(aca iria caricatura)
La verdad es que a Barak Obama no habría que dibujarlo de camisa y corbata, sino como Atlas, pues no necesita una victoria, sino un “landslide”. Sólo así, ganando por paliza, podrá levantar las dos enormes mochilas que le está dejando George W.Bush: la ocupación de Irak y la crisis económica.
Lo primero tiene jurisprudencia. Por salvar la cara de Lyndon Johnson, Robert McNamara, Richard Nixon y Henry Kissinger, los Estados Unidos casi perdieron el alma en la guerra de Vietnam. Tuvo que llegar un presidente distinto, el no elegido Gerald Ford, para rendirse a la evidencia de que no había victoria posible.
Según ese precedente, traer de vuelta a los soldados significará , para Obama, asumir que no cabe esperar a que se consolide una democracia en Irak. Ni siquiera podrá distraerse en procesar las mentiras que contó el piadoso Bush, perfectamente asesorado por Dick Cheney, Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz.
En cuanto a la crisis económica, se daría una notable astucia de la historia. Con un pasado reciente de racistas encapuchados que los asesinaban y de discriminación incluso a nivel de pobretones -en los servicios de locomoción colectiva-, los negros no pinchaban ni cortaban en el sistema. Por ello, no se los imaginaba gobernando y se los pensaba puño en alto, recitando un texto de Angela Davis: “la única vía de liberación para los negros es la abolición completa y total de la clase capitalista”.
El martes 4, Obama podría empezar a realizar lo inimaginable en contra de lo pensable: un gobernante negro, para refundar el capitalismo y sostener el liderazgo global de la Casa Blanca. Si se piensa que el socialismo real envejeció conservadoramente, hasta implosionar en Moscú, todo esto tiene una connotación extraña: la revolución social real, al fin de cuentas, siempre fue más jeffersoniana que marxiana.
Lo primero tiene jurisprudencia. Por salvar la cara de Lyndon Johnson, Robert McNamara, Richard Nixon y Henry Kissinger, los Estados Unidos casi perdieron el alma en la guerra de Vietnam. Tuvo que llegar un presidente distinto, el no elegido Gerald Ford, para rendirse a la evidencia de que no había victoria posible.
Según ese precedente, traer de vuelta a los soldados significará , para Obama, asumir que no cabe esperar a que se consolide una democracia en Irak. Ni siquiera podrá distraerse en procesar las mentiras que contó el piadoso Bush, perfectamente asesorado por Dick Cheney, Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz.
En cuanto a la crisis económica, se daría una notable astucia de la historia. Con un pasado reciente de racistas encapuchados que los asesinaban y de discriminación incluso a nivel de pobretones -en los servicios de locomoción colectiva-, los negros no pinchaban ni cortaban en el sistema. Por ello, no se los imaginaba gobernando y se los pensaba puño en alto, recitando un texto de Angela Davis: “la única vía de liberación para los negros es la abolición completa y total de la clase capitalista”.
El martes 4, Obama podría empezar a realizar lo inimaginable en contra de lo pensable: un gobernante negro, para refundar el capitalismo y sostener el liderazgo global de la Casa Blanca. Si se piensa que el socialismo real envejeció conservadoramente, hasta implosionar en Moscú, todo esto tiene una connotación extraña: la revolución social real, al fin de cuentas, siempre fue más jeffersoniana que marxiana.