(Publicado en La Segunda, 10.2.2012)
Tratando de vacacionar y mascar chicle al mismo tiempo, me he autodesignado corresponsal en Uruguay, el entrañable “paisito” del también entrañable Benedetti. En esa condición, lo primero que detecto, tras el discurso del martes de la Presidenta argentina Cristina Fernández, es que el tema Malvinas no es un cuchicheo a mayor abundamiento, sino todo un trending topic.
Los uruguayos, dicotómicos por cultura futbolera –Nacional o Peñarol-, parecen verlo como un tema costroso, pero de fácil despacho: izquierdas contra derechas, al fin de cuentas. Por eso, la progresía integracionista apoya la causa de Fernández, aunque no muera de amor por los argentinos ni aborrezca a los británicos. Sin embargo, por historia y memoria, resienten aparecer a remolque de un kirchnerismo que, con el difunto Néstor, les pasó factura por cualquier barco británico surto en Montevideo, los matoneó por la papelera Botnia y les bloqueó un puente internacional. El Presidente socialista de entonces, Tabaré Vásquez, llegó incluso a percibir el olor de la guerra.
El mandatario actual, José “Pepe” Mujica, interpreta ese talante receloso con sabiduría gaucha. Propia de quien supo hacer un solo montoncito con su experiencia tupamara y el escarmiento feroz de la dictadura militar. Con ese bagaje, concurrió al acuerdo de Mercosur sobre denegación de servicios portuarios a los barcos con bandera malvinense, a sabiendas de que es una medida más bien simbólica. Incluso dio el antídoto a los británicos: “los barcos mercantes con bandera inglesa pueden ingresar a puertos uruguayos como los de cualquier otro país”. También tuvo el coraje de hacer una advertencia tácita a su colega argentina: él no compartirá “nunca” la idea de un bloqueo marítimo o económico a los malvinenses.
En ese marco, las derechas uruguayas lo tienen fácil para ser críticas. Por tradición e intereses, conocen a fondo las limitantes económicas de su posición geográfica. Por doctrina, rechazan cualquier política que, incluso invocando el fatalismo geopolítico, afecte el libre comercio. Sobre esa base, postulan una especie de nacionalismo para países pequeños, donde la verdadera independencia equivale a la mutiplicidad de dependencias. Para el ex presidente Luis Alberto Lacalle, esto implica –sobre todo en el mundo globalizado actual- “comerciar con todos, en todo el mundo, no meternos donde no nos importa y no hacerle los deberes a nadie”. Hidrográficamente hablando, esto obliga a defender la libre navegación por los grandes ríos de la subregión y por… el Atlántico Sur. Más claro echarle agua.
Por eso, parece extraño que, recién en su segundo período, Fernández decida desclasificar el concienzudo Informe Rattenbach, de 1983, sobre las sinrazones que tuvo la dictadura de Leopoldo F. Galtieri para recuperar las Malvinas manu militari, manipulando a toda su sociedad. Según mi archivo, el periodista argentino Osvaldo Bayer escribió, hace cinco años, que ese documento debió editarse y distribuirse de manera masiva, porque “ya en democracia tendría que haberse dicho la verdad y no encubrirla”.
Si así lo hubiera dispuesto alguno de sus predecesores, comprendido su difunto esposo, quizás la Presidenta hoy podría evitarse los espejismos de segunda generación. Para quienes estuvimos en medio de la información sobre la guerra, hace treinta años, es escalofriante escuchar a su canciller, Héctor Timerman, diciendo que “Argentina no está sola, la que está sola es Gran Bretaña”.
La verdad es que suena igualito a Galtieri.