Bitácora

LA TEORÍA DEL LOCO

José Rodríguez Elizondo

En el caso de la polémica a nivel nuclear, entre Donald Trump y Kim Il-un, Erasmo no habría encontrada nada que elogiar



 
El conflicto personalizado y marginal a la diplomacia que se está dando entre Kim Il-un y Donald Trump ha puesto de relieve la complejidad y sutileza de la estrategia de la disuasión.

Aquí estamos viendo, con toda claridad, sus dos posibilidades básicas: cómo amenazar con disparar, para que al enemigo se rinda sin guerra y cómo responder con la amenaza de que cualquier disparo llevará a una guerra. Lo novedoso y espantable es que, en este caso, como en la crisis de los misiles de 1962, en Cuba, estamos hablando de disparos nucleares.

La teoría dice que el éxito de la disuasión -y con mayor razón la que opera con armas nucleares-, se funda en la credibilidad de los antagonistas. Específicamente, en los niveles de firmeza que se reconocen, entre sí, respecto a la voluntad de ejecutar sus amenazas. La victoria sin guerra y la guerra nuclear, en la que todos pierden, cuelga de esa delgada línea sicológica.

En 1962 la disuasión nuclear funcionó desde ambos lados –la Unión Soviética y los Estados Unidos- porque sus gobernantes se inspiraban la credibilidad de la sensatez. En otras palabras, John F. Kennedy y Nikita Jruschov no se percibían, entre sí, en la condición sicológica necesaria para desatar una guerra nuclear, por una potencia menor como Cuba, Así, tras estirar casi al máximo la cuerda de la amenaza, ambos supieron “pestañear” a tiempo, para iniciar una negociación.

En este 2017, lo que está funcionando es parecido, en cuanto al nivel de  la amenaza, porque su naturaleza nuclear subordina la enorme asimetría de poderes entre Corea del Norte y los Estados Unidos. Pero, ahora existe una diferencia sustancial en cuanto a la calidad de los gobernantes. A la inversa de Kennedy y Jruschov,  los jefes de Estado  Kim y Trump están apelando a la credibilidad de su insensatez. Ninguno se reconoce como gobernante responsable y se lo dicen cada a cara. Literalmente, ambos se definen como locos (“mad men”).

.Aludiendo a la “destrucción mutua asegurada”, propia de una eventual guerra nuclear, el pensador francés Raymond Aron escribió, en 1966, que era difícil soslayar la idea de que sólo un loco podía desatarla. Por lo mismo -vaya paradoja-, en un intercambio de amenazas disuasivas con carga nuclear, lo mejor sería hacerse el loco, para ser creíble.

Sobre esa base, la posibilidad de que se imponga la disuasión entre Corea del Norte y los Estados, estaría en una percepción de empate entre sus gobernantes. Esto es, en que ambos pestañeen, por creerse lo bastante locos como para activar la panoplia nuclear. En tal caso abrirían un espacio para que sus élites domésticas y los gobernantes más sensatos del planeta los obliguen a negociar en el interés del planeta. 

Sin embargo, también cabe la siniestra posibilidad de que las amenazas que Trump y Kim han intercambiado no tengan a la disuasión como estrategia. Es decir, que no persigan evitar la guerra. En tal caso, la locura no sería un recurso sicológico, para inducir un pestañeo, sino un pavoroso dato de la realidad.
José Rodríguez Elizondo
| Domingo, 15 de Octubre 2017
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