En su entrevista de ayer para La Tercera, Evo Morales dice, rotundo, lo que sus diplomáticos sólo decían con susurros: “la demanda (del Perú en la Haya) tiene como objetivo perjudicar a Chile y Bolivia en sus negociaciones”.
Es la réplica exacta de aquella dura afirmación de Alan García, según la cual Morales ya no estaría interesado en una salida al mar. De paso, muestra un nuevo diseño estratégico respecto a dicha aspiración marítima, que ya no pivotea sobre el supuesto bilateralismo consagrado en el tratado de 1929. Este, más bien, levantaba la amistad chileno-peruana sobre la “exclusión” de Bolivia.
Si este alejamiento de Bolivia no fue previsto oportunamente por los expertos de Torre Tagle, significa que esa acreditada Cancillería también comete errores graves. Si lo fue, significa que esos expertos asumieron una asesoría temeraria desde 1986, año en que el diplomático Juan Miguel Bákula oficializó la pretensiòn peruana ante el gobierno chileno. Como resultado, Ecuador y Bolivia –además de Chile- hoy están directamente interesados en la mantención del statu quo.
Incidentalmente, esto explica la extraña reacción del mismo Bákula cuando este columnista “reveló”, en 2007, el secreto de Polichinela de la implicancia boliviana. En un libro de 2008, dicho actor supuso aviesas intenciones al analista, diciendo que se trataba de “una extraña interpretación (…) teledirigida desde otros miradores” y sólo orientada a descalificar su gestión personal. Asumía que ni al Presidente García se le había pasado tal conexión por la cabeza.
Los hechos indican, entonces, que Chile dejó de ser el exclusivo responsable de la mediterraneidad boliviana, pues los obstáculos reales los ha venido colocando –según Morales- la “permanente agresión” de García. Más que un sinceramiento sobre la trilateralidad del tema, esto es un traslado de culpas, que induce un vuelco histórico en el sistema geopolítico. Una especie de éxito en diferido de aquella “polìtica boliviana” de Chile que descansaba sobre la negociabilidad de Tacna y Arica. En esa línea, Bolivia desistiría de internacionalizar su tema y no pondría el énfasis en los traspasos de soberanía.
Aquí es donde Chile necesita políticas que sinteticen las grandes líneas de la Política y la Estrategia, pues plegarse al diseño de Morales sería asumir que la amistad de Bolivia puede equilibrar la enemistad del Perú. Más inteligente sería aprovechar la oportunidad para hacer el balance de la exclusión boliviana decidida en 1929, con miras a reemplazarla por una política común, que beneficie a los tres países concernidos.
Ese “trilateralismo diferenciado” sería, por añadidura, el soporte de una integración que elimine la necesidad de delegar nuestros destinos en los jueces de La Haya.
Publicado en La Tercera, 1.6.09