Bitácora

Epopeya y la agenda del pasado

José Rodríguez Elizondo


Escribo mientras espero el inicio de Epopeya -la teleserie chilena sobre la Guerra del Pacífico- y confieso que, pese a no compartir el criterio que indujo su postergación, comprendo la inquietud de las Cancillerías.

Es que, desde el Tratado de Paz y Amistad de 1929, hemos vivido como si este instrumento sólo estableciera una tregua. Es decir, un estatus desconfiado que aserrucha el piso a las agendas de futuro o las limita a los solos acuerdos comerciales … que, a su vez, crean nuevas desconfianzas.

Por eso, pocos líderes nuestros han osado formular, sin sesgo, la pregunta sobre el verdadero interés nacional comprometido: ¿cuán funcional para el desarrollo de Chile y el Perú es un statu quo levantado sobre bases tan precarias?

De manera tácita, es una pregunta con dos tesis. Primera, la defunción teórica de la doctrina de la guerra eterna, prevaleciente en el siglo XIX. Esa que obligaba al vencedor a dormir con un ojo abierto, para prevenir la revancha del vencido e inducía a éste a esperar que su enemigo durmiera, para vengarse. Segunda, la mutación de la doctrina de guerra en doctrina de defensa, conectada con el objetivo de una “paz mejor”. Es la tesis que sobrevino al fin de la segunda guerra mundial y comenzó a cuajar con el Plan Marshall.

Nuestro problema radica en que los líderes democráticos chilenos y peruanos no han encontrado el espacio ni la coyuntura para impulsar una relación que sustituya el recelo por la colaboración. Y esto no sólo por la presencia activa de nacionalismos belicosos, sino porque la mitad del tiempo, por lo menos, ha habido una dictadura en el binomio. Y las dictaduras, como se sabe, necesitan enemigos para afirmarse.

Mercado y globalización

Por eso no hay doctrinas, estrategias ni políticas integracionistas. Nadie quiere pagar el costo de asumirlas y muchos delegan ese trabajo en la automaticidad del mercado y en la globalización. Quieren creer que bastan esos factores para que el statu quo se desplace hacia la amistad prometida en 1929. Semipiensan que, con el fin de la guerra fría y el improbable fin de la Historia, las cuestiones de límites quedaron fuera de foco, las hipótesis de conflicto se extinguieron y la diplomacia ya puede volcarse a las solas relaciones económicas.

Pero los porfiados hechos vuelven a demostrar que el pasadismo no admite escapismos. Por eso, después de haberse querido tanto, Ricardo Lagos y Alejandro Toledo terminaron aborreciéndose,. Este no perdonó la pasividad del primero en el empresarial “caso Lucchetti” y Lagos despertó del utopismo mercadista con el fiasco del gasoducto para Bolivia (ése que Toledo convirtió en una licitación binacional con alto contenido político). Luego siguieron incidentes en cadena, que hipotecaron la gestión de sus sucesores y dieron base para volver a fojas cero.

Así, Michelle Bachelet hoy enfrenta la vieja agenda de los límites contestados y Alan García la asume (a la agenda). Paralelamente, La Haya y el arbitraje de los EE.UU aparecen en el horizonte, mientras se aleja la posibilidad de un desarrollo democrático cooperativo, con una fraternal joint venture por los mercados del Asia Pacífico. Con el nacionalismo hemos vuelto a topar, Sancho.

Ahí está (creo) el back ground que indujo al canciller peruano a manifestar su inquietud respecto a Epopeya. Afirman mi sospecha un par de diaporamas made in Peru, que circulan por correo electrónico. Estos productos, cuya distribución masiva está asegurada por la tecnología de internet, no se limitan a “revisitar” una guerra del siglo XIX. Aunque parezca problemático y febril, están dirigidos a reclutar voluntarios para combatir, en este siglo XXI, contra “la mafia cívico-militar chilena, encabezada por Michelle Bachelet”.


Publicado en La República el 8 de mayo 2007.
José Rodríguez Elizondo
| Martes, 8 de Mayo 2007
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