Bitácora

EL GOLPE DE DONALD TRUMP

José Rodríguez Elizondo

En cuanto “extremista de centro” suelo buscar la información política, nacional e internacional, en los analistas de derechas e izquierdas, sensatos o insensatos. Es decir, soy agnóstico sobre la relevancia de la información que ofrecen los partidos políticos que se autoafirman como sistémicos. La teoría me dice que, si fueron alguna vez la plataforma de la democracia representativa, hoy suelen aparecer como estructuras encuesto-dependientes y clientelares y no como conductores de la opinión pública. Quienes quisieron ver este fenómeno lo han visto así desde hace muchos años y no lo reducen a las democracias subdesarrolladas. Quienes cerraban los ojos a nivel global, han tenido que abrirlos tras dos macroprocesos que los partidos no pudieron orientar ni, menos, conducir: el sacudón del Brexit al sistema de partidos con más solera democrática del mundo y el “No” al proceso de paz en Colombia. En Chile, mi país, el 65% por ciento de abstención que marcó el carácter de las recientes elecciones municipales fue el remezón que vino a sacudir a los autocomplacientes (v. mi Bitácora anterior). Por eso, la irresistible ascensión de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos. no debió sorprender tanto ni a tantos. Fue, “simplemente”, un doblar de las mismas campanas, sólo que en el país más poderoso del planeta.



El primer resultado parcial fue premonitorio. Kentucky asignaba sus 8 votos electorales a Donald Trump y éste clavaba su primera banderilla en el toro de la opinión pública mundial. Sintomáticamente, contactos de este bloguero en Washington y New York, pletóricos de wishful thinking, aseguraron que eso no significaba mucho. Esa votación reflejaba un porcentaje minoritario de los votos emitidos y ese Estado era usualmente republicano.

Sin embargo, en definitiva significó tanto como un primer gol en frío, al inicio de un partido de fútbol definitorio. E
specíficamente, permitió verificar dos supuestos antes dudosos: Uno, que a despecho de los líderes históricos de su Partido Republicano, Trump era asumido como líder por los votantes republicanos de a pie. El segundo, que Hillary Clinton no disponía del plus de liderazgo necesario para dar vuelta las tornas de la tradición y conquistar nuevos territorios para su Partido Demócrata.

Lo que siguió está a la vista, en las primeras imágenes y primeras planas de los medios del planeta. Más allá de los distintos fraseos y lugares comunes, casi todas reflejan el temor de que un afuerino extravagante y autoritario disponga, en lo sucesivo, del cargo dotado con el mayor poder político y militar del mundo.

Teóricamente, esto significa que el “fenómeno Trump” se ha posicionado en la encrucijada de las democracias representativas de hoy. Esto es, entre la decadencia de los partidos políticos tradicionales y el auge de las nuevas tecnologías y nuevos formatos, en cuanto cauce para externalizar las percepciones políticas de las distintas sociedades. Son dos curvas que se intersectan en el punto Opinión Pública: mientras ésta tiene cada vez menos anclaje en los partidos, más oportunidades tienen los outsiders para que la misma opinión pública los acepte como legítima alternativa. 

DEMOCRACIA RESIDUALMENTE REPRESENTATIVA

Los analistas y teóricos podrían explicarlo a partir de los procesos desatados por el fin de la guerra fría. Entre ellos, el decaimiento de las ideologías, con la licuación de las diferencias antagónicas entre derechas a izquierdas. En un mundo en que coexisten los socialismos de mercado con los capitalismos regulados, lo más probable es que se imponga la desdramatización de las opciones políticas y, en paralelo, la percepción de que los extremos –anarquía y capitalismo salvaje- son tan imprevisibles o inevitables como las catástrofes naturales. En ese marco, si da lo mismo Chana que Juana, la participación política activa se hace superflua, se relaja el binomio derechos-obligaciones de los ciudadanos, el aventurerismo deja de ser abominable y el sufragio se banaliza.

Lo más grave es que los partidos y políticos sistémicos, dando la razón a sus críticos, han creído posible surfear sobre esas malas ondas. Ensimismados en sus debates e intereses de endogrupo, lucen resignados a democracias más excluyentes que inclusivas, donde la opinión que importa es la de los profesionales de la política y de las encuestas. No parece incomodarles un escenario donde la democracia sólo es residualmente representativa.

Ha sido una pasividad suicida porque, como se sabe, nada es para siempre y lo malo que puede suceder muchas veces sucede. Distintas sociedades venían experimentando la movilización de “los indignados”, el repudio a la inepcia de los dirigentes políticos, la emergencia de nuevos populismos y la insurgencia de partidos y movimientos antisistema, no exentos de manifestaciones violentas. Sin embargo, hasta el día de las elecciones norteamericanas, esos síntomas tan visibles parecían resbalar sobre los políticos incumbentes.

Por ello, gracias al victorioso Trump, lo que algunos podían considerar como periférico hoy está en el centro de la atención mundial, afectando los equilibrios y desequilibrios del planeta. El arrogante empresario, ocupando el lugar que antes ocuparon Washington y Jefferson, ha venido a demostrar que no hay democracias blindadas y que las utopías negras también pueden tener anclaje en la Casa Blanca.
José Rodríguez Elizondo
| Viernes, 11 de Noviembre 2016
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