Cuando usted, lector, se asome a este texto, la Presidenta Michelle Bachelet ya habrá decidido como votará Chile en la ONU. Es decir, sabrá si dio o no su voto a Venezuela, para un puesto no permanente en el Consejo de Seguridad … que es lo que importa desde el punto de vista de la noticia.
Como me adelanto a ese pronunciamiento, lo que sigue es un ejercicio de imaginación en la cuerda floja. Objetivo: tratar de que el lector no chileno entienda, lo más vívidamente posible, por qué hubo tanto secreto en la materia y por qué ese voto era tan importante para Chile, dentro y fuera del país.
Para ello, los invito a subir a los dos futuribles que congelaron, por tantos meses, la decisión presidencial, convirtiendo el tema en un “issue” trascendental.
Primer futurible: voto por Guatemala. En la región, este escenario libera la histórica animadversión de Fidel Castro contra los demócratacristianos e izquierdistas chilenos y pone fin a la autocontención de Hugo Chávez. El gobierno de la socialista Bachelet es denostado como modelo de obsecuencia con los EE.UU. La “playa boliviana” se convierte en consigna continental, los “fundamentalistas andinos” amenazan asimétricamente desde las fronteras, Néstor Kirchner anuncia nuevos recortes de gas, el socialista chileno José Miguel Insulza comienza a pasarlo mal en la OEA y Lula calla.
Mientras, Chile comienza a ser percibido como “el Israel de América”, los díscolos chavistas del Partido Socialista se convierten en tendencia dominante de su organización y Gutemberg Martínez –esposo de Soledad Alvear, la presidenta demócratacristiana- dice que en Chile no ha pasado nada. Antes había anunciado que si Chile votaba por Venezuela habría “un antes y un después” en las relaciones de la DC con el gobierno.
Desde la vereda opositora, los partidos de la Alianza felicitan a la Presidenta y el presidenciable Sebastián Piñera comienza a preparar señuelos para pescar humanistas socialistas.
Segundo futurible: voto por Venezuela. En este escenario, Condoleezza Rice dice que tan incomprensible voto coloca a Chile en “el eje del limbo”. George W. Bush agrega que, junto con los europeos nuevos, responsabilizará a Bachelet por cada nuevo despanzurro de Chávez, Kim Jong Il y Ahmadinejad.
Para exorcizar a esos demonios norteamericanos, el líder venezolano envía muchos besos a la Presidenta chilena y Castro -desde su lecho de enfermo, supuestamente sin poderes- le ofrece la sangre de todos los cubanos. Mientras tanto, Kirchner sigue cerrando el caño del gas, Evo Morales advierte que llegó el momento de obtener una salida soberana al mar, Insulza comienza a pasarlo mal en la OEA y Lula calla.
En Santiago, el senador socialista Alejandro Navarro –líder de los díscolos chavistas- desplaza a Insulza en las encuestas presidenciales y Gutemberg Martínez proclama el inicio de una nueva era: la Democracia Cristiana pasa a la “oposición constructiva”, pero dentro del gobierno. Como primer síntoma, el nuevo canciller DC prepara una declaración preventiva de persona non grata contra la embajadora de Chávez.
La Alianza opositora, por su lado, promueve marchas por la libertad en Bolivia, Cuba y Venezuela. “Nunca más”, gritan en las calles. Sebastián Piñera exhuma sus señuelos para pescar humanistas cristianos.
Mil ratos amarillos
Hasta aquí los futuribles. Basta asomarse a ellos -con una sonrisa, si es posible- para entender por qué Bachalet desoyó el viejo refrán según el cual es mejor pasar un rato colorado que sufrir mil amarillos.
Según los entendidos, la culpa no fue sólo de ella, sino de su predecesor Ricardo Lagos (quien le dejó esa penosa “mochila”) y de sus propios asesores de política exterior. Lo primero lo hemos analizado en un texto anterior (“Nuestra deuda con Chávez”). Lo otro obliga a evocar –una vez más- las arrastradas carencias de la Cancillería chilena: su déficit de profesionalidad orgánica, su obligada reactividad ante cada nuevo escenario conflictivo y su consecuente dificultad para anticipar escenarios y diseñar estrategias alternativas. Todo esto, que se sintetiza en la escasez de iniciativas y de opinión especializada con peso, dejó a Bachelet bailando con los feos.
¿Y cual es mi apuesta personal, para la votación del lunes 16 de octubre?
En este minuto del sábado 14 creo que la Presidenta decidió que la deuda contraída por Lagos es renegociable. Es decir, que Chávez no tiene por qué ser retribuido en las exactas condiciones que él desea. Cuando hay cambio de deudor –o de representante del deudor- suelen admitirse nuevas formas de pago. Sobre tal base, yo apostaría que ella dará orden de abstenerse a su embajador ante la ONU. Pero, francamente, más que apuesta esto es un wishful thinking.
Asumo, obviamente, que las abstenciones casi nunca tienen un perfume heroico pero... a veces no queda otra. Dado que cualquier acción positiva puede perjudicar a Chile, me siento tentado a recordar al gran politólogo y diplomático norteamericano George Kennan. Ese que, al mero comienzo de la Guerra Fría y desde Moscú, dijo a sus jefes que debían aceptar que “hay problemas que no tienen solución”.
Desde ese ejemplo, uno bien podria hablar de la virtud de la espera y del coraje de la indefinición.