Cuando se haga la historia tranquila de su período, se dirá que la mayor (no quiero decir la única) muestra de inteligencia política de George W. Bush fue no inflar a Hugo Chávez.
El sabe, porque se lo contó su papá, que las procacidades de Richard Nixon contra Fidel Castro, emitidas en la porosa privacidad de la Sala Oval, ayudaron a que el líder cubano se apernara.
Asumida la lección, Bush ha dejado sin respuesta los insultos del líder venezolano. Ni siquiera le ha prometido la inelegante y retórica patada en el poto con que suele amenazar a sus villanos invitados.
Con esto ha perforado, en profundidad, la autoestima de Chávez. Contra la importancia mundial que éste se concede, Bush ha levantado la ley del perraje: no dejar que los perros chicos se metan en las peleas de los perros grandes. Parece decirle, con desdén, que uno no es enemigo personal de quien quiere, sino de quien puede.
Quizás por eso y aprovechando el incremento de la crisis boliviana, Chávez decidió superar sus marcas. Comentando el eventual referendum revocatorio aceptado por Morales (que puede enviarlo a su casa), dejó de lado su insultadera básica, miró fijo a la cámara, achinó los ojos y haciendo la mímica de la situación, prometió: si “el imperio” derriba a Evo Morales “los venezolanos no nos quedaremos de brazos cruzados”. Es decir, Bolivia y Evo están bajo su protección y esto significa fuerza militar. Por si no se le hubiera entendido a cabalidad, sacó del baul de los años 60 la consigna más desafortunada del Ché Guevara: “crear dos, tres, muchos Vietnam”.
Abro paréntesis: digo desafortunada porque –me consta- los propios dirigentes vietnamitas no la apreciaron. En los años de su lucha terca y prolongada, a contrapelo de muchos de sus amigos y en el marco de la guerra fría, ellos trataron de desideologizar el conflicto. No querían que se les percibiera en combate contra un sistema sociopolítico determinado ni contra los ciudadanos de los Estados Unidos. Querían ser asumidos como simples y heroicos patriotas, que luchaban por la reunificación del país y la expulsión de los “protectores” de Vietnam del Sur. En esta línea, los estrategas de Hanoi, encabezados por el Primer Ministro Pham Van Dong , temían caer bajo la dominación de sus “protectores” propios. Querían que su éxito dependiera menos de los soviéticos que de la base ética, moral y democrática del pueblo norteamericano. Fin del paréntesis.
Por eso, cabe lamentar que, además de sus serios problemas internos, Evo Morales tenga que soportar el salvavidas de plomo que le sigue lanzando Chávez. Su proyecto de “refundación” –que es su eufemismo para “revolución”-, ya estaba bastante complicado con la lucha de etnias, la lucha de clases y la lucha de unidades regionales, como para asumir, además, la carga política de un protectorado. Es que, guste o disguste, el apoyo chavista será decodificado, por nacionalistas y autonomistas bolivianos, como una amenaza contra la democracia y la autodeterminación … y eso puede ser fatal para Morales.
Es interesante saber que el PNUD ya había previsto este tipo de desarrollos en su Informe de 2006 sobre Desarrollo Humano en Bolivia. En este documento anunció que, por diversos factores, la legitimidad de Morales tendería a disminuir en los próximos cinco años. Entre dichos factores estaban la reacción de las elites desplazadas, la falta de un programa claro de gobierno, la inexperiencia en la gestión estatal y “su adhesión al ‘eje’ conformado por sus colegas Hugo Chávez y Fidel Castro”.
La pregunta, entonces, es pertinente: ¿Será capaz Morales de decirle a Chávez que lo deje de querer tanto?
Publicado en La Tercera, el 11.5.08.