinó a defenderse de lo último. Sus lujos los financiaba un amiguete millonario, dijo. Por lo visto, ignoraba que la dignidad de su cargo convertía esa subvención privada en indigna (el antepenúltimo presidente de Israel, Ezer Weisman, salió expectorado por su mala costumbre de darse gustitos con la ayuda de un amigo empresario).

Entremedio, quizás como maniobra diversionista, intentó una movida internacional demagógica: invocando a Ingrid Betancourt, descendiente de franceses, apoyó el fiasco chavista de la “operación Emmanuel”. Bofetón para su colega conservador de Colombia, Alvaro Uribe, con sonrisa para los secuestradores de las FARC.

Por eso, en su reciente encuentro en Guyana francesa, la sabiduría no estaba en Nicolás, el europeo, sino en Lula el sudaca, cosa infrecuente según la tradición. Como prueba, el acuerdo bilateral sobre colaboración estratégica. En su virtud, Lula adquirirá tecnología francesa de punta, para fabricar y vender armas sofisticadas, mientras Chávez sigue comprando armas a granel.

El que sabe, sabe, debió pensar Sarkozy. Ojalá se contagie, por el bien de la France éternelle


Publicado en La Tercera el 17.2.08.
José Rodríguez Elizondo
| Domingo, 17 de Febrero 2008
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