Quienes comprenden lo que está pasando, saben que el coronavirus es una advertencia planetaria que nos obliga, para sobrevivir, a encontrar un equilibrio entre la salud del cuerpo, la mente y la economía. El problema es que los políticos, destinatarios naturales de la advertencia, no dan señales de querer enfrentarla en su propio mérito. Siguen privilegiando sus filias y fobias domésticas, contagiando con sus altanerías a la periferia opinante y soslayando la necesidad de un límite claro a sus privilegios. Chile no es una excepción a este déficit de humildad.
IDEALISMO SIN FUERZA
Si pensamos en las grandes catástrofes, como terremotos y guerras, la unidad nacional sólo es el primer reflejo de los patriotas, humanistas, religiosos no fundamentalistas y otros especímenes de la buena onda. Si la catástrofe es de dimensión global, como la pandemia que terrorífica nos baña, ese reflejo apunta hacia la unidad humana. Todos debiéramos unirnos para salvar el planeta. Mijail Gorbachov, el gran Terminator soviético de la Guerra Fría, lo expresó de manera ejemplar en reciente texto publicado en la revista Time. Estamos ad portas de una nueva civilización, dijo y “las decisiones tendrán que ser tomadas por toda la comunidad mundial”.
Lamento decirlo, pero aquello es romanticismo puro. Cualquiera sabe que los terremotos son plataforma de vándalos y saqueadores, inducen la intervención de las fuerzas institucionales y producen réplicas existenciales en los políticos que cultivan rencores pretéritos o ideológicos contra ellas. Además, no hay guerra, por mundial que sea, sin saboteadores internos, opositores duros y revolucionarios -de izquierdas y derechas- que creen llegada su oportunidad política, a veces con éxito temporal. Cuando terminaba la Guerra de Secesión en los Estados Unidos, un conspirador confederado asesinó a Abraham Lincoln, para mantener viva a la muerte. Durante la Primera Guerra Mundial, con Rusia como país combatiente, los líderes del malestar social derrocaron al inepto zar Nicolás II, luego aserrucharon el piso al socialprogresista Alexandr Kerenski y así comenzó la revolución rusa.
Inspirados en esa realidad, los clásicos de la ciencia-ficción se han esmerado en contarnos la agonía del planeta por mal comportamiento de sus habitantes, con la consiguiente búsqueda de otro domicilio cósmico. Herbert G. Wells, en su clásico La guerra de los mundos, salvó a la tierra in extremis, pero no gracias a la resistencia de los terrícolas, sino a la acción espontánea de las bacterias domésticas. Fueron éstas las que derrotaron a los invasores alienígenas.
REALISMO PAPAL
En estos días, hasta el Papa Francisco es más realista que Gorbachov. En su homilía En tiempos de pandemia, consigna que “hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo”. Reconoce que la salvación no está dependiendo de los líderes políticos, sino de “personas comunes” que no aparecen en portadas de diarios y revistas ni en las pasarelas del último show. Menciona a médicos, personal sanitario y de supermercados, fuerzas de seguridad, voluntarios, religiosos “y tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo”.
En nuestro Occidente, ideológicamente democrático-liberal, el oportunismo de los políticos de vuelo rasante está convirtiendo al covid-19 en una oportunidad más. En los Estados Unidos, Donald Trump lo aprovecha para mejorar sus posibilidades reelectorales, mediante nuevos fakes, receta de remedios, sugerencia de una acción armada contra la dictadura venezolana, guiño amistoso a Taiwan y la conversión de su guerra comercial con China en una segunda temporada de la Guerra Fría. En Europa, por su lado, ha costado salir del tema del Brexit para entrar al de cómo combatir el virus. Ante la falta de disciplina social y unidad estratégica, sólo destaca la unidad tras el gobierno portugués y el liderazgo en Alemania de Angela Merkel, quien luce la ventaja de una formación universitaria en ciencias exactas.
En América Latina tampoco hay pan que rebanar. Está siendo la región con más bajas y es explicable. A los gobiernos remanentes del grupo ALBA la cuarentena preventiva les facilita pasar inadvertidos, fundiendo sus impunidades antidemocráticas con sus ineficiencias en materia sanitaria. En Venezuela, por ejemplo, Nicolás Maduro se cuelga chovinistamente de la agresividad de Trump y trata de aprovechar el momentum para liquidar a Juan Guaidó. En los dos países geopolíticamente mayores, el virus ha catalizado rasgos culturales regresivos. El presidente AMLO, de México, restó importancia al autocuidado y sugirió confiar en los amuletos. Su homólogo Jair Bolsonaro, de Brasil, comenzó ninguneando al virus (una “gripecita”) y luego recomendó automedicarse con hidroxicloroquina, el remedio que receta Trump.
En Argentina, el Presidente Alberto Fernández optó por un recurso asombroso: una competencia con Chile sobre indicadores de contaminación y una reunión con políticos chilenos opositores –algunos importantes-, para instarlos a recuperar el gobierno. De paso, nuestro embajador en Buenos Aires debió demostrar que sus indicadores eran algo “truchos”.
¿Y COMO ESTAMOS EN CHILE?
Es muy posible que en Chile estuviéramos mejor preparados, gracias a nuestra experiencia en catástrofes naturales y a las buenas redes de salud pública que nos legó nuestra historia institucionalista. De hecho, estaríamos siendo más eficientes que potencias como los Estados Unidos y Rusia.
No hay que ser oficialista para reconocer que aquí se ha dado una trilogía virtuosa: un gobernante que maneja mejor los desafíos telúricos que los políticos; un personal médico, sanitario y de seguridad con espíritu de cruzada, y un Ministro de Salud que asimila impertérrito la peor onda y los más duros garrotazos.
En lo técnico, esto se ha reflejado en una estrategia flexible, con asesoría científica, idónea para enfrentar el insoslayable binomio acierto/error… porque errores ha habido. En lo doctrinario, se pasó del ortodoxo Estado subsidiario al heterodoxo Estado subsidiante, controlador e interventor, afectando incluso atributos del derecho de propiedad. En lo comunicacional, el Presidente hasta ha cedido espacios a sus ministros, que no es poco decir.
Sin embargo, como sociedad política lo estamos haciendo pésimo. No estamos dando ese “ejemplo al mundo” que tanto nos gusta pregonar (aunque pocos extranjeros se enteren). Los dirigentes visibles de la minoritaria oposición dura e ideologizada, dentro y fuera del sistema político, ven la pandemia como una inoportuna interrupción de ese eufemístico “estallido social” que fragilizó al gobierno, ocasionó daños graves a nuestra infraestructura económica y que, dicho francamente, estaba induciendo un vacío de poder. Sobre esa base, inspirados en teorías revolucionarias del pasado y a semejanza de las teleseries de Netflix, ya están ensayando otra temporada.
INTERMEDIO EN EL SISTEMA
En cuanto a los dirigentes de los partidos de la oposición sistémica, herederos sin orgullo de la eficiente Concertación, lucen demasiado listos para criticar in actum las medidas del gobierno y proponer medidas que suponen mucho mejores. Salvo excepciones -que cualquier analista reconoce-, saben que siempre hay una medida mejor que la que toma el gobierno y repiten, en este nuevo contexto, ese juego suicida del “tejo pasado”, que se diera en el gobierno de Salvador Allende. Entonces, mientras maduraba el golpe de Estado, se daba una lucha durísima entre quienes apoyaban las políticas de “transición al socialismo” del programa presidencial y quienes las descalificaban como “simplemente reformistas”.
Desde ese talante, no están colaborando al éxito del binomio salud pública-institucionalidad democrática. Posiblemente influya –aunque de manera perversa- el que la sociedad los vea como parte de una “clase política” con intereses propios y ampliamente impopular. Ante eso, estarían entre la resignación a ocupar el último nivel del cariño en las encuestas y la creencia de que una actitud “firme” contra el gobierno los hará crecer cuando retorne la normalidad.
Notablemente, en las fuerzas políticas y base social del gobierno, tampoco se da la gran cohesión que se requiere. Algunos, subestimando el impacto de las desigualdades socioeconómicas, afirman que ciertas medidas implican abjurar de sus principios liberal-conservadores y asumir las banderas del socialismo. Hay alcaldes que dan la impresión -como los opositores- de estar en un intermedio, tras el cual la vida política seguirá igual. Conscientes de que no hay líderes de peso en las izquierdas tratan de “posicionarse” ante los medios y también formulan alternativas instantáneas a cada nueva medida. Otros actores, ignorando el valor político de las palabras, adoptan los hallazgos semánticos de la oposición más dura y hablan de “la Plaza Dignidad”.
Y de consuno, tras seis años en la agenda política, ni opositores ni oficialistas han sido entusiastas para abolir parte de las remuneraciones excesivas de sus parlamentarios. Y si bien una mayoría de senadores votó a favor de poner límite a su reelección, en conjunto se cuidaron de quedar exentos invocando, astutamente, la irretroactividad de las leyes. Es decir, muchos políticos rentados se consideran con un derecho adquirido a sus curules y no asumen la necesidad de dar señales que ayuden a disminuir la brecha de confianza entre ellos y la opinión pública.
Es algo que les cobrará la ciudadanía cuando retorne cualquier tipo de normalidad.
PERSONALIZANDO CON IRA
En resumidas cuentas y en medio de la pandemia, los actores de la oposición antisistémica no quieren recordar que no se cambia de caballo en medio de la corriente. Los opositores de la clase política no esperan llegar a la otra orilla para desenfundar sus revólveres. Y los políticos oficialistas no asumen la necesidad de subordinar sus vocaciones electorales.
Si hubiera que explicarle a un extranjero por qué en esta democracia chilena actuamos así, no podríamos soslayar el tema de la personalidad de Sebastián Piñera. Es un Presidente que, por lo menos, debiera satisfacer a quienes piden a la política más tecnicidad que retórica, más inteligencia que intuición, más acción ingenieril que “politiquería”. Algo así como lo que representó Jorge Alessandri, su predecesor como mandatario de derechas.
Sucede que el austero y seriote don Jorge (ese “don” no es casual) cumplió bien ese rol, pero no ha sido el caso de Piñera. A este le ha jugado en contra su falta de conceptualización política y, sobre todo, su carácter lúdico (sus “arranques infantiles”, según semblanza de Eugenio Tironi). Lo primero le impide comunicar de manera sintética y atractiva sus decisiones. Lo segundo choca tanto a quienes le exigen un “estilo presidencial”, como a quienes añoran la simpatía simple de Michelle Bachelet en su primer mandato. Por eso, sus errores no forzados, que antes se miraban como soslayables “piñericosas”, ahora se rechazan como insoportables “provocaciones”.
Lo grave para Chile es que, a partir de esas carencias, los críticos del Presidente se han dado un festín que difiere poco de la odiosidad. En las redes sociales saltarle a la yugular es un deporte cotidiano. En los espacios periodísticos es fácil detectar un talante antagónico, expresado en reporteos, entrevistas e imágenes con sesgo. Algunos periodistas lucen como fiscales de película y otros critican medidas antes de que comiencen a aplicarse.
Paradigmático ha sido el caso de la distribución de paquetes con alimentos y otras medidas, anunciadas por el propio mandatario la tarde del domingo 17 de mayo. A las pocas horas, el día lunes, el Diario UChile las mencionó como el reconocimiento de que antes “no se había hecho lo suficiente”… y de ahí siguió una descalificación en serie. La más llamativa, por su acritud, fue la del día siguiente, en columna del rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña. Para éste, dichas medidas se habían tomado sin un previo diseño logístico y confirmaban la ansiedad y falta de contención del Presidente.
Dada la notoriedad del columnista, más de un político opositor glosó fielmente lo expresado.
SALIR DE LA CÁPSULA
En resumidas cuentas, ni la realidad socioeconómica ni la gravedad de la amenaza ni la ingravidez de los partidos, han facilitado el mínimo necesario de disciplina para acatar las medidas que dispone el Jefe de Estado y su equipo técnico. Y menos para establecer instancias de colaboración, pues en vez de pensar como terrícolas chilenos los políticos lo están haciendo como contrincantes de coyuntura.
Tan evidente es la polifonía, que ni siquiera en el nivel superior de los exjefes de Estado hay unanimidad. Mientras los exmandatarios Eduardo Frei y Ricardo Lagos mantienen una respetuosa distancia social con las medidas que dispone el mandatario incumbente, Michelle Bachelet, actual Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, opina críticamente y por los medios. Lo hace como médico y exjefe de Estado, pese a que, según el artículo 100 de la Carta de la ONU, debiera abstenerse de actuar “en forma alguna” que sea incompatible con su condición de funcionaria internacional.
¿Significa lo señalado que debemos deponer el pensamiento crítico como si, junto con la pandemia, nos hubiera caído una dictadura?
En ningún caso. Sólo significa que, en esta dramática coyuntura, la crítica debe expresarse con prudencia, en tiempo oportuno, considerando el interés del país y asumiendo, como escribiera la historiadora Lucía Santa Cruz, que no es el tiempo de exigir infalibilidad a los gobernantes, porque “las preguntas esenciales sobre el covid-19 aún no tienen respuesta”.
Sobre esa base, debiéramos confiar en la verticalidad de la sensatez y en quienes técnicamente saben más que nosotros, a sabiendas de que la institucionalidad política no está en condiciones de colaborar. Su deteriorada cultura le impide apreciar la gravedad de la crisis planetaria y actuar en consecuencia.
Por cierto, esa confianza debe ser activa, entendiendo que lo público no se limita a lo estatal y expresándolo en la colaboración con todas las iniciativas cívicas que ayuden a resolver los problemas prácticos de cada día. En paralelo, debemos asumir, como ciudadanos, que, ante variables tan enormes como la vida y la muerte, hay que buscar una futura normalidad genuina y transversal. Esto es, una mejor organización política, social y económica y una manera más armónica de entender las relaciones humanas.
Sólo de ese modo, los chilenos podremos salir de la cápsula excepcionalista y parafrasear lo dicho, en otras circunstancias, por un presidente norteamericano asesinado: no te preguntes que puede hacer el gobierno por ti, sino qué podemos hacer nosotros por la patria.
IDEALISMO SIN FUERZA
Si pensamos en las grandes catástrofes, como terremotos y guerras, la unidad nacional sólo es el primer reflejo de los patriotas, humanistas, religiosos no fundamentalistas y otros especímenes de la buena onda. Si la catástrofe es de dimensión global, como la pandemia que terrorífica nos baña, ese reflejo apunta hacia la unidad humana. Todos debiéramos unirnos para salvar el planeta. Mijail Gorbachov, el gran Terminator soviético de la Guerra Fría, lo expresó de manera ejemplar en reciente texto publicado en la revista Time. Estamos ad portas de una nueva civilización, dijo y “las decisiones tendrán que ser tomadas por toda la comunidad mundial”.
Lamento decirlo, pero aquello es romanticismo puro. Cualquiera sabe que los terremotos son plataforma de vándalos y saqueadores, inducen la intervención de las fuerzas institucionales y producen réplicas existenciales en los políticos que cultivan rencores pretéritos o ideológicos contra ellas. Además, no hay guerra, por mundial que sea, sin saboteadores internos, opositores duros y revolucionarios -de izquierdas y derechas- que creen llegada su oportunidad política, a veces con éxito temporal. Cuando terminaba la Guerra de Secesión en los Estados Unidos, un conspirador confederado asesinó a Abraham Lincoln, para mantener viva a la muerte. Durante la Primera Guerra Mundial, con Rusia como país combatiente, los líderes del malestar social derrocaron al inepto zar Nicolás II, luego aserrucharon el piso al socialprogresista Alexandr Kerenski y así comenzó la revolución rusa.
Inspirados en esa realidad, los clásicos de la ciencia-ficción se han esmerado en contarnos la agonía del planeta por mal comportamiento de sus habitantes, con la consiguiente búsqueda de otro domicilio cósmico. Herbert G. Wells, en su clásico La guerra de los mundos, salvó a la tierra in extremis, pero no gracias a la resistencia de los terrícolas, sino a la acción espontánea de las bacterias domésticas. Fueron éstas las que derrotaron a los invasores alienígenas.
REALISMO PAPAL
En estos días, hasta el Papa Francisco es más realista que Gorbachov. En su homilía En tiempos de pandemia, consigna que “hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo”. Reconoce que la salvación no está dependiendo de los líderes políticos, sino de “personas comunes” que no aparecen en portadas de diarios y revistas ni en las pasarelas del último show. Menciona a médicos, personal sanitario y de supermercados, fuerzas de seguridad, voluntarios, religiosos “y tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo”.
En nuestro Occidente, ideológicamente democrático-liberal, el oportunismo de los políticos de vuelo rasante está convirtiendo al covid-19 en una oportunidad más. En los Estados Unidos, Donald Trump lo aprovecha para mejorar sus posibilidades reelectorales, mediante nuevos fakes, receta de remedios, sugerencia de una acción armada contra la dictadura venezolana, guiño amistoso a Taiwan y la conversión de su guerra comercial con China en una segunda temporada de la Guerra Fría. En Europa, por su lado, ha costado salir del tema del Brexit para entrar al de cómo combatir el virus. Ante la falta de disciplina social y unidad estratégica, sólo destaca la unidad tras el gobierno portugués y el liderazgo en Alemania de Angela Merkel, quien luce la ventaja de una formación universitaria en ciencias exactas.
En América Latina tampoco hay pan que rebanar. Está siendo la región con más bajas y es explicable. A los gobiernos remanentes del grupo ALBA la cuarentena preventiva les facilita pasar inadvertidos, fundiendo sus impunidades antidemocráticas con sus ineficiencias en materia sanitaria. En Venezuela, por ejemplo, Nicolás Maduro se cuelga chovinistamente de la agresividad de Trump y trata de aprovechar el momentum para liquidar a Juan Guaidó. En los dos países geopolíticamente mayores, el virus ha catalizado rasgos culturales regresivos. El presidente AMLO, de México, restó importancia al autocuidado y sugirió confiar en los amuletos. Su homólogo Jair Bolsonaro, de Brasil, comenzó ninguneando al virus (una “gripecita”) y luego recomendó automedicarse con hidroxicloroquina, el remedio que receta Trump.
En Argentina, el Presidente Alberto Fernández optó por un recurso asombroso: una competencia con Chile sobre indicadores de contaminación y una reunión con políticos chilenos opositores –algunos importantes-, para instarlos a recuperar el gobierno. De paso, nuestro embajador en Buenos Aires debió demostrar que sus indicadores eran algo “truchos”.
¿Y COMO ESTAMOS EN CHILE?
Es muy posible que en Chile estuviéramos mejor preparados, gracias a nuestra experiencia en catástrofes naturales y a las buenas redes de salud pública que nos legó nuestra historia institucionalista. De hecho, estaríamos siendo más eficientes que potencias como los Estados Unidos y Rusia.
No hay que ser oficialista para reconocer que aquí se ha dado una trilogía virtuosa: un gobernante que maneja mejor los desafíos telúricos que los políticos; un personal médico, sanitario y de seguridad con espíritu de cruzada, y un Ministro de Salud que asimila impertérrito la peor onda y los más duros garrotazos.
En lo técnico, esto se ha reflejado en una estrategia flexible, con asesoría científica, idónea para enfrentar el insoslayable binomio acierto/error… porque errores ha habido. En lo doctrinario, se pasó del ortodoxo Estado subsidiario al heterodoxo Estado subsidiante, controlador e interventor, afectando incluso atributos del derecho de propiedad. En lo comunicacional, el Presidente hasta ha cedido espacios a sus ministros, que no es poco decir.
Sin embargo, como sociedad política lo estamos haciendo pésimo. No estamos dando ese “ejemplo al mundo” que tanto nos gusta pregonar (aunque pocos extranjeros se enteren). Los dirigentes visibles de la minoritaria oposición dura e ideologizada, dentro y fuera del sistema político, ven la pandemia como una inoportuna interrupción de ese eufemístico “estallido social” que fragilizó al gobierno, ocasionó daños graves a nuestra infraestructura económica y que, dicho francamente, estaba induciendo un vacío de poder. Sobre esa base, inspirados en teorías revolucionarias del pasado y a semejanza de las teleseries de Netflix, ya están ensayando otra temporada.
INTERMEDIO EN EL SISTEMA
En cuanto a los dirigentes de los partidos de la oposición sistémica, herederos sin orgullo de la eficiente Concertación, lucen demasiado listos para criticar in actum las medidas del gobierno y proponer medidas que suponen mucho mejores. Salvo excepciones -que cualquier analista reconoce-, saben que siempre hay una medida mejor que la que toma el gobierno y repiten, en este nuevo contexto, ese juego suicida del “tejo pasado”, que se diera en el gobierno de Salvador Allende. Entonces, mientras maduraba el golpe de Estado, se daba una lucha durísima entre quienes apoyaban las políticas de “transición al socialismo” del programa presidencial y quienes las descalificaban como “simplemente reformistas”.
Desde ese talante, no están colaborando al éxito del binomio salud pública-institucionalidad democrática. Posiblemente influya –aunque de manera perversa- el que la sociedad los vea como parte de una “clase política” con intereses propios y ampliamente impopular. Ante eso, estarían entre la resignación a ocupar el último nivel del cariño en las encuestas y la creencia de que una actitud “firme” contra el gobierno los hará crecer cuando retorne la normalidad.
Notablemente, en las fuerzas políticas y base social del gobierno, tampoco se da la gran cohesión que se requiere. Algunos, subestimando el impacto de las desigualdades socioeconómicas, afirman que ciertas medidas implican abjurar de sus principios liberal-conservadores y asumir las banderas del socialismo. Hay alcaldes que dan la impresión -como los opositores- de estar en un intermedio, tras el cual la vida política seguirá igual. Conscientes de que no hay líderes de peso en las izquierdas tratan de “posicionarse” ante los medios y también formulan alternativas instantáneas a cada nueva medida. Otros actores, ignorando el valor político de las palabras, adoptan los hallazgos semánticos de la oposición más dura y hablan de “la Plaza Dignidad”.
Y de consuno, tras seis años en la agenda política, ni opositores ni oficialistas han sido entusiastas para abolir parte de las remuneraciones excesivas de sus parlamentarios. Y si bien una mayoría de senadores votó a favor de poner límite a su reelección, en conjunto se cuidaron de quedar exentos invocando, astutamente, la irretroactividad de las leyes. Es decir, muchos políticos rentados se consideran con un derecho adquirido a sus curules y no asumen la necesidad de dar señales que ayuden a disminuir la brecha de confianza entre ellos y la opinión pública.
Es algo que les cobrará la ciudadanía cuando retorne cualquier tipo de normalidad.
PERSONALIZANDO CON IRA
En resumidas cuentas y en medio de la pandemia, los actores de la oposición antisistémica no quieren recordar que no se cambia de caballo en medio de la corriente. Los opositores de la clase política no esperan llegar a la otra orilla para desenfundar sus revólveres. Y los políticos oficialistas no asumen la necesidad de subordinar sus vocaciones electorales.
Si hubiera que explicarle a un extranjero por qué en esta democracia chilena actuamos así, no podríamos soslayar el tema de la personalidad de Sebastián Piñera. Es un Presidente que, por lo menos, debiera satisfacer a quienes piden a la política más tecnicidad que retórica, más inteligencia que intuición, más acción ingenieril que “politiquería”. Algo así como lo que representó Jorge Alessandri, su predecesor como mandatario de derechas.
Sucede que el austero y seriote don Jorge (ese “don” no es casual) cumplió bien ese rol, pero no ha sido el caso de Piñera. A este le ha jugado en contra su falta de conceptualización política y, sobre todo, su carácter lúdico (sus “arranques infantiles”, según semblanza de Eugenio Tironi). Lo primero le impide comunicar de manera sintética y atractiva sus decisiones. Lo segundo choca tanto a quienes le exigen un “estilo presidencial”, como a quienes añoran la simpatía simple de Michelle Bachelet en su primer mandato. Por eso, sus errores no forzados, que antes se miraban como soslayables “piñericosas”, ahora se rechazan como insoportables “provocaciones”.
Lo grave para Chile es que, a partir de esas carencias, los críticos del Presidente se han dado un festín que difiere poco de la odiosidad. En las redes sociales saltarle a la yugular es un deporte cotidiano. En los espacios periodísticos es fácil detectar un talante antagónico, expresado en reporteos, entrevistas e imágenes con sesgo. Algunos periodistas lucen como fiscales de película y otros critican medidas antes de que comiencen a aplicarse.
Paradigmático ha sido el caso de la distribución de paquetes con alimentos y otras medidas, anunciadas por el propio mandatario la tarde del domingo 17 de mayo. A las pocas horas, el día lunes, el Diario UChile las mencionó como el reconocimiento de que antes “no se había hecho lo suficiente”… y de ahí siguió una descalificación en serie. La más llamativa, por su acritud, fue la del día siguiente, en columna del rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña. Para éste, dichas medidas se habían tomado sin un previo diseño logístico y confirmaban la ansiedad y falta de contención del Presidente.
Dada la notoriedad del columnista, más de un político opositor glosó fielmente lo expresado.
SALIR DE LA CÁPSULA
En resumidas cuentas, ni la realidad socioeconómica ni la gravedad de la amenaza ni la ingravidez de los partidos, han facilitado el mínimo necesario de disciplina para acatar las medidas que dispone el Jefe de Estado y su equipo técnico. Y menos para establecer instancias de colaboración, pues en vez de pensar como terrícolas chilenos los políticos lo están haciendo como contrincantes de coyuntura.
Tan evidente es la polifonía, que ni siquiera en el nivel superior de los exjefes de Estado hay unanimidad. Mientras los exmandatarios Eduardo Frei y Ricardo Lagos mantienen una respetuosa distancia social con las medidas que dispone el mandatario incumbente, Michelle Bachelet, actual Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, opina críticamente y por los medios. Lo hace como médico y exjefe de Estado, pese a que, según el artículo 100 de la Carta de la ONU, debiera abstenerse de actuar “en forma alguna” que sea incompatible con su condición de funcionaria internacional.
¿Significa lo señalado que debemos deponer el pensamiento crítico como si, junto con la pandemia, nos hubiera caído una dictadura?
En ningún caso. Sólo significa que, en esta dramática coyuntura, la crítica debe expresarse con prudencia, en tiempo oportuno, considerando el interés del país y asumiendo, como escribiera la historiadora Lucía Santa Cruz, que no es el tiempo de exigir infalibilidad a los gobernantes, porque “las preguntas esenciales sobre el covid-19 aún no tienen respuesta”.
Sobre esa base, debiéramos confiar en la verticalidad de la sensatez y en quienes técnicamente saben más que nosotros, a sabiendas de que la institucionalidad política no está en condiciones de colaborar. Su deteriorada cultura le impide apreciar la gravedad de la crisis planetaria y actuar en consecuencia.
Por cierto, esa confianza debe ser activa, entendiendo que lo público no se limita a lo estatal y expresándolo en la colaboración con todas las iniciativas cívicas que ayuden a resolver los problemas prácticos de cada día. En paralelo, debemos asumir, como ciudadanos, que, ante variables tan enormes como la vida y la muerte, hay que buscar una futura normalidad genuina y transversal. Esto es, una mejor organización política, social y económica y una manera más armónica de entender las relaciones humanas.
Sólo de ese modo, los chilenos podremos salir de la cápsula excepcionalista y parafrasear lo dicho, en otras circunstancias, por un presidente norteamericano asesinado: no te preguntes que puede hacer el gobierno por ti, sino qué podemos hacer nosotros por la patria.