Publicado en El Mostrador 22.12.2016
El ensimismamiento corporativo de los políticos, a escala global, no sólo los alejó del estudio. También –con encomiables excepciones- los alejó de la cultura humanista y de la sociedad real. Por eso, sólo reaccionan cuando los sorprenden cataclismos como el Brexit, la elección de Donald Trump o la abstención del 65% en nuestras elecciones municipales.
Configurados como “clase” sistémica, los políticos de hoy no asumen que ese tipo de fenómenos estaba anunciado por sus propios comportamientos. Es decir, no entienden que el desencanto ciudadano con la política que hacen, mutó (hace tiempo) en escenarios ominosos. En profecías que, por acción u omisión, ellos mismos se encargan de cumplir. Puntualmente.
Si se quiere un “reencantamiento” con la política, habría que partir por la reconfiguración de los políticos realmente existentes, para que su conocimiento de los grandes temas sea real y no sólo recurso “campañero”. Para que entiendan que sus privilegios, en cuanto excesivos, son incompatibles con la democracia representativa. Para que comprendan que la democracia del país comienza con la democracia por casa. También, para que dejen de condenar sólo a los dictadores “malos”.
Planteo así el problema, pues acabo de exhumar un texto de 2003 que me alarmó, pues me provocó la ilusión de haberlo escrito ayer. Entre otros y con base en América Latina, ahí están los temas del desprestigio incremental de los políticos, el gran poder de los narcotraficantes, el separatismo como réplica escapista y tres futuros negros para la democracia representativa. Asumiendo el terrible riesgo de la autocita, comparto sus 18 tesis principales. A mi juicio, bastan para ratificar la profundidad del precipicio que separa a los ciudadanos de a pie de los políticos profesionales.
18 TESIS EN ACTUAL DESARROLLO El comportamiento del primer quintil de la primera década del siglo, sumado al comportamiento prescindente de los Estados Unidos, está provocando el temor a un serio retroceso en el desarrollo democrático de América Latina. El retroceso eventual no consistiría en una vuelta al ciclo democracias-dictaduras ni produciría una nueva “década perdida”, pues los síntomas muestran una inédita constelación de crisis: crisis de las ideologías, crisis de los partidos, crisis de la moral pública, crisis de la moral a secas, crisis de la democracia y crisis del Estado. La conjunción crítica se está resolviendo en un síndrome de rechazo a la Política misma y se expresa como desencanto masivo con los partidos políticos y sus dirigencias. El desencanto, a su vez, se interpreta como un apoyo cada vez más débil a los sistemas democráticos. Lo expresado indica que en la región se está pasando del optimismo escéptico de Winston Churchill al pesimismo agnóstico de Karl Popper: el mérito de la democracia se reduciría a la posibilidad de cambio incruento de los malos gobiernos. En ese contexto, la alternancia democrática ya no representa un cambio de responsabilidades de conducción, por mérito de la oposición, sino un castigo a los políticos en el poder. Otros castigos ciudadanos, en línea ascendente, son el desinterés por concurrir a las elecciones programadas, los comportamientos tácitos de protesta al emitir los sufragios, la opción por los outsiders o el repudio masivo –eventualmente violento- a los políticos de gobierno y/o de oposición. En la medida en que decae la adhesión al ideario democrático, cualquier comportamiento sociopolítico parece viable. Pueden visualizarse, al respecto, tres opciones negativas de futuro: las repúblicas de mercado, las repúblicas mafiosas o las repúblicas centrifugadas. Las repúblicas de mercado suponen una subliminal priorización del consumo: no importa el sistema que se adopte, si existen mercados bien provistos. Esto marcaría el hiperdesarrollo de la dominación de publicistas, encuestadores y comunicadores sobre la opinión pública y los políticos. Las repúblicas mafiosas marcarían la etapa en la cual la marginación de América Latina se hace intolerable para una masa crítica de desposeídos. Equivale a la reinserción en la economía global por métodos delictivos y/o destructores, con el narcotráfico como paradigma. Las repúblicas centrifugadas serían producto del escape sistémico de las poblaciones locales con mayor y con menor desarrollo dentro de las unidades nacionales existentes. Unas, por no beneficiarse del Estado y otras por percibirse expoliadas en beneficio del resto. En el origen de la constelación de crisis está la histórica dependencia del pensamiento político regional, que condujo a nuestros gobiernos hacia un conservadurismo inerte, un revolucionarismo sin bases reales o un pragmatismo sin principios. Por eso, el precario nivel de creatividad con que los líderes de la región enfrentaron la independencia, en el siglo XIX, se repitió cuando hubo que enfrentar el desafío del cambio epocal, a fines del siglo XX. Verificar la constelación de crisis no es un acto pesimista per se, pero el pesimismo se instalará si nuestras élites no aprovechan la oportunidad implícita en toda gran crisis, para superarla mediante un salto cualitativo. El aprovechamiento de la crisis supone, en lo fundamental, insertar la Política regional en la matriz de la Cultura, con la renovación de los actores políticos, la subordinación de los tecnócratas y la reposición de los fundamentos éticos y humanistas del contrato social. Lo señalado exige una reingeniería de la Política regional, que permita erradicar los trucos de mercadotecnia en la relación políticos-ciudadanía y dignificar la vocación política alejándola del reality show de los poderes públicos. Sobre las bases de ese cambio, América Latina estaría en condiciones de ejecutar su proyecto integracionista pendiente. Partiría de las homogeneidades estructurales históricas, los nuevos consensos sobre democracia política y rol del mercado y la renovación intelectual de los altos mandos militares. Esta les permitiría fortalecer el polo de la asociación por sobre el de la disuasión. La renovación intelectual de los oficiales militares implica, además, un enriquecimiento de su autopercepción como Fuerza del Poder Político. Pero no para ejercer ese poder, como en el ciclo antiguo, sino para trabajar como colaboradores estratégicos de las autoridades democráticas y poner sus habilidades técnicas y organizativas al servicio de la comunidad establecida en una zona de paz. En definitiva, América Latina puede llegar al bicentenario configurada como una región-bloque, en condiciones de integrarse con España y Portugal en una Comunidad Iberoamericana de Naciones y de asociarse con los Estados Unidos en una negociación sin subordinación. Si aquello no se da, habría que establecer un premio para quien invente otro trabajo a los políticos de hoy.
COLOFON
Trece años después, estas tesis siguen vigentes. Pero, compensatoriamente, los latinoamericanos y los chilenos no estamos solos. En efecto, si alguna vez sostuve que Chile es “el país de los pronósticos políticamente inservibles”, hoy debo ampliar drásticamente el escenario. Con Trump en la Casa Blanca, la inercia anticultural de los políticos llegó hasta el corazón de los Estados Unidos y, por tanto, se enquistó en la globalización.
El ensimismamiento corporativo de los políticos, a escala global, no sólo los alejó del estudio. También –con encomiables excepciones- los alejó de la cultura humanista y de la sociedad real. Por eso, sólo reaccionan cuando los sorprenden cataclismos como el Brexit, la elección de Donald Trump o la abstención del 65% en nuestras elecciones municipales.
Configurados como “clase” sistémica, los políticos de hoy no asumen que ese tipo de fenómenos estaba anunciado por sus propios comportamientos. Es decir, no entienden que el desencanto ciudadano con la política que hacen, mutó (hace tiempo) en escenarios ominosos. En profecías que, por acción u omisión, ellos mismos se encargan de cumplir. Puntualmente.
Si se quiere un “reencantamiento” con la política, habría que partir por la reconfiguración de los políticos realmente existentes, para que su conocimiento de los grandes temas sea real y no sólo recurso “campañero”. Para que entiendan que sus privilegios, en cuanto excesivos, son incompatibles con la democracia representativa. Para que comprendan que la democracia del país comienza con la democracia por casa. También, para que dejen de condenar sólo a los dictadores “malos”.
Planteo así el problema, pues acabo de exhumar un texto de 2003 que me alarmó, pues me provocó la ilusión de haberlo escrito ayer. Entre otros y con base en América Latina, ahí están los temas del desprestigio incremental de los políticos, el gran poder de los narcotraficantes, el separatismo como réplica escapista y tres futuros negros para la democracia representativa. Asumiendo el terrible riesgo de la autocita, comparto sus 18 tesis principales. A mi juicio, bastan para ratificar la profundidad del precipicio que separa a los ciudadanos de a pie de los políticos profesionales.
18 TESIS EN ACTUAL DESARROLLO El comportamiento del primer quintil de la primera década del siglo, sumado al comportamiento prescindente de los Estados Unidos, está provocando el temor a un serio retroceso en el desarrollo democrático de América Latina. El retroceso eventual no consistiría en una vuelta al ciclo democracias-dictaduras ni produciría una nueva “década perdida”, pues los síntomas muestran una inédita constelación de crisis: crisis de las ideologías, crisis de los partidos, crisis de la moral pública, crisis de la moral a secas, crisis de la democracia y crisis del Estado. La conjunción crítica se está resolviendo en un síndrome de rechazo a la Política misma y se expresa como desencanto masivo con los partidos políticos y sus dirigencias. El desencanto, a su vez, se interpreta como un apoyo cada vez más débil a los sistemas democráticos. Lo expresado indica que en la región se está pasando del optimismo escéptico de Winston Churchill al pesimismo agnóstico de Karl Popper: el mérito de la democracia se reduciría a la posibilidad de cambio incruento de los malos gobiernos. En ese contexto, la alternancia democrática ya no representa un cambio de responsabilidades de conducción, por mérito de la oposición, sino un castigo a los políticos en el poder. Otros castigos ciudadanos, en línea ascendente, son el desinterés por concurrir a las elecciones programadas, los comportamientos tácitos de protesta al emitir los sufragios, la opción por los outsiders o el repudio masivo –eventualmente violento- a los políticos de gobierno y/o de oposición. En la medida en que decae la adhesión al ideario democrático, cualquier comportamiento sociopolítico parece viable. Pueden visualizarse, al respecto, tres opciones negativas de futuro: las repúblicas de mercado, las repúblicas mafiosas o las repúblicas centrifugadas. Las repúblicas de mercado suponen una subliminal priorización del consumo: no importa el sistema que se adopte, si existen mercados bien provistos. Esto marcaría el hiperdesarrollo de la dominación de publicistas, encuestadores y comunicadores sobre la opinión pública y los políticos. Las repúblicas mafiosas marcarían la etapa en la cual la marginación de América Latina se hace intolerable para una masa crítica de desposeídos. Equivale a la reinserción en la economía global por métodos delictivos y/o destructores, con el narcotráfico como paradigma. Las repúblicas centrifugadas serían producto del escape sistémico de las poblaciones locales con mayor y con menor desarrollo dentro de las unidades nacionales existentes. Unas, por no beneficiarse del Estado y otras por percibirse expoliadas en beneficio del resto. En el origen de la constelación de crisis está la histórica dependencia del pensamiento político regional, que condujo a nuestros gobiernos hacia un conservadurismo inerte, un revolucionarismo sin bases reales o un pragmatismo sin principios. Por eso, el precario nivel de creatividad con que los líderes de la región enfrentaron la independencia, en el siglo XIX, se repitió cuando hubo que enfrentar el desafío del cambio epocal, a fines del siglo XX. Verificar la constelación de crisis no es un acto pesimista per se, pero el pesimismo se instalará si nuestras élites no aprovechan la oportunidad implícita en toda gran crisis, para superarla mediante un salto cualitativo. El aprovechamiento de la crisis supone, en lo fundamental, insertar la Política regional en la matriz de la Cultura, con la renovación de los actores políticos, la subordinación de los tecnócratas y la reposición de los fundamentos éticos y humanistas del contrato social. Lo señalado exige una reingeniería de la Política regional, que permita erradicar los trucos de mercadotecnia en la relación políticos-ciudadanía y dignificar la vocación política alejándola del reality show de los poderes públicos. Sobre las bases de ese cambio, América Latina estaría en condiciones de ejecutar su proyecto integracionista pendiente. Partiría de las homogeneidades estructurales históricas, los nuevos consensos sobre democracia política y rol del mercado y la renovación intelectual de los altos mandos militares. Esta les permitiría fortalecer el polo de la asociación por sobre el de la disuasión. La renovación intelectual de los oficiales militares implica, además, un enriquecimiento de su autopercepción como Fuerza del Poder Político. Pero no para ejercer ese poder, como en el ciclo antiguo, sino para trabajar como colaboradores estratégicos de las autoridades democráticas y poner sus habilidades técnicas y organizativas al servicio de la comunidad establecida en una zona de paz. En definitiva, América Latina puede llegar al bicentenario configurada como una región-bloque, en condiciones de integrarse con España y Portugal en una Comunidad Iberoamericana de Naciones y de asociarse con los Estados Unidos en una negociación sin subordinación. Si aquello no se da, habría que establecer un premio para quien invente otro trabajo a los políticos de hoy.
COLOFON
Trece años después, estas tesis siguen vigentes. Pero, compensatoriamente, los latinoamericanos y los chilenos no estamos solos. En efecto, si alguna vez sostuve que Chile es “el país de los pronósticos políticamente inservibles”, hoy debo ampliar drásticamente el escenario. Con Trump en la Casa Blanca, la inercia anticultural de los políticos llegó hasta el corazón de los Estados Unidos y, por tanto, se enquistó en la globalización.