Bitácora

Ese mar que nos separa

José Rodríguez Elizondo


Me consta la convicción con que muchos amigos peruanos me plantean el tema de la frontera marítima. También me consta su sorpresa cuando les digo que, además de mantenernos en la zona del recelo histórico, ese tema oculta más de lo que muestra.

Y así lo creo, pues es raro que recién en 1986 y sin un estímulo político contingente, estudiosos peruanos hayan observado que la frontera respetada desde los años 50 – de jure y/o de facto- es poco equitativa. Además, porque la intuición primaria de los terrícolas les dice que todas las fronteras son injustas. Por eso, como siempre existe algún paralelo o meridiano aborrecible, la paz internacional debe aferrarse a los tratados, expresa o tácitamente fronterizos. En definitiva, fronteras son las que esos documentos señalan y no las que sugiere la siempre subjetiva equidad.

Mi hipótesis de simple particular es, entonces, que la motivación real de la nueva océanografía peruana es enfrentar, en mejor pie, la recurrente aspiración boliviana para salir al mar por territorios que fueron del Perú. Mi fundamento inicial está en el “abrazo de Charaña” de 1975, cuando los generales Augusto Pinochet y Hugo Bánzer comenzaron a negociar una salida al mar para Bolivia que pasaba, precisamente, por territorio antes peruano.

En esa ocasión, asumiendo la letra del tratado de 1929, Pinochet sometió el proyecto consensuado al Presidente Francisco Morales Bermúdez, pero éste lo sorprendió con una réplica creativa. En vez de someterse al simple “sí o no”, el general peruano tomó cartas en la negociación, proponiendo una zona de soberanía compartida y la administración tripartita del puerto de Arica.

Momento de la verdad

Fue un “momento de la verdad”, en el cual todos mostraron sus cartas escondidas: Bolivia, su apetencia de territorios ex-peruanos, el Perú sus pretensiones sobre Arica y Chile su reconocimiento de que la modificación de los tratados puede negociarse (no son “intangibles”, como dicen los místicos). Pero, lo importante para efectos actuales, es que entonces nadie dijo que se estaba negociando sobre cosa litigiosa, dado que el espacio marítimo pretendido por Bolivia también podía pertenecer al Perú.

El año 2001, cuando entrevisté al general Morales Bermúdez para mi libro “Chile-Perú: el siglo que vivimos en peligro”, éste me explicó, con grata transparencia, que su propuesta tuvo como finalidad “que en Bolivia no se dijera que el Perú era el que se oponía”.

Es decir, la hizo para eludir el pie forzado en que quiso ponerlo Pinochet y así lo entendieron peruanos distinguidísimos: “Chile queda con la responsabilidad total de cerrar el paso a la aspiración boliviana”, escribió el embajador Jorge Morelli Pando. El general Edgardo Mercado Jarrín, por su lado, advirtió que en el futuro debía buscarse un entendimiento trilateral, pues la situación podía “comprometer los intereses de seguridad del Perú”.

Con esos (y otros) antecedentes, creo que el Perú, al levantar tenuemente en 1986 el tema de la frontera marítima y al levantarlo con fuerza, hoy - siempre con Alan García como Presidente-, está impidiendo que se repita el escenario de 1975. De este modo, frente a una eventual nueva negociación boliviano-chilena, García ya no necesitaría hacer cuestión de derechos peruanos sobre el territorio de tránsito, quedando mal con Bolivia.

Evo Morales sabría, de antemano, que para disfrutar no ya de una “llegada”, sino de una “entrada” al mar, tendría que esperar el resultado de un eventual contencioso entre Chile y el Perú.

Por lo señalado, tengo el atrevimiento de preguntar:

¿No sería menos peligroso, más fraterno y hasta más económico, que Chile y el Perú exploren la posibilidad de un criterio común previo sobre la aspiración marítima de Bolivia?

Publicado en La Republica el 19.6.07.
José Rodríguez Elizondo
| Viernes, 22 de Junio 2007
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