Bitácora

Fidel y las tres muertes de Salvador Allende

José Rodríguez Elizondo

La familia de Salvador Allende asumió la realidad de su suicidio, en su dramático contexto, hace ya varias décadas. Lo mismo sucedió con nuestra opinión pública. Con pocas excepciones, hoy puede decirse que los chilenos, civiles y militares, reconocen el gesto de Allende como lo que fue: una demostración de dignidad superior y un escalofriante ejercicio de responsabilidad política.

Por eso, a muchos desconcertó la decisión familiar de re-exhumar los restos de Allende, para que un juez los sometiera a autopsia legal definitoria. Unos se preguntan si hay dudas nuevas sobre los viejos hechos. Otros creen que es una concesión a nuestro fetichismo jurídico. Ese según el cual la verdad sólo existe si la determina y documenta un miembro del Poder Judicial.

La senadora Isabel Allende ya dio una explicación clara y a la vez sutil. La convicción de la familia no ha cambiado, dijo, pero la verdad debe tener un soporte básico más amplio. Para Chile sería muy importante una certeza judicial que establezca “una verdad histórica, oficial”, agregó. En otras palabras, la familia está apelando a la Historia con mayúscula y la pregunta salta inevitable: ¿quién, dónde, cuándo y por qué, implantó con fuerza histórica una versión falsa sobre la muerte de Allende?

Respuesta: fue Fidel Castro, en La Habana, la noche del 28 de septiembre de 1973, en masivo y manipulatorio homenaje al Presidente fallecido. Entonces, en su rol autoasignado de hacedor de la Historia, elaboró una verdad propia, con base en la emoción de las izquierdas. Dijo, en supersíntesis, que con el suicidio se perseguía ocultar “el comportamiento extraordinariamente heroico del Presidente Allende” quien, tras hacer chatarra dos tanques militares con certeros disparos de bazuca, murió metralleta en mano, acribillado por “los fascistas”.

Fue un relato épico, detalladísimo… pero contradictorio con los hechos ya informados por testigos presenciales tan serios como los médicos Patricio Guijón, Arturo Jirón, José Quiroga y la periodista Frida Modak. Una adulteración de nuestra Historia que, tras ser endosada por Gabriel García Márquez y el recordado cineasta chileno Helvio Soto, se impuso en el mundo. Nadie asumió que ese “embellecimiento revolucionario” afeaba el gesto real de Allende y oscurecía su mensaje final.

El germen inductor estuvo en una de las versiones fantasiosas, sin fuente responsable, que comenzaron a circular en Chile el mismo 11 de septiembre. Castro la asumió y potenció, no por error, sino porque le era funcional. En efecto, si la revolución de Allende se había apreciado, urbi et orbi, como antagónica o alternativa a la suya, él ahora podría demostrar que el chileno estuvo siempre equivocado… y que lo reconoció, in extremis, con una muerte revolucionariamente correcta. “Así muere un combatiente verdadero”, ejemplificó. Y agregó la consigna: “los revolucionarios chilenos saben que ya no hay ninguna otra alternativa que la lucha armada revolucionaria”.

Gabo escribiría años después, quizás evocando esa noche habanera y la fría decisión de Castro, que éste no concibe la derrota. “No creo que pueda existir en este mundo alguien que sea tan mal perdedor”.

Notablemente, la falsa historia no terminó ahí. Tras el fusilamiento del general cubano Arnaldo Ochoa, los enemigos de Castro decidieron aplicarle su propio método, inventando una versión shakespeariana de la muerte de Allende. En ésta, el líder chileno es asesinado por el agente cubano Patricio de la Guardia, para evitar que se rinda. Esto, por instruciones previas del propio Castro, pues de la Guardia no se mandaba solo. Fuente de la información: dos ex agentes cubanos exiliados en Francia quienes la habrían escuchado –como jactancia- al propio de la Guardia.

La base fáctica de esta segunda falsificación está en que de la Guardia fue agente principal de Castro en el Chile de Allende. Como tal, bien pudo proporcionar las claves de ficción necesarias para dar verosimilitud a la versión de su líder. Una sutil coincidencia da la pista: tanto en la versión de Castro como en la de los dos ex agentes, el cadáver de Allende es cubierto con la bandera chilena, en pleno combate.

Dicen que de la Guardia ha desmentido lo anterior y parece lógico. Hoy está en Cuba, condenado a 30 años de cárcel (lleva 18), en el marco del proceso contra Ochoa, en el cual se condenó a muerte a su hermano mellizo Antonio. Estaría equilibrándose entre su supuesta jactancia de ayer y su reducida condición actual.

Pero, Castro, siempre obsesionado por la absolución de la Historia, también estaría en un equilibrio inestable. Como nunca ha explicado, de manera formal, por qué inventó una muerte para Allende, tendría que hacerlo antes de desaparecer, él o su memoria. Su pésima alternativa sería reivindicar su invención, contra la convicción de los chilenos, para enfrentar la falsificación de segunda generación.

Por lo señalado, una verdad chilena potente, incontestable, sobre la muerte de Allende, luce más necesaria para los cubanos que para los chilenos. Quizás produciría un efecto benéfico en esos mundos enrarecidos, donde el poder se afirma sobre el control de las verdades y de las mentiras y donde suelen levantarse nuevos mitos para demoler los mitos establecidos.

Publicado en La Segunda, 24.5.11
José Rodríguez Elizondo
| Jueves, 26 de Mayo 2011
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