Al parecer, el fin de la guerra fría permitió a los dirigentes políticos, a nivel global, concentrarse en “el juego político” y/o reconstituirse en “clase política”, para disfrutar cabalmente del poder. Según ironía de Vaclav Havel, esto significa olvidar cómo se conduce un coche, cómo se hacen las compras, cómo se prepara uno mismo el café o cómo se llama por teléfono.
De ahí parte un corto trecho hacia el desprestigio. En su curso, los ciudadanos comienzan a reconocer la legitimidad del antipolicitismo y a percibir que los partidos ya no son –si alguna vez lo fueron- proveedores confiables de cuadros calificados para la Administración. Si ni siquiera en su interior perciben ecuanimidad para ponderar los merecimientos de los militantes. El designio cupular y/o el parentesco suelen desplazar los currícula más calificados.
Envejecimiento político
El caso es particularmente claro en Chile, por ser, quizás, el país latinoamericano de más fuerte implantación histórica de los partidos. Hoy, cualquiera puede ver que las dirigencias de los partidos tradicionales envejecen, sus parlamentarios imponen su poder interno para postular a sucesivas reelecciones, militantes en la burocracia estatal se esmeran en hacer subir los índices de corrupción asignados al país y los nuevos jóvenes no sólo rehuyen la militancia: ni siquiera se interesan en inscribirse en el Registro Electoral.
Como han observado prácticamente todos los estudiosos, se trata de un ensimismamiento que tiende a constituir castas u oligarquías políticas. Los dirigentes, encerrados en su círculo, escuchando sólo a otros dirigentes, suelen renunciar a toda función de liderazgo y docencia. La compuerta que aísla a las cúpulas de los militantes de base y de los independientes, bloquea la comunicación de ida y de vuelta en una espiral progresiva.
Tras esas sartreanas “puertas cerradas”, se anulan hasta las promesas de preferir “la excelencia” y los Presidentes deben ceder, sistemáticamente, ante las demandas partidarias de “mantener los equilibrios políticos”. Es decir, un “cuoteo” de nombre eufemístico. En ese mundo enrarecido, los ideales se domestican, la conservación del estatus impulsa el cultivo de “clientelas”, cierto nivel de corrupción parece inevitable (los “recursos para el partido” y el tráfico de influencias suelen pasar por una manga ancha) e, incluso, se acaba olvidando la fraternidad interna de cualquier club.
En tales condiciones, los políticos no deben quejarse si, como fatal correlato, son percibidos más como “padrinos” para uso doméstico, que como autoridades respetables.
Nota de JRE.- Lo que el lector acaba de leer son párrafos seleccionados de mi libro”Chile: un caso de subdesarrollo exitoso”, de Editorial Andrés Bello, año 2002. Este libro tiene una infrahistoria interesante. Primero, porque, fue enviado el año 2001 a un concurso convocado por un centro de estudios políticos, el cual –quizás huelga decirlo- fue declarado desierto. Segundo, porque el 20 de agosto del año siguiente fue presentado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, por el polémico y destacado político Jorge Schaulsohn. Agrego que otros políticos ya habían rechazado mi invitación a actuar como presentadores y que, al termino del evento, Jorge me confesó que hablar sobre esa obra lo había complicado. Cuatro años después, me queda claro por qué.