Bitácora

La dupla Hugo-Fidel

José Rodríguez Elizondo

Los fabricantes de mitos, los analistas apresurados y la prensa liviana suelen crear verdades que el tiempo no sostiene.

Fue el caso, paradigmático, del “monolítico bloque chino-soviético”. Debieron llegar los nixingers a la Casa Blanca, en los años 60, para que el mundo asumiera la verdad verdadera: los líderes de ambos colosos siempre vivieron a los navajazos. No se creyeron el cuento de “la fraternidad de clase”..

Hoy estamos viviendo bajo otra de esas verdades vacías: la del castrismo beato de Hugo Chávez. Siempre juntos, siempre de acuerdo, pero… el Presidente venezolano sólo sería el pupilo rico -y no demasiado inteligente- del genial e incombustible dictador cubano.

Sin embargo, Chávez -que aunque no es intelectual es muy inteligente-, fue y sigue siendo una gran excepción entre los líderes cercanos a Castro. Primero, porque sus íconos originales venían de los ejércitos regulares y no de las guerrillas. Fueron el panameño Omar Torrijos y el peruano Juan Velasco Alvarado, con su novedosa carga ideológica de militarismo “progre” y antinorteamericano. Segundo, porque cuando emergió a la notoriedad, en 1992, como coronel golpista, Castro viajaba rumbo al otoño y sus fascinados seguidores estaban bajo tierra, en el retiro o en la socialdemocracia.

Por eso, “el comandante máximo” no apareció en la vida de Chávez para darle su seductor abrazo del oso, como hiciera con Salvador Allende y los jefes guerrilleros de los años 60, incluído el Che Guevara. Por el contrario, fue Chávez quien apareció en la vida de Castro, para seducirlo con un plan regional propio. El primer paso lo dió en 1995 cuando, recién salido de la prisión, fue a La Habana para ser recibido con honores de jefe de Estado. Entonces ya conocía el sueño aletargado del patriarca: “Con el petróleo venezolano la revolución continental sería cuestión de meses”, había dicho al instrumental Régis Debray, 33 años atrás.

Tras su éxito electoral de 1998, Chávez comenzó a dar señales de que esa revolución la lideraría él mismo. Al efecto, bajo el talante de un discípulo cariñoso, llegó a un acuerdo tácito con Castro: él lo sacaría de los apuros financieros de su “período especial” y, como contrapartida, el cubano superaría sus clásicos celos tutoriales, dejándolo levantar carpa de jefe revolucionario.

Cubanos bolivaristas

Para Chávez, eso implicó acceder a las técnicas cubanas de exaltación del líder y conservación del poder, prestigiadas por medio siglo de funcionamiento. Sobre esa base, pudo reagrupar a los castristas supérstites de la región, reconvertirlos al “bolivarianismo” y emplear sus petro-recursos para iniciar el encuadramiento de los pueblos originarios. En su proyecto, éstos serían las nuevas masas emergentes.

En definitiva, así como Lenin actuó creativamente respecto a Marx, Chávez sólo usó de Castro lo que le pareció útil. En esa línea “revisionista”, perfeccionó una nueva estrategia de toma del poder, que arranca con un golpe mediático (inspirado en el asalto castrista al cuartel Moncada) y cuya base social está en los militares profesionales y no en un artesanal “puñado de hombres decididos”. Luego viene la conquista del gobierno, en lid democrática y el proyecto culmina con el control hegemónico de las palancas del Estado. En este contexto, a la inversa de lo que predicara Castro a sus seguidores chilenos durante el gobierno de Allende, el imperativo es no abandonar, jamás, la legalidad.

Las experiencias en Ecuador, con el coronel Lucio Gutiérrez; en el Perú, con el coronel Ollanta Humala, y en Bolivia, con los dos coroneles que salieron a la televisión el año pasado, indican que la estrategia chavista está en pleno rodaje. Tal vez mañana aparezca algún coronel colombiano, convocando a las guerrillas y poniendo en jaque al gobierno de Alvaro Uribe. Precisamente por eso, el posicionamiento definitivo del Presidente boliviano Evo Morales, tan apadrinado por Chávez, tiene hoy una importancia extraordinaria.

Por último, dado que el mango de la sartén revolucionaria está firme en poder de Chávez, muchos cubanos temen que, tras la inminente desaparición de Castro, les venga una nueva dependencia foránea. La sede del poder dominante, que antes estuvo en Madrid, Washington y Moscú, ahora se instalaría en Caracas.



Artículo publicado originalmente en Peru21.

José Rodríguez Elizondo
| Martes, 18 de Abril 2006