"La relación con Chile es un tema muy delicado". En Lima solía chocar con esa frase-frontón. Por lo general la decían –con cierta tristeza– personalidades tan eminentes e insospechables de chauvinismo como Fernando Belaunde y Mario Vargas Llosa. Al novelista se la escuché en 1979, cuando estaba recibiendo una paliza nacionalista por haber redactado, junto con Jorge Edwards, un manifiesto fraterno de intelectuales chilenos y peruanos.
Recordándolo, en mi libro Las crisis vecinales en el gobierno de Lagos, expuse una tipología de los pisotones mutuos que, con algunas variables, puede repetirse en cualquier mal momento. El modelo, protagonizado por los presidentes Ricardo Lagos y Alejandro Toledo, con soporte en el incordiante caso Lucchetti, obedecía al siguiente esquema tetrafásico: 1) tras determinada iniciativa poco cordial del peruano venía 2) una sobrerreacción del chileno, hasta que 3) este se veía obligado a recapacitar y entonces 4) ambos llegaban a una distensión en un nivel más bajo de simpatía.
Creo que dicho esquema ayuda a explicar el último incidente bilateral. Mi hipótesis es que el pisotón de la ley Arica-Parinacota no fue obra de una conspirativa "mano negra", como sostienen algunos amigos peruanos. Porque a veces la tontera es peor que la maldad, se debió a algún león burocrático sordo y cegato que quedó colgando de la fase 2 de la época de Lagos. Como no oía y le costaba leer informes actualizados, nunca se enteró de que de los pisotones mutuos habíamos pasado a la armonía con guitarra de Alan García y Michelle Bachelet.
Así, el león de la hipótesis estimó oportunísimo aprovechar una ley de regionalización para introducir una réplica a la ley peruana que fijó la "lista de las coordenadas de los puntos contribuyentes del sistema de líneas de base del litoral peruano".
Asunto procesal
Hay quienes dicen, incluso, que el texto había sido preparado para Lagos y este lo desechó porque ya pasaba a la fase 3 del modelo. Por cierto, el felino burócrata nunca pensó que estaba devaluando la propia argumentación chilena, sobre la ineficacia de una ley nacional que pretende afectar espacios que otro país considera propios.
En su búsqueda del empate, quizás se dejó influenciar por la tesis del jurista peruano Javier Valle Riestra, para quien la ley de las líneas de base solo perseguía "preparar el camino hacia el Tribunal de Justicia Internacional de La Haya". Vamos, para preconstituir prueba, como dicen los abogados. Un simple asunto procesal.
Lo real-fantástico es que, como estábamos en otra, nadie percibió tamaño despropósito. La indicación legal pasó con cero faltas por los ministerios del Interior, de Relaciones Exteriores, Presidencia de la República y Congreso. Solo vino a ser detectada cuando, ante discretas señales peruanas, el Tribunal Constitucional la atajó en la mera raya de gol. Bachelet suspiró aliviada, García lució una sorprendente autocontención y ambos creyeron posible seguir platicando la amistad. Estaba bien lo que bien acababa.
Fue demasiado optimismo. Pronto quedó demostrado que ciertas chapuzas son como El sueño de la razón de Goya: producen monstruos. Al margen de la voluntad de los gobernantes, fortalecen las viejas desconfianzas, reponen prioridades antagónicas y paralizan esa "imaginación prospectiva" para diseñar "soluciones no intentadas", postulada por el intelectual peruano y diplomático Juan Miguel Bákula.
En eso estamos. El tema de la redelimitación marítima salió de su cápsula como sale Drácula tras un siglo de abstinencia, mientras Bachelet y García tratan de cuidar sus yugulares ante la alianza estratégica de chapuceros y nacionalistas.
Publicado en La Republica (Peru), el 26.2.07.