Publicado en El Mercurio 20.2.2016
El estado de situación de Bolivia, Chile y Perú, en vísperas de una eventual re-re-elección de Evo Morales, podría exponerse mediante un trailer personalizado.
Ahí aparece Morales incrementando de cualquier modo su agresividad hacia Chile. Ollanta Humala, en plan de regresión familiar, quiere dejar como legado un conflicto serial con Chile y un conato de alianza con Morales. Michelle Bachelet, sin rol protagónico, aparece delegando la reactividad chilena en sus asesores directos y los abogados.
La primera impresión ante esta sinopsis, es que la conjunción de una política belicosa, una política taimada y una política desperfilada no sirve como soporte para nada bueno. Una segunda impresión agrega que bolivianos, chilenos y peruanos hoy estamos ante un sendero bifurcado, que equivale a la oportunidad de las crisis.
Uno de los ramales del sendero conduce a la reposición de lo que el tratado de 1929 consignara como “la única dificultad pendiente” entre Chile y el Perú. Es decir, al choque de la aspiración boliviana con la interdependencia de Tacna-Arica, ahora fundada en la contigüidad geográfica peruano-chilena. Sería un escenario con diversas posibilidades de desarrollo conflictivo, entre las cuales la configuración de una alianza similar a la de 1929.
El otro ramal conduce a revisitar el espíritu de los pactos de 1929, para reasumir el talante visionario de Augusto Leguía y Carlos Ibáñez. Por una parte, esto permitiría apreciar la alianza malograda de ayer como una precuela de la Alianza del Pacífico, que hoy integra a chilenos y peruanos. Por otra parte, permitiría revisar el criterio excluyente de Bolivia, para considerar la posibilidad de que participe en esa integración, sin precondiciones que afecten su base jurídico-política. Al menos en una primera etapa exploratoria.
Respecto a Bolivia, el primer ramal no la beneficia, ni siquiera en la hipótesis de una reactivación de la alianza de 1879. Eso sería prepararse para “lo innombrable” siendo que, como decía Winston Churchill, “las guerras no se ganan, sino que se pierden”. Y sobre todo si se dan entre países no desarrollados y en el mundo globalizado de hoy.
En cuanto al segundo ramal, sólo podría beneficiarla, pues la relación chileno-peruana ya no puede tener entre sus objetivos excluirla de un acceso tacno-ariqueño al Océano Pacífico. Tras 86 años de vigencia formal, esa meta ha desaparecido del horizonte real. Bolivia ya tiene dos enclaves no soberanos en el litoral peruano y salida no soberana al mar por todos los puertos de Chile.
PARA SALIR DEL CALLEJÓN
De acuerdo con lo señalado, una relación chileno-peruana renovada bien podría producir una negociación política sobre un mejor estatus marítimo-económico para Bolivia, que culmine con un planteamiento común. Sería responsabilidad sólo de Bolivia el aceptarlo, rechazarlo o negociarlo. Es lo que en otros textos he denominado “trilateralismo diferenciado” o “bilateralismo ampliado”.
Como información pertinente, he planteado el tema a algunos presidentes y a la mayoría de los cancilleres chilenos y ninguno ha contradicho la trilateralidad real del conflicto con Bolivia. En este país, el ex canciller Loaiza (QEPD), ejecutando la política del Presidente Rodríguez Veltzé, la daba por supuesta. El ex Presidente Mesa, por su lado, ha llegado a reconocerla de manera enfática. En el Perú, de cinco cancilleres a quienes he planteado el tema, tres afirmaron su trilateralidad, uno agregó que la idea de un trilateralismo diferenciado le parecía interesante y un quinto no tuvo comentario. En cuanto al ex Presidente Alan García, mediante globo sonda de 1989 fue más lejos que todos, aceptando la posibilidad de decir “sí” a Chile, ante una eventual cesión de parte de Arica a Bolivia.
Lo señalado ratifica que la racionalidad está en las alturas del poder, pero no se expresa en público con énfasis docente, para no afectar la emocionalidad que está en la base ciudadana. Por cierto, tal emocionalidad tiene como soporte a los historiadores nacionalistas y, paradójicamente, a quienes actúan oportunistamente desde las alturas del poder.
Como resultado, todos estamos embotellados y cuesta visualizar la puerta de escape hacia el futuro. Sin embargo, corsi e ricorsi, cuando uno se encuentra ante un callejón sin salida, eso significa que la única salida está en el callejón. Allí, soterrados o visibles, están los futuros estadistas de Bolivia, Chile y el Perú, esperando su oportunidad. Como la necesidad crea el órgano, en algún momento tendrán que aparecer.
Cuando esos estadistas emerjan (y coincidan) tendrán que buscar la solución posible en el entramado de la complejidad real, para pasar desde la retórica de los santos tratados, las astucias del revanchismo y la agresividad del irredentismo a la praxis de la negociación.
Por el mejor futuro de nuestros tres países, es de esperar, primero, que eso suceda y, luego, que sea más temprano que tarde.
El estado de situación de Bolivia, Chile y Perú, en vísperas de una eventual re-re-elección de Evo Morales, podría exponerse mediante un trailer personalizado.
Ahí aparece Morales incrementando de cualquier modo su agresividad hacia Chile. Ollanta Humala, en plan de regresión familiar, quiere dejar como legado un conflicto serial con Chile y un conato de alianza con Morales. Michelle Bachelet, sin rol protagónico, aparece delegando la reactividad chilena en sus asesores directos y los abogados.
La primera impresión ante esta sinopsis, es que la conjunción de una política belicosa, una política taimada y una política desperfilada no sirve como soporte para nada bueno. Una segunda impresión agrega que bolivianos, chilenos y peruanos hoy estamos ante un sendero bifurcado, que equivale a la oportunidad de las crisis.
Uno de los ramales del sendero conduce a la reposición de lo que el tratado de 1929 consignara como “la única dificultad pendiente” entre Chile y el Perú. Es decir, al choque de la aspiración boliviana con la interdependencia de Tacna-Arica, ahora fundada en la contigüidad geográfica peruano-chilena. Sería un escenario con diversas posibilidades de desarrollo conflictivo, entre las cuales la configuración de una alianza similar a la de 1929.
El otro ramal conduce a revisitar el espíritu de los pactos de 1929, para reasumir el talante visionario de Augusto Leguía y Carlos Ibáñez. Por una parte, esto permitiría apreciar la alianza malograda de ayer como una precuela de la Alianza del Pacífico, que hoy integra a chilenos y peruanos. Por otra parte, permitiría revisar el criterio excluyente de Bolivia, para considerar la posibilidad de que participe en esa integración, sin precondiciones que afecten su base jurídico-política. Al menos en una primera etapa exploratoria.
Respecto a Bolivia, el primer ramal no la beneficia, ni siquiera en la hipótesis de una reactivación de la alianza de 1879. Eso sería prepararse para “lo innombrable” siendo que, como decía Winston Churchill, “las guerras no se ganan, sino que se pierden”. Y sobre todo si se dan entre países no desarrollados y en el mundo globalizado de hoy.
En cuanto al segundo ramal, sólo podría beneficiarla, pues la relación chileno-peruana ya no puede tener entre sus objetivos excluirla de un acceso tacno-ariqueño al Océano Pacífico. Tras 86 años de vigencia formal, esa meta ha desaparecido del horizonte real. Bolivia ya tiene dos enclaves no soberanos en el litoral peruano y salida no soberana al mar por todos los puertos de Chile.
PARA SALIR DEL CALLEJÓN
De acuerdo con lo señalado, una relación chileno-peruana renovada bien podría producir una negociación política sobre un mejor estatus marítimo-económico para Bolivia, que culmine con un planteamiento común. Sería responsabilidad sólo de Bolivia el aceptarlo, rechazarlo o negociarlo. Es lo que en otros textos he denominado “trilateralismo diferenciado” o “bilateralismo ampliado”.
Como información pertinente, he planteado el tema a algunos presidentes y a la mayoría de los cancilleres chilenos y ninguno ha contradicho la trilateralidad real del conflicto con Bolivia. En este país, el ex canciller Loaiza (QEPD), ejecutando la política del Presidente Rodríguez Veltzé, la daba por supuesta. El ex Presidente Mesa, por su lado, ha llegado a reconocerla de manera enfática. En el Perú, de cinco cancilleres a quienes he planteado el tema, tres afirmaron su trilateralidad, uno agregó que la idea de un trilateralismo diferenciado le parecía interesante y un quinto no tuvo comentario. En cuanto al ex Presidente Alan García, mediante globo sonda de 1989 fue más lejos que todos, aceptando la posibilidad de decir “sí” a Chile, ante una eventual cesión de parte de Arica a Bolivia.
Lo señalado ratifica que la racionalidad está en las alturas del poder, pero no se expresa en público con énfasis docente, para no afectar la emocionalidad que está en la base ciudadana. Por cierto, tal emocionalidad tiene como soporte a los historiadores nacionalistas y, paradójicamente, a quienes actúan oportunistamente desde las alturas del poder.
Como resultado, todos estamos embotellados y cuesta visualizar la puerta de escape hacia el futuro. Sin embargo, corsi e ricorsi, cuando uno se encuentra ante un callejón sin salida, eso significa que la única salida está en el callejón. Allí, soterrados o visibles, están los futuros estadistas de Bolivia, Chile y el Perú, esperando su oportunidad. Como la necesidad crea el órgano, en algún momento tendrán que aparecer.
Cuando esos estadistas emerjan (y coincidan) tendrán que buscar la solución posible en el entramado de la complejidad real, para pasar desde la retórica de los santos tratados, las astucias del revanchismo y la agresividad del irredentismo a la praxis de la negociación.
Por el mejor futuro de nuestros tres países, es de esperar, primero, que eso suceda y, luego, que sea más temprano que tarde.