(Publicado en La Segunda, 9 de marzo, 2012)
La conquista del Lejano Oeste –lo sabemos por el cine- fue una expedición de colonizadores blancos, a bordo de carretas tipo container. En caso de ataque piel roja, las carretas se ponían en círculo y sus ocupantes disparaban desde el interior.
La expedición sionista hacia la tierra que Yahvé prometiera a Abraham, puede decodificarse en esa clave: los judíos de la diáspora, inspirados por la profecía de Theodor Herzl, fueron volviendo a su vieja tierra hasta que, en 1948, seis países árabes los atacaron. El patriarca en ejercicio, David Ben Gurión puso entonces sus carretas en círculo y, tras derrotar a los atacantes, fundó el Estado Judío de Israel.
Lo peliagudo de esa sinopsis es que el círculo se mantiene, hasta la fecha y con diámetro mayor. Es que, tras el primer ataque, Ben Gurion y los suyos se quedaron con más territorio del que les reconoció la ONU en 1947. Por eso, los árabes y sus aliados acusan el expansionismo colonialista de Israel y los judíos israelíes replican que fue por razones de seguridad. Había que tomar posiciones estratégicas y, como prueba, ahí están las muchas guerras que siguieron ganando o empatando. A mayor abundamiento, invocan el aumento vegetativo de su población.
Por cierto, las cosas son bastante más complicadas, pues hay seguridades que insegurizan. Baste señalar que también sigue aumentando –y a un ritmo mayor- la población árabe-palestina que vive dentro y fuera de Israel. Esos palestinos se han convertido en símbolos de lucha para el mundo árabe-islámico, en todas sus variedades (invocándolos, Osama Bin Laden destruyó las Torres Gemelas). Por otra parte, el petróleo de ese mundo pesa mucho ante los demás países y esto incluye a los Estados Unidos, el supremo aliado de Israel.
Como si aquello fuera poco, el Dios Unico de todos participa en la polémica, pero no se la juega por ninguno. Esto añade una perplejidad metafisica, pues los líderes políticos pueden negociar limites o someter sus diferencias ante un tribunal internacional, pero no pueden negociar la voluntad de Dios. Por ese intersticio se cuelan los guerreros mártires del Islam y los colonos irreductibles de los asentamientos judíos, que quieren un Israel como el que narra la Biblia.
Hoy este pleito ya no cabe en el Medio Oriente. La globalización, más las armas de destrucción masiva de gran alcance, lo han puesto en el menú estratégico del planeta, cual nueva versión de Armagedon. La amenaza principal es un ataque preventivo de Israel a las instalaciones nucleares de Irán, para abortar su capacidad de producir armas atómicas. Si los guardianes internacionales de La Fuerza se descuidan (o prevarican), Mad Max puede instalarse entre nosotros para siempre.
Ante esto, surge la pregunta recurrente e incómoda: ¿debe omitirse cualquier crítica a la política israelí, sólo porque emana de una democracia en funciones?
Creo que seria fatal. Y no sólo porque en democracia también se cometen chapuzas (si lo sabremos los chilenos). Además, porque la ruta a la eventual catástrofe también tiene hitos en Jerusalem. De hecho, “la razón de seguridad” ha sido una coartada para potenciar a los lideres intransigentes, en perjuicio de los inteligentes.
Eso lo saben y discuten, con franqueza estimulante, los mejores analistas de Israel. Uno de ellos, mi amigo Mario Wainstein, ha escrito que si el Primer Ministro Biniamin Netanyahu anunciara, dramáticamente, que Israel acepta negociar la creación de un estado palestino con base en las fronteras anteriores a 1967, “obtendría la aprobación internacional y, muy probablemente, la oposición de los palestinos”. Estos invocarían el "derecho al retorno" de los refugiados, Mahmud Abbas no podría impedirlo…pero, se desbloquearía el camino para “una solución de verdad”.
Discutible será, como todo lo que se debate allá. Lo importante es que muestra la lucha de los inteligentes por parlamentar, sacando a los intransigentes del círculo de las carretas.