Bitácora

La memoria traicionada

José Rodríguez Elizondo


En Santo Domingo, los presidentes del Grupo de Río, bloquearon un curso de colisión que parecía inexorable. Su rol colectivo fue similar al de Juan Pablo II, en 1978, cuando detuvo a las flotas de Argentina y Chile, a punto de atacarse.

Lo curioso es que, como Dios a veces escribe sus obras con faltas de ortografía, los principales actores del nuevo milagro usaron métodos antagónicos. Así, mientras el carismático Papa comenzó por controlar el desfogue de los actores, aquí fue el desfogue de los actores lo que indujo el autocontrol. Al final, fue comiquísimo ver a Hugo Chávez como palomo de la paz, ante la flema de Alvaro Uribe, el despiste de Daniel Ortega y el estupor de Rafael Correa.

Con todo, es importante mantener las barbas remojadas, porque interrumpir la colisión no significó terminar con las fuerzas motrices del conflicto. El escenario ominoso puede volver a montarse cualquier día y no sólo en la frontera colombo-ecuatoriana. Sintomáticos son los últimos datos sobre la presencia de las FARC en el Perú, por ejemplo.

Es que, aunque debilitados, sus efectivos siguen contando con el apoyo de Chávez y Fidel Castro, tienen recursos economicos negros -pero propios- y cuentan con la cobertura de una red política extrasistémica de nivel regional. Más ominoso, aún, tienen la necesidad sicológica y estratégica de revertir, rápido, los duros golpes recibidos, máxime si éstos evidencian descomposición interna. El asesinato de uno de sus jefes por un “camarada”, evoca fenómenos similares en las guerrillas castristas del pasado, cuuando enfrentaban el fantasma de la caducidad de su proyecto político.

Visto así, uno puede preguntarse en virtud de qué los revolucionarios supérstites de la región siguen caracterizando a las FARC como una organización política viable, que lucha con las armas para conquistar el poder e implantar el socialismo. Es decir, por qué aceptan definirlas, con Chávez, como “fuerzas beligerantes”, inmersas en una guerra civil. Esto, con el agregado escolástico de que no serían terroristas, pues sólo emplean “métodos” terroristas.

Como aproximación a una respuesta, creo que tal percepción se debe a que los actuales extrasistémicos de izquierda no tienen memoria sobre la forja de sus mitos. Se limitan a creer, beatamente, que Marulanda es una especie de Ché anciano y que las FARC son la prolongación de los focos guerrilleros sesentistas. Esos que, en el Perú, se identifican con el destino trágico de Luis de la Puente y Guillermo Lobatón.

Por lo mismo, ignoran la leyenda fundacional, con Castro buscando el poder desde “la pureza revolucionaria” y no desde la administración semisecular de “territorios liberados”. Desconocen su retórica de los años 50, según la cual “los fusiles de los idealistas no cobran sueldo” y el secuestro era condenable per se.

Entonces, por táctica o convicción, el líder cubano liberaba a los soldados batistianos prisioneros, para “sembrar la semilla de la confraternidad que debe imperar en la patria futura”. A semanas de su victoria, incluso reprendió a su hermano Raúl por haber “retenido” a una decena de ciudadanos norteamericanos. Luego, tras la toma del poder, fue enérgico para condenar a los drogadictos y hasta a los borrachos: “el abuso con las bebidas alcohólicas es tan inmoral como el uso de una droga”, dijo en una de sus primeras conferencias de prensa.

Por eso, apoyar hoy a las FARC equivale a ignorar la parte noble del mito guerrillero. En el caso del Castro anciano, la cosa es más patética, pues implica perder la memoria sobre el pasado propio. Sobre el real o fingido romanticismo de la juventud.


Publicado en La Republica el 25.3.08.
José Rodríguez Elizondo
| Martes, 25 de Marzo 2008
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