La Segunda, 11.1.2013
Entre los temas históricos que, de manera colateral, se procesan en La Haya, está el de la dos fechas que marcan la primera señal política enviada por Perú. Para este país, todo comenzó el 23 de mayo de 1986, cuando se presentó “el memorándum Bákula” a nuestra Cancillería. Para Chile, la primera señal se produjo el 20 de octubre de 2000, cuando la Cancillería peruana objetó una carta oceanográfica chilena.
Puede que esto hoy parezca simplemente adjetivo, pues sólo definiría responsabilidades políticas chilenas. Es decir, un tema de difícil comprensión en nuestro país, máxime si su marco (real o formal) es una política de Estado. Superando el tabú, yo he sostenido que en Chile optamos por el año 2000, para minimizar el impacto interno del memorándum mencionado. En parte, sería un ocultamiento de evidencia, con traslado de la señal desde el gobierno de Augusto Pinochet al de Ricardo Lagos. En parte, sería una suerte de solidaridad tácita con el desatino del canciller Jaime del Valle. ¿Cuál desatino?...pues el de pedir al diplomático peruano Juan Miguel Bákula que escriturara su exposición del 23 de mayo, sin sospechar que éste le haría llegar un documento oficial de su Cancillería.
Sin embargo, nunca las cosas son definitivamente claras en materia de diplomacia secreta. En la edición de ayer, a tenor de declaraciones del ex embajador en Chile, Hugo Otero, la revista Caretas da pistas sobre una señal peruana previa a la de Bákula. Sucede que, antes de asumir Alan García su primera Presidencia, a fines de junio de 1985, envió a Otero a Chile con una misión especial: plantear a Pinochet algunos temas supuestamente livianos, como una especie de guarnición táctica para un textual “plato fuerte”: la discusión del límite marítimo “no existente”. ¿Y cuál fue la reacción del general respecto a ese plato estratégico?... Según Otero, Pinochet habría respondido “todo se puede hablar, transmítale el mensaje al canciller Augusto del Valle”.
Pasemos por alto ese lapsus -casi freudiano- en el nombre. Lo notable es que, de ser como Otero lo cuenta –y él es un hombre creíble-, el general no sólo estaba al tanto de la pretensión peruana desde junio de 1985. Además, habría derivado el tema a su canciller. Por lo mismo, queda pendiente la pregunta que el reportero de Caretas no formuló: ¿cumplió o no el mensajero de García con servirle el mismo “plato fuerte” a del Valle?
Sucede que yo entrevisté a Otero al retorno de su misión (edición de Caretas del 1° de julio de 1985) y al menos puedo decir que sí conversó con del Valle. Debo agregar que el canciller chileno no le cayó simpático, de lo cual quedó constancia en el siguiente párrafo:
“En cuanto a su entrevista con el canciller sureño, Otero la describe como rutinaria y formal. Al parecer, Jaime del Valle, abogado ‘hosco y duro’, carece de la autonomía de vuelo necesaria para ir más allá de los rollos de ocasión”.
Supe de buena fuente que ese párrafo no le cayó en gracia a del Valle. No podía adivinar que, 28 años después, bien podría servirle como prueba de esa sagacidad y prudencia que después todos le negaron. Es que, con lo consignado, parece claro que no dio pábulo para que Otero le sirviera el “plato fuerte” degustado por Pinochet.
Es cierto que, once meses después, del Valle dio señales de receptividad ante la pretensión que le planteó Bakula. Al menos, no consta que la haya rechazado de manera hosca y dura. Pero, a esa fecha, tanto él como su jefe estaban al tanto de las intenciones de García respecto a la frontera marítima. Por lo mismo, alguna instrucción superior debió recibir o interpretar. Si para Pinochet “todo se puede hablar” (cosa que técnicamente era correcta), del Valle bien pudo entender que podía pedir un memorándum sobre lo hablado (cosa que tácticamente era equivocada).
Para beneficio de la escurridiza verdad histórica, esto aporta una hipótesis nueva: En 1986 Bákula no sorprendió al gobierno de Chile, pero sus actores principales no supieron aprovechar su previo conocimiento para elaborar una estrategia defensiva. Como efecto no querido, facilitaron la mutación de una exposición oral y sin testigos, en la primera pieza peruana de un futuro expediente judicial.
De todo esto se desprendería que no hubo desatino atroz de del Valle -al menos por cuenta propia-, en la petición de un memorándum a Bákula. También es muy posible que, con su silencio en los años que siguieron, se haya convertido en una especie de blindaje humano de Pinochet.
La conclusión definitiva, en cualquier caso, es que sólo un Estado democrático de Derecho hace posible la existencia de políticas de Estado, en materias de seguridad e integridad territorial.
Entre los temas históricos que, de manera colateral, se procesan en La Haya, está el de la dos fechas que marcan la primera señal política enviada por Perú. Para este país, todo comenzó el 23 de mayo de 1986, cuando se presentó “el memorándum Bákula” a nuestra Cancillería. Para Chile, la primera señal se produjo el 20 de octubre de 2000, cuando la Cancillería peruana objetó una carta oceanográfica chilena.
Puede que esto hoy parezca simplemente adjetivo, pues sólo definiría responsabilidades políticas chilenas. Es decir, un tema de difícil comprensión en nuestro país, máxime si su marco (real o formal) es una política de Estado. Superando el tabú, yo he sostenido que en Chile optamos por el año 2000, para minimizar el impacto interno del memorándum mencionado. En parte, sería un ocultamiento de evidencia, con traslado de la señal desde el gobierno de Augusto Pinochet al de Ricardo Lagos. En parte, sería una suerte de solidaridad tácita con el desatino del canciller Jaime del Valle. ¿Cuál desatino?...pues el de pedir al diplomático peruano Juan Miguel Bákula que escriturara su exposición del 23 de mayo, sin sospechar que éste le haría llegar un documento oficial de su Cancillería.
Sin embargo, nunca las cosas son definitivamente claras en materia de diplomacia secreta. En la edición de ayer, a tenor de declaraciones del ex embajador en Chile, Hugo Otero, la revista Caretas da pistas sobre una señal peruana previa a la de Bákula. Sucede que, antes de asumir Alan García su primera Presidencia, a fines de junio de 1985, envió a Otero a Chile con una misión especial: plantear a Pinochet algunos temas supuestamente livianos, como una especie de guarnición táctica para un textual “plato fuerte”: la discusión del límite marítimo “no existente”. ¿Y cuál fue la reacción del general respecto a ese plato estratégico?... Según Otero, Pinochet habría respondido “todo se puede hablar, transmítale el mensaje al canciller Augusto del Valle”.
Pasemos por alto ese lapsus -casi freudiano- en el nombre. Lo notable es que, de ser como Otero lo cuenta –y él es un hombre creíble-, el general no sólo estaba al tanto de la pretensión peruana desde junio de 1985. Además, habría derivado el tema a su canciller. Por lo mismo, queda pendiente la pregunta que el reportero de Caretas no formuló: ¿cumplió o no el mensajero de García con servirle el mismo “plato fuerte” a del Valle?
Sucede que yo entrevisté a Otero al retorno de su misión (edición de Caretas del 1° de julio de 1985) y al menos puedo decir que sí conversó con del Valle. Debo agregar que el canciller chileno no le cayó simpático, de lo cual quedó constancia en el siguiente párrafo:
“En cuanto a su entrevista con el canciller sureño, Otero la describe como rutinaria y formal. Al parecer, Jaime del Valle, abogado ‘hosco y duro’, carece de la autonomía de vuelo necesaria para ir más allá de los rollos de ocasión”.
Supe de buena fuente que ese párrafo no le cayó en gracia a del Valle. No podía adivinar que, 28 años después, bien podría servirle como prueba de esa sagacidad y prudencia que después todos le negaron. Es que, con lo consignado, parece claro que no dio pábulo para que Otero le sirviera el “plato fuerte” degustado por Pinochet.
Es cierto que, once meses después, del Valle dio señales de receptividad ante la pretensión que le planteó Bakula. Al menos, no consta que la haya rechazado de manera hosca y dura. Pero, a esa fecha, tanto él como su jefe estaban al tanto de las intenciones de García respecto a la frontera marítima. Por lo mismo, alguna instrucción superior debió recibir o interpretar. Si para Pinochet “todo se puede hablar” (cosa que técnicamente era correcta), del Valle bien pudo entender que podía pedir un memorándum sobre lo hablado (cosa que tácticamente era equivocada).
Para beneficio de la escurridiza verdad histórica, esto aporta una hipótesis nueva: En 1986 Bákula no sorprendió al gobierno de Chile, pero sus actores principales no supieron aprovechar su previo conocimiento para elaborar una estrategia defensiva. Como efecto no querido, facilitaron la mutación de una exposición oral y sin testigos, en la primera pieza peruana de un futuro expediente judicial.
De todo esto se desprendería que no hubo desatino atroz de del Valle -al menos por cuenta propia-, en la petición de un memorándum a Bákula. También es muy posible que, con su silencio en los años que siguieron, se haya convertido en una especie de blindaje humano de Pinochet.
La conclusión definitiva, en cualquier caso, es que sólo un Estado democrático de Derecho hace posible la existencia de políticas de Estado, en materias de seguridad e integridad territorial.