La primera acción dramática de Fidel Castro fue su asalto al Cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953. De ella derivó su primera producción dramática: el texto La Historia me absolverá, que presentó como textualísma versión de su alegato ante los jueces del dictador Fulgencio Batista y que le serviría como base de su primer plan de gobierno.
La última acción dramática de Castro, simultánea con su última producción dramática, es la que estamos viendo: su enfermedad secreta, secretamente tratada, pero semidiagnosticada e informada urbi et orbi por el propio paciente. Esta secuencia, con escenificación y comentaristas de reality, le ha permitido delegar “provisionalmente” sus poderes e iniciar la transición hacia su segundo plan macropolítico: Cuba después de él mismo.
La clave para decodificar está en la foto que Castro se dejó tomar el día de su octogésimo cumpleaños. Allí, el líder está en su lecho y muestra, con gesto orgulloso, el suplemento especial del oficialísimo diario Granma. Este trae su foto enorme (de archivo), bajo un titular también enorme: ABSUELTO POR LA HISTORIA.
La grafica bidimensional nos dice dos cosas. Primera, que Castro cierra el ciclo de su liderazgo activo, con una autofelicitación emblemática. Al efecto, evoca su pronóstico de 1953 y, mediante una perfecta profecía autocumplida, notifica que se absolvió. El segundo significado es que, en la nueva etapa que abre, se reserva un liderazgo “de control”. Tras el fin de la “delegación provisional”, se dedicará a velar porque se mantenga incólume el monumento que se construyó.
El silencio de Raúl
Esto aclara por qué Raúl Castro está calladito. Como pariente escarmentado, sabe que el nepotismo de su hermano puede ser castigador. Además, como comunista avant Fidel, sabe que las “aperturas” suelen traer veneno en la cola. Ahí está, como referente, ese Mao Zedong que llamó a que “se abran mil flores”, para después cortar todas las tontas cabezas chinas que le hicieron caso.
Lo señalado comprueba que Castro es, literalmente, un personaje de ficción. Así lo entendió Gabriel García Márquez, en los años 70, cuando concibió El otoño del patriarca. En esa novela cuenta las miserias de un dictador que vivió eludiendo sicarios ajenos, condenando sicarios propios y verificando, al fin de sus años incontables, que un buen mito es mejor que cualquier proceso electoral. Por eso, quizás, un desencantado Regis Debray creyó que habría un fin del mito y que Castro sería reconocido, por fin, como un “despota incompetente”.
Lo que Debray no previó –como siempre- fue que el personaje seguiría inventándose. Así, Castro hoy es una mezcla de patriarca otoñal y de genio de los medios. Como tal, está usando la panoplia mediática mundial para diseñar su muerte y resurrección, con el fin de verificar qué sociedad terrenal ha construido y cómo se le recordará.
En definitiva, Castro se ha convertido en productor, actor y guionista de un Show de Truman a la cubana, donde asume los roles del espiado Truman y de Kristoff, el director que lo pautea. Esto significa que los cubanos seguirán viviendo con Castro detrás de la cámara y que sólo Castro sabe lo que el destino les deparará.
Publlicado en La Tercera (18.8.06)