El recuento de difuntos ilustres de 2008 trajo a la memoria a Samuel Huntington, el profesor de Harvard que en 1993 nos asestara el pronóstico de “El choque de civilizaciones”. Fue en un artículo en Foreign Affairs, cuyo título llevaba un prudente signo de interrogación.
Esquemáticamente, él creía que el fin de la Guerra Fría no traería una paz autosustentable, sino el fin de las coartadas ideológicas. En lo sucesivo, habría que ir a la raíz cultural-religiosa de las naciones para explicar la continuidad de la guerra. La polémica suscitada lo obligó a profundizar, convirtiendo su opúsculo de 30 carillas en un best seller de 420 páginas, ahora sin título interrogativo. El pronóstico había ascendido a tesis, rumbo a convertirse en ley.
Tanto éxito fue llamativo, pues los contemporáneos leen menos que poco, y pronosticar un mundo en estado de trauma terminal es un tópico viejísimo. Siempre habrá un conflicto coyuntural que parezca globalizable. En este caso, fue la Guerra del Golfo de 1991 que mostró, de paso, lo impotable de ese “fin de la historia” que había anunciado Francis Fukuyama.
Al parecer, el secreto marquetero estuvo en que Huntington, como el apocalíptico apóstol Juan, supo presentar su elaboración como profecía o, dicho en difícil, como “escatología”. Su guerra de civilizaciones es, en su esencia, una versión harvardiana de la batalla de Armagedón.
En dos visitas muy concurridas a Santiago, Huntington lució esa mezcla de satisfacción con tristeza, propia de quienes aciertan pronósticos catastrofistas. Según mis apuntes, en 2003 nos dijo, con austeridad académica, que “la realidad ha validado algunos puntos de mi libro”. Luego forzó la realidad, para que calzara mejor con sus puntos. Así, convirtió a Bin Laden en el mellizo fundamentalista de George W. Bush y advirtió que la “guerra antiterrorista” era un mero eslogan político que desviaba la atención del tema central: “el papel crecientemente importante de la religión en los asuntos mundiales”.
Es lo apasionante de las profecías. Si son potentes, siempre habrá quienes traten de forzar y ampliar su cumplimiento. Es lo que hicieron Lenin respecto a Marx, Fidel Castro respecto a Lenin y Hugo Chávez respecto a Castro. Por eso, los huntingtonianos ortodoxos solo ven al islamismo en su versión fundamentalista, arrinconando en la invisibilidad a los musulmanes coexistentes. Además, hoy advierten la amenaza de cualquier otra religión, aunque sea de la misma familia. El propio Huntington incluyó en su libro “¿Quiénes somos?”, de 2004, a la inmigración mexicana entre las amenazas culturales para los EEUU. Es que su catolicismo atentaba contra el eje identitario protestante de la anglosajonía.
Por último, un par de errores puntuales en su obra, propios de quienes tratan de embutir fenómenos complejos en tesis simplistas. El primero, en su texto de 1993, es su definición de Israel como país “creado por Occidente”. Esto implicaba desconocer que es precisamente la raíz oriental de Israel lo que mejor explica el conflicto del Medio Oriente. El otro error atañe al Perú y está en “La tercera ola”, su libro sobre transiciones democráticas, con título expropiado a Alvin Toffler. Aquí hay un desconocimiento casi total del gobierno de Francisco Morales Bermúdez, conductor del proceso transicional más complejo de Hispanoamérica, en cuanto iniciado desde un contragolpe de Estado, bajo fuerte presión civil y enfrentando dos veces el riesgo de una guerra vecinal.
Publicado en La Republica el 6.1.09.
Esquemáticamente, él creía que el fin de la Guerra Fría no traería una paz autosustentable, sino el fin de las coartadas ideológicas. En lo sucesivo, habría que ir a la raíz cultural-religiosa de las naciones para explicar la continuidad de la guerra. La polémica suscitada lo obligó a profundizar, convirtiendo su opúsculo de 30 carillas en un best seller de 420 páginas, ahora sin título interrogativo. El pronóstico había ascendido a tesis, rumbo a convertirse en ley.
Tanto éxito fue llamativo, pues los contemporáneos leen menos que poco, y pronosticar un mundo en estado de trauma terminal es un tópico viejísimo. Siempre habrá un conflicto coyuntural que parezca globalizable. En este caso, fue la Guerra del Golfo de 1991 que mostró, de paso, lo impotable de ese “fin de la historia” que había anunciado Francis Fukuyama.
Al parecer, el secreto marquetero estuvo en que Huntington, como el apocalíptico apóstol Juan, supo presentar su elaboración como profecía o, dicho en difícil, como “escatología”. Su guerra de civilizaciones es, en su esencia, una versión harvardiana de la batalla de Armagedón.
En dos visitas muy concurridas a Santiago, Huntington lució esa mezcla de satisfacción con tristeza, propia de quienes aciertan pronósticos catastrofistas. Según mis apuntes, en 2003 nos dijo, con austeridad académica, que “la realidad ha validado algunos puntos de mi libro”. Luego forzó la realidad, para que calzara mejor con sus puntos. Así, convirtió a Bin Laden en el mellizo fundamentalista de George W. Bush y advirtió que la “guerra antiterrorista” era un mero eslogan político que desviaba la atención del tema central: “el papel crecientemente importante de la religión en los asuntos mundiales”.
Es lo apasionante de las profecías. Si son potentes, siempre habrá quienes traten de forzar y ampliar su cumplimiento. Es lo que hicieron Lenin respecto a Marx, Fidel Castro respecto a Lenin y Hugo Chávez respecto a Castro. Por eso, los huntingtonianos ortodoxos solo ven al islamismo en su versión fundamentalista, arrinconando en la invisibilidad a los musulmanes coexistentes. Además, hoy advierten la amenaza de cualquier otra religión, aunque sea de la misma familia. El propio Huntington incluyó en su libro “¿Quiénes somos?”, de 2004, a la inmigración mexicana entre las amenazas culturales para los EEUU. Es que su catolicismo atentaba contra el eje identitario protestante de la anglosajonía.
Por último, un par de errores puntuales en su obra, propios de quienes tratan de embutir fenómenos complejos en tesis simplistas. El primero, en su texto de 1993, es su definición de Israel como país “creado por Occidente”. Esto implicaba desconocer que es precisamente la raíz oriental de Israel lo que mejor explica el conflicto del Medio Oriente. El otro error atañe al Perú y está en “La tercera ola”, su libro sobre transiciones democráticas, con título expropiado a Alvin Toffler. Aquí hay un desconocimiento casi total del gobierno de Francisco Morales Bermúdez, conductor del proceso transicional más complejo de Hispanoamérica, en cuanto iniciado desde un contragolpe de Estado, bajo fuerte presión civil y enfrentando dos veces el riesgo de una guerra vecinal.
Publicado en La Republica el 6.1.09.