Bitácora

Gaza no comienza en Gaza

José Rodríguez Elizondo


Hugo Chávez sentenció que la tragedia de Gaza es culpa aislable de los judíos israelíes, quienes aplican el método de exterminio nazi. Otros opinantes, genuina o tácticamente emocionales, aceptaron su “tesis” talibánica. Una artista israelí me escribió diciendo que se trata de “una manipulacion perversa que ayuda a incrementar el odio ya tan lamentablemente bien instalado”.

Es que aquella sobresimplificación oculta la complejidad de este odio. Además, es disfuncional a la ayuda urgente que necesitan las víctimas de hoy, entrampadas en una espiral de ataques que generan represalias (y viceversa). Mientras, el conflicto interminable sigue convocando actores peligrosos para la paz mundial.

En rigor, Gaza es una penúltima oportunidad para asumir el origen moderno de la tragedia –el remoto está en la Biblia-, con dos objetivos vinculados: comprender cuándo se volvió a traumatizar la Tierra Santa y usar ese entendimiento para fortalecer la razón laica y la compasión espiritual. Entre los adoradores del dios único tienen que existir humanos de buena voluntad.

Todo comenzó con el milagroso consenso Truman-Stalin de 1947, expresado en la partición de la ONU: un Estado para los judíos y otro para los palestinos. Desgraciadamente, el milagro se administró asimétricamente. A fuer de realista, el líder sionista David Ben Gurión lo aceptó al toque, como pájaro en la mano. A fuer de idealistas, los gobernantes árabes del entorno declararon la guerra al nuevo Estado Judío y los palestinos, sin líderes propios, se quedaron con cien pájaros volando.

Esa fue la verdadera nakba (catástrofe) de los palestinos. Por déficit de liderazgo, quedaron fuera del juego de los Estados nacionales, sufriendo el impacto de la derrota árabe en seis guerras, el exilio sine die y la coexistencia desigual en Israel. Hoy, tras ensayar formas propias de lucha - guerrillas, intifadas y atentados suicidas-, luchan por un Estado con menos territorio del que pudieron tener en 1948. Por cierto, hubo un escarmiento tardío, expresado en negociaciones conducidas por la Autoridad Nacional Palestina, pero pronto fueron impugnadas por la organización fundamentalista Hamas. Esta se hizo hegemónica en Gaza, reivindicando la posición de origen: Israel debe desaparecer.

Esa inconsistencia de sus interlocutores necesarios deformó el desarrollo de Israel. Un sector judío sobrevaloró su aplastante superioridad militar, argumentando que una sola guerra perdida significaría el fin del Estado. Otro sector se subió por ese chorro, tomando al todopoderoso como coartada: Yahvé quería que las fronteras asumidas en 1948 fueran sólo una cabeza de playa para “recuperar” Eretz Israel, la tierra prometida a Abraham antes de que naciera Ismael.

En ese marco los visionarios como Shimon Peres quedaron atrás, surgió la política de asentamientos, crecieron los partidos religiosos, vino el asesinato de Itzhak Rabin y Ariel Sharon llegó al poder. Esto trajo tres efectos paralizantes: empate estructural entre intransigentes y dialogantes, debilidad política para asumir concesiones significativas y fortalecimiento de todos los fundamentalismos. Israel se estancó, así, en una dicotomía irreductible: por un lado, quienes sólo conciben una pax armada. Por otro, quienes quieren una paz normal, con un Estado palestino viable, a cuyo desarrollo económico deben contribuir.

Como resultado, judíos y palestinos de Israel llevan 60 años viviendo en la más perfecta inseguridad. Según el intelectual palestino Edward Said, “desde cualquier perspectiva concebible” son o se autoperciben como víctimas de la violencia.

Por esto (excúseme, Presidente Chávez), no fue inteligente homologarlos con las víctimas y victimarios del Tercer Reich.


Publicado en La Republica el 20.1.09
José Rodríguez Elizondo
| Miércoles, 21 de Enero 2009
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