Sintomáticas son la perseverancia con que Hugo Chávez provoca a George W. Bush -burro es lo más suave que le ha dicho- y la relativa contención de éste. Decodificando, ambos saben hasta qué punto Fidel Castro se ha mantenido vigente gracias a su enfrentamiento vitalicio con la Casa Blanca.
Pero usar tan histórico error norteamericano no convierte a Chávez en mero imitador de Castro. Es cierto que dobló el asalto al cuartel de Moncada de 1956, con su remake golpista de 1992 y que copa el espectro mediático venezolano a imagen y semejanza del cubano. Sin embargo, en lo sustancial se ha mostrado como un buen creativo.
Y es natural, pues sus modelos no venían de la guerrilla castrista, sino de los ejércitos regulares: fueron el peruano Juan Velasco Alvarado y el panameño Omar Torrijos, con su novedosa carga ideológica de militarismo popular. Esto dio a su socialismo un tinte castrense o "bonapartista" como decían, condenatorios, los manuales soviéticos. Además, cuando emergió a la notoriedad, el incombustible Castro viajaba rumbo al otoño y sus seguidores de la región estaban bajo tierra o en la socialdemocracia.
En suma, Chávez intuyó que el hombre ya no estaba en condiciones de manipularlo ni de mostrarle los celos que le inspiraron Salvador Allende, en 1970, y Alan García, en 1985. Por eso, en 1995 - recién salido de la prisión-, arriesgó ir a La Habana, donde fue recibido con honores de jefe de Estado. Con certeza, ya conocía el sueño aletargado de Castro: "Con el petróleo venezolano la revolución continental sería cuestión de meses", había dicho al instrumental Régis Debray, 33 años antes.
Por lo señalado, en jerga leniniana Chávez es un revisionista. Actúa como Lenin, cuando corrigió a Marx y como el propio Castro cuando corrigió a Lenin. En tal carácter, introdujo un nuevo modelo de revolución continental, en cinco fases: a) golpe mediático inicial; b) trabajo conspirativo para formar una base política de militares profesionales; c) agitación propagandística para catalizar una mayoría electoral; d) exasperación del Gobierno de Estados Unidos, para catalizar el nacionalismo, y e) fijación de toda esa estrategia mediante el control hegemónico de las palancas del Estado... dentro de la legalidad.
¿Nueva dependencia?
Mientras aplicaba el modelo en su país, Chávez invocó a Simón Bolívar para formalizar su liderazgo regional. Al efecto, en virtud de un acuerdo tácito, sacó a Castro de los apuros financieros de su periodo especial y éste, como contrapartida, se resignó a cederle la tienda de líder máximo.
Ese pacto le permitió acceder a la tecnología cubana de exaltación del jefe vitalicio, prestigiada por medio siglo de funcionamiento. Sin pagar royalties, comenzó a reagrupar a los castristas supérstites y a los otros izquierdistas extrasistémicos de la región, mientras seducía a los líderes de los pueblos originarios. En su proyecto bolivariano, éstos serían las nuevas masas emergentes.
La experiencia en Ecuador, con el coronel Lucio Gutiérrez, y la emergencia del coronel Ollanta Humala, en Perú, indican que el chavismo está ejecutándose.
Previendo tormenta desde Washington, Hugo Chávez ha denunciado que Bush quiere asesinarlo y está comprando acciones preferentes en el Mercosur. Condoleezza Rice, por su lado, juega el juego del aislamiento, para lo cual trató de implicar a Ricardo Lagos y a Lula, pero ambos se hicieron a un lado. En este contexto, las señales de Michelle Bachelet y el posicionamiento definitivo del presidente boliviano Evo Morales, apadrinado por Hugo Chávez, tienen una importancia extraordinaria.
Nota final: dado que el mango de la sartén revolucionaria ya está en poder de Chávez, muchos cubanos temen que, tras la inminente desaparición de Fidel Castro, les sobrevenga una nueva dependencia. La sede del poder dominante, que antes estuvo en Madrid, Washington y Moscú, mañana podría instalarse en Caracas.
Artículo publicado originalmente en La Vanguardia.